Viernes, 15 de mayo de 2015 | Hoy
DEPORTES › OPINION
Por Pablo Vignone
Si algo de dignidad le quedaba al fútbol argentino, anoche quedó hecha jirones en la Bombonera. Un día negro para la actividad, que arrancó con la muerte del chico Emanuel Ortega y acabó con los vergonzosos momentos que siguieron a lo que debió haber sido la reanudación del encuentro. El ingreso intempestivo de los dirigentes de River al campo fue tan surrealista como la irrupción del dron que portaba el ya tristemente célebre “fantasma del descenso”. Una noche horrible que parecía no terminar jamás, con los jugadores esperando para salir ilesos del campo más de dos horas después del momento en que debieron reanudar el encuentro. De folklore tuvo muy poco; de delictivo, demasiado. Si éste es el extremo al que se llega a causa de una rivalidad que ha sido copada por la insania, hay que tomar medidas drásticas. Lo que vimos anoche de la Bombonera no tuvo nada de gracioso ni fue pícaro. Fue un abuso criminal a la generosidad del juego. El fútbol argentino, sus dirigentes, su organización, tocaron fondo.
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