DISCOS › “MUNDO”, EL NUEVO CD DEL PANAMEÑO RUBEN BLADES

El eclecticismo militante

El autor de “Pedro Navaja” se alejó de su pedestal de salsero, ensayando un viaje por diversos ritmos étnicos, sin perder raíces.

 Por Fernando D´addario

La denominada “world music” venía recorriendo, con altibajos, un camino unidireccional: la materia prima obtenida del tercer mundo era procesada por los países centrales, que volvían a imponer su rol de “descubridores”. A grandes rasgos, y más allá de la innegable calidad encerrada en varios de estos proyectos (David Byrne, Paul Simon, Peter Gabriel, por citar sólo algunos), se reproducía a nivel musical una lógica inherente a la economía global. El nuevo disco de Rubén Blades, Mundo, propone el recorrido inverso. No se intuye en su búsqueda, claro, la intención de revertir el orden mundial. Sólo pretende –y lo consigue– situar como eje su propia cultura y, desde allí, dialogar con otros mundos, aparentemente ajenos.
En este nuevo Blades (insinuado ya en su anterior trabajo, Tiempos) se sugiere una especie de universalidad espiritual, un llamado tácito a la unión de los pueblos, y cierto candor que lo aleja de su vieja etiqueta de cronista-social-latinoamericano-en Nueva York. Los puristas de la salsa (comprometida o no) seguramente renegarán de este eclecticismo militante, y los amantes de la música étnica preferirán hurgar, tal vez, entre las novedades del catálogo africano que prestigia el sello discográfico de Gabriel. Es que Blades parece haber desechado, al mismo tiempo, los honores del bronce salsero y la tentación de construir un marketing alternativo. El autor de “Pedro Navaja” bajó de su pedestal de héroe latino en el preciso momento en que ese target empezaba a formar parte de las prioridades del mercado. Frente a la posibilidad de sumarse a la estandarización de lo latino, el músico y poeta panameño eligió correrse discretamente.
Hay otra posible lectura de este desplazamiento. Un creciente agotamiento creativo venía acosando a Blades en sus anteriores discos de salsa. El piloto automático, que se percibía tanto en las historias que escribía como en las composiciones, parecía alcanzarle. La búsqueda frontera afuera neutralizó esa sensación de reciclaje permanente. Nada que reprochar: Gabriel, Simon y Byrne, con matices, hicieron lo mismo, y fueron canonizados como buenos samaritanos. Lo que favorece a Blades, en este rescate antropológico, es la simiente común de las músicas caribeñas, españolas y africanas. Por momentos, el disco bucea con naturalidad en aguas ancestrales y la resolución interpretativa no parece impostada. Hay una canción que enfatiza especialmente esta idea. Se llama “Jiri son bali”. Es un tema tradicional de Mali. Las notables voces de las cordobesas De Boca en Boca (en el booklet el propio Blades apunta sobre ellas, sin equivocarse: “Resulta difícil creer que estas voces son de la Argentina y no de Senegal”) dan sustento armónico a una canción concebida como grito tribal, y que el músico panameño resignifica con un sobretexto, en castellano, cantado melódicamente como si tratara de un son. “Admiro la belleza, pero en voz baja: el grito no impresiona a la eternidad”, son los versos que abren esta canción y dan cuenta de una elección estética: la riqueza rítmica no debe caer, siempre que sea posible, en efectismos y sobreactuaciones.
El viaje musical ofrece diversos puntos de encuentro: una sutil versión de “First Circle” (de Pat Metheny y Lyle Mays) permite el lucimiento del grupo costarricense de cuerdas Editus. “Bochinches”, que parece haber sido escrita en Andalucía y soñada en Marruecos, redescubre la versatilidad vocal de Blades, que por encima de mixturas tímbricas (jazz, salsa, flamenco) se manifiesta como lo que es: un auténtico cantaor panameño. En “Primogenio”, gaitas irlandesas, guaguancó cubano y acordeones se expresan como una metáfora musical de su intención ideológica: “Toda vida proviene de la misma fuente”. Hay otras canciones menos afortunadas, y un cierre a toda salsa en “A San Patricio”, como si cierta culpa lo hubiese invadido sobre el final.
Mundo es la nueva apuesta de un músico que durante años luchó por la afirmación cultural latina en una Nueva York multirracial. Es, después de tanto tiempo, el modo de militancia de un hombre que cambió el eje de susutopías, que reparte sus días entre Panamá, Nueva York y Los Angeles (su condición de actor exitoso absorbe muchas de sus horas) y que desde ese lugar de contradicciones asumidas ensayó su propia lectura de la globalidad.

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Rubén Blades parece ahora menos “cronista” y más “universal”.
 
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