DISCOS › “CAFE DEL MAR”, UN COMPILADO PARA RELAJARSE
El mozo que llegó a estrella
La serie que dio pie al “chill out” tecno fue idea de José Padilla, ex mozo de un bar de Ibiza donde imaginó la música para atardeceres.
Por Eduardo Fabregat
Música para atardeceres. Antes de las bateas llenas de sospechosas recopilaciones amontonadas bajo el rótulo chill out, antes de que se inventara el término balearic, lo que había era un tipo, un bar y unos atardeceres que sacaban el aliento. El tipo era José Padilla, mozo de un local en San Antonio, uno de tantos lugares soñados en la paradisíaca Ibiza, la “Isla Blanca” de las Baleares frecuentada por europeos pudientes, amantes de la fiesta cool y de la cinematográfica escena de tomarse un trago frente al océano. En el Café del Mar, Padilla comenzó a imaginar que su bandeja de tragos bien podía ser una de DJ, que las vistas que se desplegaban cada tarde frente a sus ojos merecían un soundtrack mejor que el que salía de los parlantes del bar, y que él era capaz de proporcionarlo. Apenas promediaban los ‘70, pero el mozo ya tenía en la cabeza una idea que se revelaría millonaria.
Como corresponde a una historia de desarrollo personal, la de Padilla llevó su tiempo. Pero todo llegó en el momento justo: en los albores de la década del ‘90, el primer volumen de Café del Mar puso otro matiz en el cada vez más potente movimiento de música electrónica. Padilla ya no atendía al turistaje, o al menos lo hacía de otra manera: reconvertido en productor, seleccionador, musicalizador de atardeceres, el ex mozo iniciaba una leyenda que al día de hoy lleva ocho volúmenes bajo la marca célebre, en los cuales pueden participar ignotos DJ’s o cabezas de serie como Moby, Talvin Singh, Nitin Sawhney, y hasta grupos mainstream como U2 y Bush. Por sobre todo, la marca Café del Mar ofrece seguridades artísticas difíciles de hallar en esos compilados sospechosos dedicados a exprimir la vaca del chill out.
Estaba cantado que, tarde o temprano, la serie tendría su propio Best Of, el mismo que el sello Universal acaba de poner en las bateas argentinas. Ni siquiera es criticable, como sí puede suceder con otro tipo de compilados (¿Cuántos grandes éxitos lleva editados The Cure, por ejemplo?): pensadas en principio para musicalizar la caída del sol, las canciones incluidas en el doble CD se presentan sin embargo como apropiadas para un buen número de ocasiones, y condensan mejor que muchos otros “productos” los conceptos –con perdón de tanta etiqueta– de chill out o música baleárica.
Como suele suceder cuando se intenta la quimera de explicar la música a través del verbo, ninguna de esas palabrejas consigue fijar con exactitud el clima del asunto. De eso se trata: puro clima, sensación, caricia a los sentidos de por sí sensibilizados, un viaje a las particulares coordenadas geográficas, espirituales y artísticas de un lugar que dio imagen a infinidad de postales. Eso no significa que los dos discos de Café del Mar queden fijados en la imagen turística, y los propios músicos involucrados se encargan de que tanta música relajada levante vuelo.
Allí están, entonces, Les Negresses Vertes remixados por Massive Attack (con “Face a la mer”) y U2 reformulando “In a little while”, como para dejar constancia de que no se trata únicamente de tecnoheads manipulando perillas y secuencias. O “Letting the cables sleep (The N.O.W. Remix)”, impensado número relajante de los ingleses Bush, que incluso suenan más convincentes en este plan que siguiendo el librito patentado por Nirvana. Moby, en cambio, domina esta clase de subgénero a la perfección (y basta chequear la combinación entre lo bailable y lo hipnótico del multiplatino Play), como bien lo demuestra “Whispering wind”, tema que bien puede servir de puerta de entrada a quien no tiene mayor idea de qué se habla cuando se dice chill out.
El recuento de Padilla –que aquí no sólo compila sino que incluye canciones de sus dos discos “solistas”, Souvenir y Navigator– incluye también un par de freaks. A la cabeza va la Pengüin Café Orchestra, pioneros ambient que graban desde fines de los ‘70 (y han cometido más de una tropelía manipulando instrumentos de toda clase) y abren el disco dos con la imperdible “Music for a found harmonium”. Pero también hay espaciopara los Ballistic Brothers (“Uschi’s groove”), surgidos de la escena acid jazz pero con una fuerte influencia de Jamaica, y quizá más conocidos a partir de su colaboración con David Byrne para “Lazy”, en el proyecto paralelo X-Press 2. O los Sabres of Paradise de Andy Weatherall, conspicuo remixador de grandes como Primal Scream, James, the Orb, Björk, Therapy? y Happy Mondays, o los manchesterianos Lamb (“Trans fatty acid”), algo así como pioneros en eso de tomar el frenético drum’n’bass y bajarle un par de cambios para llegar a puertos como el de Ibiza.
Allí, en el ahora mítico Café del Mar, el ex mozo José Padilla sigue disfrutando su ascenso al status de leyenda electrónica. Y ya nadie le interrumpe la contemplación –y audición– de sus atardeceres con el inoportuno pedido de algo tan poco trascendente como un martini.