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La pista del dinero
Por Pablo Vignone
Un decano de la prensa especializada mundial, el doctor Mike Lawrence de Inglaterra, acuñó la expresión que nos ha servido de guía a una generación entera de “expertos” en Fórmula 1: “Siempre sigan la pista del dinero”. El drama de las cubiertas Michelin en Indianápolis pudo haber sido cierto, pero nada explica mejor lo que sucedió que, precisamente, la pista del dinero. Los siete equipos que declinaron competir en el Grand Prix de Estados Unidos son, mayoritariamente, aquellos que están bancados por las compañías fabricantes de automóviles que están tratando de crear una F-1 paralela. Renault, Mercedes-Benz (McLaren), BMW (Williams y, seguramente desde 2006, Sauber), Honda (BAR) y Toyota aguardan ansiosamente la expiración del corriente Pacto de la Concordia, la carta que reglamenta las condiciones comerciales de la actual Fórmula 1 y que los obliga a competir hasta el 2007, para recrear un deporte que sea, a sus ojos, económicamente más justo.
En la Fórmula 1 de hoy, creada a gusto del zar inglés Bernie Ecclestone, 53 centavos de cada dólar que ingresan van a parar a sus bolsillos: los diez equipos deben repartirse los 47 centavos restantes. Los fabricantes pujan por una redistribución de la torta: quieren el 80 por ciento. Ferrari, que gasta 1,3 millones de dólares por día, también pretendía algo similar: en el GP de Italia del 2004, el presidente Luca Di Montezemolo abogó en público por la redistribución. Sin embargo, tres meses después, en enero de este año, firmaba un acuerdo unilateral con Ecclestone para extender hasta el 2012 su compromiso con la F-1. El acuerdo le genera un ingreso adicional, y que en términos relativos será mejor recompensada que otros equipos que terminen hocicando.
En el ambiente de la F-1 circula un chiste interno: las siglas de la FIA no responden a Federación Internacional del Automóvil, sino que significan Ferrari International Aid (en inglés, Ayuda Internacional de Ferrari). En Indianápolis pareció que la FIA abogaba por un respeto irrestricto a los reglamentos en función del equipo italiano.
La carrera pudo haberse disputado “normalmente” si Ferrari hubiera aceptado lo que los otros nueve equipos proponían (incluidos Minardi y Jordan, que no utilizan gomas Michelin) para mantener el margen de seguridad: una chicana en la última curva peraltada, que disminuía los riesgos. Ferrari se negó. Y la FIA, un día más tarde, explicó por qué no habría aceptado la chicana. ¿Coincidencia?
El domingo pareció que los equipos “rebeldes” decidieron, de una vez por todas, que el mundo viera lo que es una Fórmula 1 hecha a medida de los italianos, con dos Ferrari y la comparsa en la pista. Lo que sucedió en Indianápolis no fue del agrado de ningún fanático. Pero es la F-1 oficial que existirá si los “rebeldes” concretan su amenaza.
Los dramas de caucho, se insiste, pueden ser reales, pero en este juego fueron apenas un arma táctica. La pista del dinero explica la pelea de fondo. Si la FIA convoca ahora a los siete equipos disidentes a dar explicaciones en París el 29 de junio, como fue anunciado ayer, no será dialéctica deportiva lo que estará en discusión.