Sábado, 18 de julio de 2015 | Hoy
DEPORTES › OPINION
Por Diego Bonadeo
Cuando en los Juegos Olímpicos de México en 1968, Tommy Smith y John Carlos –medallas dorada y de bronce respectivamente en los 200 metros llanos– levantaron sus manos enguantadas de negro en el podio, impensadamente estaban cimentando lo que en el correr de las décadas sería una reivindicación de su raza negra desde actividades deportivas. Aunque quizá lo más significativo del cambio haya sido la incursión de Nelson Mandela desde la presidencia de Sudáfrica, tras 27 años de prisión por la dictadura del apartheid, otra vez desde el deporte, en este caso, el rugby, y puntualmente con el triunfo de los Springboks sudafricanos sobre los All Blacks neocelandeses en la final de la Copa del Mundo de 1995,lo que provocó el sustancial cambio cultural.
La explosión de alegría en las etnias negras, mulatas y mestizas hasta entonces militantemente “antirrugby” tuvo su correlato en las palabras del capitán sudafricano François Pienaar después del partido: “Este triunfo no es solamente para los que están hoy en el estadio, es para los 43 millones de sudafricanos”.
Por estos días, durante los Juegos Panamericanos de Toronto es habitual la participación de nadadores negros, lo que viene sucediendo desde algunos años a esta parte. Es que durante décadas en torneos internacionales no había participaciones que no fuesen de nadadores blancos en ninguna pileta.
Quizá desde algún estudio sociológico se llegue a alguna explicación. ¿Por qué, por ejemplo en atletismo, casi desde siempre, la actividad fue multirracial y por qué en natación, durante décadas, no?
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