ECONOMíA › TEMAS DE DEBATE LA CRISIS ECONóMICA INTERNACIONAL

El huevo de la serpiente

Los especialistas focalizan en las causas estructurales de la crisis actual. Gaggero analiza el papel de los paraísos fiscales y Gambina cuestiona el debate proteccionismo-liberalismo, remarcando la necesidad de avanzar con una nueva arquitectura financiera.

Producción: Tomás Lukin


Fuga y paraíso

Por Jorge Gaggero *

Las crecientes operaciones ilegales “transfronterizas” conocidas como fuga de capitales se vinculan usualmente, en todos lados, con la evasión tributaria y los manejos turbios para ocultar flujos de ingresos y riquezas (de personas y empresas, con las multinacionales al frente), con el “delito organizado” (narcotráfico y venta de armas) y con las prácticas corruptas en la gestión pública, además de otras actividades non sanctas. Estos tres tipos de operaciones explican la mayor parte de los flujos no declarados a los fiscos y afectan a la estabilidad financiera global. Son los oscuros circuitos que aseguran su “blanqueo” y recirculación posterior hacia las economías nacionales (en especial, hacia las más poderosas). Contra lo que suele reflejar la prensa, la responsabilidad principal por esta sangría y recirculación de recursos les cabe a las multinacionales y a los “ricos globales”.

En este proceso juegan un papel clave los “paraísos fiscales”: en general, mini-territorios, islas e islotes que ofrecen “débil fiscalidad” y “secreto garantizado”. Vale decir, la ausencia de impuestos y controles relevantes sobre las sociedades y las personas que los utilizan. Por ello, los capitales fugados basan allí sus operaciones, todas ellas o fracciones variables (mediante “triangulaciones”) de un modo cuasi virtual (o “contable”).

Los “paraísos” se han multiplicado en las últimas décadas; de un total de 25 a mediados de los años ’70 pasaron a ser unos 72 en las últimos años. Canalizan una masa creciente de capitales globales: unos 11,8 billones de dólares, más de un tercio de la riqueza de los estratos de ingresos más altos, se estima que están depositados allí. La riqueza global de los más ricos ha sido estimada en unos 33 billones de dólares –un 75 por ciento del PIB global– poseídos por sólo 8,5 millones de personas.

América latina está entre las regiones más afectadas por este drenaje, que montó hasta el 26 por ciento de su PIB para el período 1980-2000. Alrededor de la mitad de la riqueza del estrato superior de ingresos de América latina se mantiene “a resguardo” en territorios offshore. Este tipo de prácticas producen daños de gran magnitud en la dinámica de las economías más débiles y las condenan a una brutal inequidad. Su impacto resulta muy superior al de las prácticas corruptas que son el foco exclusivo de instituciones globales como Transparency International. TI publica con regularidad “rankings” de países “corruptos” sin identificar a las multinacionales “corruptoras” que les proveen la información, cuando es sabido que para bailar un tango se necesitan dos.

Está muy claro además que los mecanismos de fuga más relevantes no parecen importar a los organismos financieros multilaterales. Esta grave cuestión tampoco aparece todavía –de modo contundente– en la agenda del G-20. Sólo se registran, por el momento, declaraciones para salir del paso y/o alegar impotencia, como ha sido el caso del titular del FMI, Strauss-Kahn, que amenazó hace pocos días: “Yo estoy por una acción con dinamita”, al calificar como “demasiado ligeras” las medidas tomadas por los países centrales contra los “paraísos fiscales” y admitir que para “un cierto número de Estados [algunos de los que lo han designado al frente del FMI; en especial, Inglaterra] no es lo más urgente”.

Importa destacar que las operaciones offshore comienzan a ser también molestas para las propias naciones avanzadas. En los Estados Unidos se ha estimado que este tipo de evasión resta recursos por un total de unos 40 a 70 mil millones de dólares anuales al fisco.

El drenaje de fondos ilícitos ha sido estimado para el mundo “en vías de desarrollo” en unos 500 miles de millones de dólares anuales, una suma que resulta alrededor de siete veces más elevada que el presupuesto de “ayuda para el desarrollo” asignado para ellos por los países centrales.

En cuanto a la transferencia neta total de recursos financieros desde los países pobres (incluyendo entre ellos a las “economías en transición”; vale decir, ex “comunistas”) hacia los ricos, aumentó sustancialmente durante la década previa al inicio de la presente crisis global (1995–2006): desde los 45 mil millones de dólares registrados a favor de los países pobres en 1995 hasta los 658 mil millones netos que fueron transferidos hacia los países ricos en 2006. Con la “fuga hacia la calidad” (léase: hacia el dólar) generada por el estallido abierto de la crisis, hacia fines de 2008, el financiamiento de los países ricos por parte de los pobres ha crecido exponencialmente. El Sur ayuda a salvar al Norte, una vez más, mientras los “expertos” de los organismos internacionales (FMI, BM, BID y OMC, en especial) siguen cultivando el doble discurso, sus directivos simulan demencia, y desde el Sur sólo suelen emitirse –con muy honrosas excepciones– propuestas bien pensantes que eluden los crudos problemas de poder y despojo implicados.

