DIALOGOS › TICIO ESCOBAR, CRíTICO DE ARTE Y EX MINISTRO DE CULTURA DE PARAGUAY

“Hay desafiliación masiva de los partidos por la destitución de Lugo”

Para el ex ministro, el mayor problema del depuesto presidente Fernando Lugo fue que no alcanzó a construir una organización de apoyo importante. “Tiene una enorme adhesión ciudadana –señala– que no se traduce en cuadros políticos.”

 Por Mercedes López San Miguel

–Algunos analistas, como Milda Rivarola, señalan que la crisis política en Paraguay venía de antes de la masacre de Curuguaty (N.d.R: en la que murieron, el 15 de junio pasado, once campesinos y seis policías en circunstancias aún no esclarecidas durante el desalojo de un predio tomado por campesinos). ¿Usted qué opina?

–Sí, evidentemente venía de antes. Más que crisis yo hablaría de un proceso o proyecto con respecto al hecho de que el presidente Lugo tenía y tiene una enorme adhesión ciudadana, pero que no se traduce en cuadros políticos, tampoco se traduce en los poderes del Estado. Su base de sustentación era bastante débil a nivel de las instituciones, sobre todo teniendo en cuenta que la Constitución de 1992 es excesivamente parlamentarista. En ese momento se redactó por el miedo a que la figura de Stroessner pudiera repetirse y el texto quedó orientado de forma exagerada para el lado del Parlamento –la Constitución anterior era presidencialista–. Se otorgaron megapoderes al Parlamento y esto favoreció que se diera una dictadura parlamentaria. Hay una falta estructural de hegemonía en Paraguay, hegemonía en sentido gramsciano. La tuvo paradójicamente Stroessner, un consenso a palos, bajo represión y corrupción, pero que logró articular una serie de intereses. Una vez caído el dictador, comenzó a pulverizarse el Partido Colorado, pero aún se mantuvo en el poder un tiempo. Lo que hizo Lugo fue romper con esa continuidad de los colorados, por una parte, y, por otra, había un escenario propicio para una nueva distribución del poder que no se dio: los liberales fueron incapaces de ocupar ese lugar. Hay como una diseminación general del campo político. Ese cuadro facilitaba un poder líquido que se instaló en el Congreso. Las fuerzas más reaccionarias y conservadoras siguieron empotradas en el Parlamento y en el Poder Judicial.

–Cuando se destituyó a Lugo llamó la atención que fueran solo una diputada y tres senadores los que votaron en contra del juicio político. ¿Por qué no lo apoyaron más legisladores?

–Desde el primer momento en que la oposición vio que Lugo no tenía fuerza parlamentaria, especuló con hacerle un juicio político. Esa figura rondó obsesivamente: el último fue el vigésimo quinto intento. El partido liberal estaba aliado a la izquierda del Frente Guazú (el conglomerado de movimientos, partidos izquierda y de centroizquierda), era el gran apoyo de Lugo. Pero los liberales decidieron patear el tablero y aliarse con los colorados en la conspiración. De aquí a nueve meses, cuando son las elecciones, era impensable que se pudiera romper con el orden institucional con un país que crece, que está socialmente controlado, con una burguesía que tiene por delante un panorama económico alentador. La deuda mayor de Lugo era con los sectores sociales que lo apoyaban, no con la alta burguesía y los sectores dominantes. Fue una jugada electoral, una pateada del tablero. El Partido Colorado está dividido en dos: una línea más tradicional de manejo de poder, la de Lilian Samaniego (presidenta del partido), y otra que representa el empresario multimillonario Horacio Cartes, a quien se acusa de tráfico de drogas, contrabando y negocios sucios. A Cartes le convenía darles a los liberales su sueño dorado, que era la presidencia, apostando a ganar el año que viene. Estos meses van a ser desgastantes para (Federico) Franco, con la comunidad internacional y la ciudadanía en contra, el desmanejo de su propia personalidad, la crisis y el trauma que se provocó: su situación está complicadísima. La puja electoral ya está comenzando. Tan corta fue la luna de miel entre liberales y colorados que Lilian Samaniego se levantó durante el juramento de Federico.

–Si Franco va a tener tan sólo nueve meses para gobernar, ¿por qué aceptó este desgaste y no esperó las elecciones?

–Como en toda historia, existe un elemento personal, que pasa por el deseo y la ambición, y también una estructura social que lo sostiene. En su caso, ser presidente era una obsesión. Pero además había una oportunidad histórica de romper esa parálisis que le impedía entrar a la casa de gobierno. El Partido Liberal busca recomponer fuerzas: antes del golpe estaba dividido en cuatro y ya comenzaron a hablar de un candidato de consenso. Para la dirección de un gobierno de un partido tradicional, entrar al gobierno significa contar con recursos fuertes y aparato del Estado para destinar a las elecciones. La estrategia era sacarse del medio la tercera opción y volver a un bipartidismo duro. Existe un pacto con los colorados de apoyarse en el parlamento. Pero los liberales se exponen a un deterioro enorme.

