Miércoles, 18 de mayo de 2016 | Hoy
DEPORTES › OPINIóN
Por Miguel Hein
En la matriz de la idea que llevó al Estado a comprar los derechos de televisación del fútbol está el reconocimiento de esa actividad como bien cultural de los argentinos. Y también el respaldo a la tarea social que desde sus inicios vienen desarrollando los clubes a favor de los recursos que genera el fútbol profesional y de la que se sirven distintos estamentos de la sociedad, pero sobre todo los de menores ingresos. En contraposición, el modelo de reforma publicitado como “Súper Liga” trae en su esencia el afán del lucro ante todo, esta vez asociado a la prepotencia de un poder político que quiere aprovechar su cuarto de hora para imponer su lógica cueste lo que cueste y abriendo a sus amigos las puertas de todos los negocios que brillen a la luz del sol.
El fútbol nuestro de cada día no es la panacea que todos desearíamos. Pero presenta rasgos que lo hacen sobresalir. Entre ellos, la paridad a la hora de competir. En Argentina los equipos “chicos” se coronan campeones mucho más seguido que en otras latitudes. Sería bueno saber en cuántas de estas ligas que se toman como modelos hay 15 equipos sobre 30 que alguna vez hayan salido campeones de Primera División, como sucede en nuestro país. Tal hecho no es fruto de un milagro, sino obra de un reparto apenas un poco más igualitario que en otros lugares que posibilita armar estructuras y captar recursos humanos para salir de la medianía cada vez que las entidades más poderosas se distraen o pasan períodos donde las cosas no les salen.
Seguramente las sospechas sobre el manejo que los dirigentes hacen de los recursos que deben administrar es uno de los aspectos más impresentables de nuestro fútbol. Pero en la Argentina hay leyes e instituciones cuya función es investigar y castigar los delitos, que suceden tanto en las sociedades sin fines de lucro como en las sociedades anónimas, con los capitales privados como con los dineros públicos. Aceptada esta verdad es elogiable que los dirigentes busquen la forma de mejorar el modelo, pero respetando las normas y los reglamentos y no imponiendo la prepotencia del dinero y del poder, en iniciativas que pueden llevar a la misma vía muerta a la que fueron a parar Quilmes, Racing, Ferro y otros varios clubes de nombres menos resonantes cuando fueron puestos en manos privadas, bajo el eufemismo del gerenciamiento, prohijado en los tiempos de Julio Grondona que todos pretenden dejar atrás.
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