Sir Francis Drake, el exitoso pirata de Su Majestad, puede contemplar hoy el mundo con benevolencia desde su Olimpo: sus colosales robos offshore de hace más de cuatro siglos han estado preñados de futuro.

* Economista, investigador del Cedid-AR.


Falso dilema

Por Julio C. Gambina *

La alarma provino desde Washington cuando Obama incluyó el “buy american” o “compre estadounidense” en el paquete de ayuda presentado al Parlamento. La corrección vino desde el Senado señalando que sólo se aplicaría si no entra en contradicción con “pactos internacionales existentes”, como los suscriptos en el seno de la OMC, adonde llegaron denuncias sobre el proteccionismo de la gran potencia. Hasta se oyó decir que los principales perjudicados serán los países en desarrollo, como si los favoreciera la situación contraria. Es curioso como tras años de ideología y propaganda por la libertad de mercado, con el despliegue de la crisis resurge el “nacionalismo” de las principales potencias. Las mismas que empujaron la inevitabilidad de la globalización, la apertura y la libertad para la circulación de mercancías, servicios y capitales. Ese discurso era simultáneo con subsidios a las producciones o exportaciones de sus productores. Haz lo que digo y no lo que hago es la conducta de Europa y Estados Unidos.

Son esos subsidios protectores los que obstaculizan la Ronda de Doha de la OMC. Más allá de diferencias manifestadas en el último tiempo entre Brasil y Argentina, ambos han sido activos animadores de la crítica al proteccionismo del primer mundo. Es justo reconocer también la discusión relativa al intercambio bilateral que obstruye proyectos de mayor articulación regional.

La crisis develó el misterio y el discurso por la liberalización devino en simple propaganda al estilo de aquella máxima de Goebbels: “Miente repetidamente que algo quedará”. El proyecto del libre mercado se estrella ante la realidad de una crisis sin límite.

Por eso sorprende verificar cuán profundamente caló la propuesta liberalizadora en el seno del Mercosur, si nos atenemos a los reclamos para que se cumpla el libre comercio en la región y se eliminen nuevas barreras proteccionistas.

Es común escuchar reclamos contra el proteccionismo emergente con medidas restrictivas al ingreso de importaciones; con políticas cambiarias no convergentes que suponen devaluaciones competitivas inconsultas; y con demandas de favorecer el comercio extra zona impulsando ventajas nacionales de los miembros del Mercosur en la escena mundial. ¡Qué lejos quedó la Cumbre de Mar del Plata y el rotundo no al debate del ALCA! La crisis también devela la profunda derrota ideológica del progresismo gobernante en la región, que piensa en términos de posibilidad el libre mercado entre el capital concentrado transnacional asociado a los principales estados capitalistas, con la producción local sostenida por estados con pretensión autónoma. Como si en tiempos de mundialización y pese a las medidas nacionalistas en proceso se pudiera alentar una perspectiva capitalista autónoma. El problema requiere de nuevas miradas, más allá del proteccionismo o el liberalismo capitalista.

Los ministros del G-7 recientemente reunidos en Roma también se pronuncian por el libre mercado y contra el proteccionismo. Es la posición que lideró la reunión del G-20 en Washington en noviembre pasado y la que orientará las decisiones del próximo cónclave en Londres para el 2 de abril. Suena contradictorio, pero los mismos países que enfrentan la crisis con medidas nacionalistas y proteccionistas continúan levantando la voz por el librecambio. En rigor, cada quien atiende su juego, aplicando medidas de protección local y formulando votos por la libertad de mercado. Es tiempo de pensar alternativamente, recordando que ningún país evolucionó como gran potencia capitalista sino desde la protección de su producción local. La liberalización comercial sólo avanzó, incluso parcialmente, una vez afianzado el poderío global del país y la producción en cuestión.

El problema pasa por asumir que el carácter de la crisis no se reduce a una cuestión de ciclo económico, ni sólo se trata de una crisis financiera, comercial o económica. Es una crisis sistémica del capitalismo y por lo tanto requiere se habilite un debate más allá de una lógica de superación de la crisis que pretende agotarse en la recreación de las condiciones para la acumulación y la dominación del capital sobre el trabajo y el conjunto de la naturaleza. Si esa es la discusión, entonces debe irse más allá del debate proteccionismo o liberalización y sostener propuestas de modificación del modelo de producción y circulación a escala nacional, regional y mundial.

Existen quienes sostienen la necesidad de una nueva arquitectura financiera y reglas transparentes para el comercio internacional, obviando que el nudo central es el modelo de producción y sus premisas relativas a quién, qué y para quién se produce. Un régimen basado en la cooperación productiva para satisfacer necesidades sociales insatisfechas, cuidadosos del medio ambiente y sustentando la soberanía alimentaria y energética puede habilitar otro tipo de discusión, desafiando el límite sistémico del debate entre proteccionismo y aperturismo.

* Presidente de la Fundación de Investigaciones Sociales y Políticas y miembro del Comité Directivo de Clacso.

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