–¿Cuáles fueron los proyectos que los liberales, entonces aliados de Lugo, trabaron en el Congreso y cuáles los que están impulsando hoy?

–Durante cuatro años sabotearon duramente el Impuesto a la Renta Personal, pero tras el golpe le dieron media sanción. Las empresas como Río Tinto, expoliadoras del medio ambiente, que estuvieron frenadas por Lugo, ya comienzan a entrar; están pidiendo instalaciones de bases militares norteamericanas e inglesas en el Chaco; y todos los programas sociales, fundamentalmente de salud, están siendo convertidos en cuestiones clientelistas y prebendarias, quitándoles el componente de participación y de base. Son medidas rápidas que están tomando. La idea es sacar a los movimientos progresistas que por sí solos no se sostienen sin los liberales. Por otra parte, hay una desafiliación masiva de los partidos tradicionales, porque la decisión de destituir a Lugo provocó la indignación de la ciudadanía: fue una decisión tomada entre gallos y medianoche, sin la debida defensa, con absoluta desprolijidad formal. El nivel acusatorio fue ridículo, ya que se basó en la masacre de Curuguaty, que fue una medida judicial y no del Ejecutivo. Un grupo de fiscales quería averiguar sobre la toma de unas tierras malhabidas por parte de unos campesinos. No era una cuestión confrontativa: la primera fila de policía entró sin armas y fue atacada por unos matones profesionales. Entró la segunda fila de uniformados y terminó en masacre, con 17 muertos. Existe la posibilidad de que haya sido una tendida de cama, que se haya contratado a tiradores profesionales. Pero la investigación que impulsó Lugo fue cerrada.

–¿Por qué no hubo mayores movilizaciones en las calles en apoyo al presidente destituido?

–Hubo mucha movilización en todo el país. Se dio un proceso interesante de resistencia en la radio y la televisión públicas, en donde el nuevo gobierno no pudo entrar. La gente tomó el espacio durante doce días seguidos, con micrófono abierto, hasta que se decidió convocar a manifestaciones de modo más específico. No se podía mantener la tensión, comenzaba a hacer frío, los campesinos movilizados e indígenas venían de otras partes del país y no se podían quedar de forma constante. Lo que pasa es que la noticia no apareció en ningún medio de comunicación.

–¿Por qué le fue tan difícil a Lugo instalar medios alternativos?

–Lugo tenía miedo de crear una radio o televisión propagandísticas y no encontró el punto medio de que sea crítico, pero no fuera del gobierno. Fue un déficit, no tuvo el tiempo ni la posibilidad de construir un sistema de comunicación alternativo y darle respuesta a la enorme demanda ciudadana, que se ve reflejada hoy en las redes sociales. Esas personas se citan acá y allá, hacen manifestaciones relámpago. Es un trasfondo que expresa un descontento e indignación que no necesariamente es un apoyo a Lugo, pero muestra un descontento con el quiebre democrático en Paraguay.

–¿Cómo se explica que el golpe institucional prosperara esta vez?

–Se tuvo que dar una constelación de factores para que llevaran adelante este golpe parlamentario. La excusa fue la matanza de Curuguaty, pero el trasfondo es la indefinición del panorama electoral. Los colorados y los liberales querían acceder a más recursos para impulsar las candidaturas. Era claro que Lugo era un obstáculo, porque él no se manejaba por la vía de la corrupción. Los colorados le entregan la etapa más sucia a los liberales, éstos asumen el rol de traidores, de haberse pasado al otro bando.

–¿Lugo no tenía la facultad de disolver el Parlamento?

–No, precisamente por la constitución del ’92. Lo que podía hacer era sacar los tanques a la calle y hubiera caído en un golpismo por nueve meses. Quería evitar el derramamiento de sangre.

–¿El tribunal superior electoral tuvo cambios?

–Por ahora no hubo cambios ni de ministros ni del estatuto. Existe un pedido ciudadano de instalar una constituyente para cambiar la Justicia. Eso tendría que hacerse después de que asuma el nuevo gobierno, elegido en abril de 2013. Los jueces son inamovibles, eternos.

–¿A cuándo se remonta la demonización que hacen los medios conservadores de la figura de Hugo Chávez? ¿Por qué lo emparientan con Chávez?

