Domingo, 1 de octubre de 2006 | Hoy
DEPORTES › LA HISTORIA DE ADRIANA INES ACOSTA, DESAPARECIDA EN MAYO DE 1978
La primera deportista desaparecida de la que se conocen datos fue una jugadora de hockey de Lomas, que llegó a integrar la selección argentina, mucho antes de que se impusiera la actual denominación de Leonas. Teresa, la madre, y Leticia, la hermana, recrearon la vida de Adriana.
Por Gustavo Veiga
“Por la derecha resplandece
Adriana, que por ser buena
y capaz es capitana...”
(Segmento de un cantito que sus compañeras del club Lomas le dedicaron a Adriana Inés Acosta, desaparecida el 27 de mayo de 1978.)
La jugadora de hockey corría sobre el césped a la par de esa joven sensible y solidaria o de la alumna prodigiosa que en el colegio Balmoral se sacaba casi siempre la nota más alta. Tenía 22 años cuando un grupo de tareas la secuestró en una pizzería de Francisco Beiró y Segurola, una esquina de Villa Devoto, a las 3 y media de la tarde. Adriana Inés Acosta le había dedicado casi la mitad de su vida al deporte que aprendió en la primaria, y cuando la selección femenina no imaginaba los éxitos de esta época, ni el apodo que sería su marca registrada, era ya una Leona. Por su compromiso arrollador hacia los demás y porque vistió, tanto en juveniles como en el seleccionado mayor, la misma camiseta con que hoy despliegan su talento en una cancha Luciana Aymar, Magdalena Aicega y Soledad García. Ella es la primera deportista desaparecida de la que se conocen datos fehacientes; los demás son hombres (ver aparte).
Su mamá, Teresa Bernardi de Acosta, y la hermana que le sigue, Leticia, recrearon su vida de estudiante, atleta y militante política, que están ligadas por una idéntica matriz de principios. El núcleo familiar se completa con Oscar Enrique, el padre, y Marcelo, el hermano más chico. En el corazón de Lomas de Zamora, a escasas tres cuadras de la iglesia conducida por el obispo Desiderio Colino –hoy fallecido–, que les dio la espalda durante la dictadura, la presencia de Adriana recorre como un duende los ambientes de la amplia casona. Se descubre su sonrisa entre las fotografías del hockey desparramadas sobre un escritorio, la libreta universitaria de la Facultad de Medicina de La Plata y varias copas y trofeos que atesora un mueble.
“Adriana hacía todo bien. Se mataba por su deporte. Tenía un tajo acá, otro más allá. Le gustaba mucho el hockey, tanto que un día se subió al colectivo para ir a la Facultad y se llevó el palo con ella. Cuando se dio cuenta que no iba a jugar, me lo tiró por la ventanilla”, recuerda Teresa. Su hermana evoca el perfil solidario que la caracterizaba: “Desde chiquita ayudaba a los demás. Por ejemplo, a las internadas del Hogar Patiño, que eran pobres. Ella las iba a cuidar, les llevaba botas o las traía a casa para el cumpleaños”. La madre completa la imagen de su hija desaparecida con otra anécdota: “Una vez se descompuso en el tren un viejito, no la dejaron ayudarlo y vino llorando. Estaba muy mal ese día”.
Leticia es cuatro años menor que Adriana, también jugó al hockey en Lomas e integró la selección nacional. Comenzó en las infantiles del club –que es socio fundador de la AFA y de la UAR–, y a sus puertas, en plena dictadura, corroboró el calvario que había sufrido su hermana. Una noche, mientras estacionaba su automóvil, una joven se le acercó: “Era la prima de un novio que Adriana tenía en la secundaria. A esta chica la secuestraron y la llevaron a El Banco, un campo de concentración ubicado cerca del aeropuerto de Ezeiza. Aparentemente, en su familia había un militar o un policía y la liberaron. Ella me preguntó: ‘¿Vos sos la hermana de Adriana? Yo estuve con ella y no te puedo decir más nada porque tengo miedo de que le pase algo a mi familia’. Tenía terror...”
Teresa no olvida los traumáticos instantes previos a la desaparición de su hija. “Cuando ella terminó el primero o segundo año de Medicina (antes había estudiado Ciencias de la Educación), me dijo: ‘Voy a tener que cambiar la carrera de nuevo, porque acá no me puedo quedar más’. Yo estaba chocha. Pero claro, la razón la explicó después. ‘¿Vos no sabés la gente que desaparece en La Plata? Por eso me voy a venir a vivir acá’. Eso sucedió luego del golpe en el ’76”.
Sentada junto a su madre, Leticia amplía la visión que conserva de aquella etapa y describe cómo se cruzaron el destino de su familia y la de Hebe de Bonafini: “Adriana estudió Medicina en La Plata y abandonó. Me acuerdo que unos años después, yo iba a dar el examen de ingreso en la misma carrera y le pedía a ella los libros. Pero me respondía: ‘Se los presté a Fulano’ y ese compañero terminaba tirado en una zanja. En aquella época desapareció uno de los hijos de Hebe. Adriana alquilaba un departamento con él y su esposa, la Negra”.
El recuerdo de los Bonafini continúa muy vívido en la memoria de Poli, como también la llaman a Teresa. “Nos cruzábamos con ellos, estábamos encantados con esa familia. Decíamos: en qué buena casa cayó Adriana. Porque una siempre andaba con miedo, ¿sabe? Y cuando Adriana no venía un fin de semana porque tenía que estudiar, nosotros llevábamos mercaderías. Muy buena gente”.
A esa altura y tras una gira por Inglaterra en 1975, la mayor de las hermanas Acosta abandonaría casi por completo el hockey, donde se destacaba como número 7. Sólo continuaría un tiempo más en el club Longchamps. “Me parece que hasta el primer año de Medicina todavía jugaba, aunque era una locura, porque estudiaba un montón e iba de un lado para el otro con el palo”, describe Leticia. De aquel año es una revista editada por el club Lomas, en la que Adriana aparece en una foto a los 19. Una reseña de su carrera deportiva la acompaña: “Jugadora de Primera División; integrante del equipo juvenil campeón de la temporada 1972. Jugadora del seleccionado juvenil argentino en 1972. Preseleccionada para la Copa del Mundo de Cannes en 1974. Integrante del combinado argentino que enfrentó a la Selección de Estados Unidos en 1973 y del equipo de Capital, campeón del torneo de la República en 1973...”, entre otros datos.
La semblanza también está traducida al inglés, como no podía ser de otra manera en un club fundado por británicos. Teresa y Leticia coinciden en que la hija y hermana desaparecida se hubiera destacado por su nivel deportivo entre las jugadoras actuales. Pero eso importa muy poco comparado con su clamor de justicia. Además, de Lomas y del colegio Balmoral donde Adriana se formó, sería deseable un tributo a su memoria que ni siquiera se insinuó en 28 años. Si se guiaran por la amnesia de un ex entrenador que supuestamente la valoraba y una íntima amiga que cursó la escuela con ella, los Acosta seguirán esperando.
Como fuere, su madre retiene una imagen mucho más entrañable: “A Adriana la lloró todo el barrio”, cuenta. Su entrega y sensibilidad social son un ejemplo de los ideales que hoy escasean en el mundo del deporte y otros mundos. ¿Habrá alguien de los ambientes que frecuentó capaz de rescatarlos del olvido?
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