–No bien asumió Lugo se lo vinculó con Chávez y Correa, con el “eje del mal”. En Paraguay se dio una gestión de socialdemocracia liviana. Pero para la ultraderecha que maneja la prensa, Lugo iba en camino a parecerse a Chávez, tendía a ese proceso. Ahora las fuerzas se polarizaron en Paraguay y se vuelve a escuchar términos como “bolche” o “rojo”. ¡Hasta el intendente de Ciudad del Este, del Partido Colorado, hizo que demoliese un busto del Bolívar! La paranoia es total. Lugo tenía buenas relaciones con Evo, Chávez y con Correa. Pero para los medios, debajo de la sotana escondía un Chávez. El golpe institucional también fue un corte simbólico: para la derecha defensora de la propiedad privada y el progreso del campo, era importante tumbar el proceso bolivariano.

–¿La destitución convierte a Lugo convierte en mártir?

–Yo creo que sí. El posicionó bien su figura internacionalmente. Era un político que se interesó por los pobres y él mismo vivía de forma austera. Cuando se mudó a la sede presidencial, fue con una valijita y cuatro biblias. Su figura promueve en el mundo una saludable reacción de solidaridad y apoyo. Lugo recuperó popularidad, él aparece por la calle y la gente lo saluda, lo abraza, lo vitorea. En cambio Franco ni se asoma, porque no se atreve al escrache.

–Si Lugo quisiera, ¿podría buscar presentarse a la candidatura presidencial bajo el argumento de que él no terminó su mandato?

–Teóricamente sí. La constitución prohíbe que el último presidente pueda ser reelegido. Y Lugo no es más el último. Pero en mi opinión sería una torpeza que se presentara ahora, sin construcción de una base de poder político real. Podría ser candidato en el 2018, tendría 66 años, un pibe de mi edad más o menos. Habría un tiempo de construcción de una fuerza de izquierda y una contrahegemonía en la cual canalizar este enorme impulso ciudadano, un campesinado que tiene demandas clarísimas y que se descompone porque no tiene los canales adecuados. Hay que construir esfera pública y contrahegemonía. Fue un milagro que Lugo pudiera sostenerse cuatro años sin apoyo parlamentario. Su glamour es ese espíritu conciliador, clerical, ese fármaco, como decía Platón, que es remedio y veneno al mismo tiempo. El escucha a todos, a veces se torna exasperante su modo confesional. A mucha gente le chocó esa especie de sumisión que tuvo el día de su destitución. La gente lo eligió también con ese rasgo. El fue fiel a su personaje.

–¿Lugo propició la desconcentración de la propiedad de las tierras?

–La cuestión agraria fue el otro déficit de su gobierno. Un ochenta por ciento de las tierras está en manos de un puñado de personas. Cambiar eso supone una rearticulación muy fuerte de sectores diversos y tiene que haber un sistema catastral. El gobierno no hizo los pasos paralelos previos, la cuantificación y el mapa de las tierras, por lo menos los territorios malhabidos. Eso, porque Lugo trabajó la parte política y le faltó técnica. La mayor deuda de su gobierno fue con los sectores sociales. El crecimiento económico no se vio acompañado de una redistribución sustancial de los recursos, aunque se redujeran la pobreza y la extrema indigencia.

–¿Cuán fuerte es el tema indigenista en Paraguay?

–Está muy vinculado con el tema de la tierra. Existe una asimetría estructural desde tiempos de la colonización. Los indígenas que viven en comunidades tribales y religiosas son muy pocos, un uno por ciento de la población. Desde otra óptica, el 85 por ciento de la población es guaraní parlante. Cuando se vendieron las tierras y se entregaron, después de las guerras, los indios iban incluidos. Ellos ya no pueden recuperar sus territorios ancestrales enteros. Pero al mismo tiempo no pueden renunciar a ser lo que fueron, porque para ellos la sustentabilidad cultural pasa por sus territorios originales. El gobierno de Lugo realizó planes de asistencia inmediata de salud, agua y vivienda, e inició un proceso para que los propios indígenas sean consultados en los asuntos en los que se comprometa su decisión.

–La postura que asumió el Mercosur sancionando a Paraguay ubicó el tema en el campo internacional. ¿Qué efectos supone que tendrá a corto y mediano plazo para su país?

–Creo que es un momento favorable porque apuntala una filosofía regional de defensa de la democracia. Algún costo va a tener para la población también, pero no habrá medidas económicas y se están cumpliendo los compromisos comerciales. Lo que sucede es que Paraguay perdió credibilidad como un lugar en donde hacer inversiones, decayó el turismo: nadie quiere ir a un lugar traumatizado. Son consecuencias del golpe mismo. Es lo que tiene que hacer la región, porque es un antecedente muy importante. Es un mal necesario. Yo creo que el coste sería mucho peor si todos dijeran que “aquí no ha pasado nada”, sería desmovilizante para el pueblo paraguayo. De acá a un tiempo los golpistas lo van a pensar dos veces.

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Imagen: Dafne Gentinetta
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