ECONOMíA › PANORAMA ECONOMICO

Con las balizas del Fondo

 Por Julio Nudler

¿Quién va a mandar en la Argentina próxima: la economía o la política? De modo algo más preciso: ¿se pondrá más énfasis en la exportación o en el consumo?, ¿se intentará un salariazo, o se preferirá sostener un dólar tan caro como el actual, que facilita vender (afuera) pero castiga comprar?
¿Ese equilibrio económico permitirá que se recupere algún mínimo grado de equilibrio social? Si el país va a quedar encuadrado, para la gestión de su crisis, en las coordenadas del acuerdo que está cerrándose con el Fondo, todas las líneas convergerán hacia el objetivo de la capacidad de pago: es decir, superávit en el balance comercial y en el presupuesto, y a obtener con el menor grado de intervención estatal posible, sobre todo en asuntos financieros. El veto del FMI a que siguiera postergándose el reinicio de los remates hipotecarios muestra el camino. El descongelamiento de las tarifas de los servicios públicos privatizados expresará la misma línea.
Dentro de la encrucijada en que se encuentra la economía argentina, Fernando Martínez, especialista en comercio exterior, que viene de trazar un esbozo sobre la cuestión externa para la Fundación Crear, no cree que el impulso al crecimiento vaya a provenir del consumo, ni que en tal caso ese crecimiento resulte sostenible, y tampoco espera mucho por el momento de la inversión privada ni pública. Esto también implica resignarse a un repunte más moroso en el tiempo del Producto Bruto, porque la exportación tiene poco poder tractor sobre la economía nacional. En todo caso, menos que el consumo. Y tampoco genera mucho empleo.
El “mercadointernismo”, que es el mayor amor de la izquierda y a su manera del populismo, aparece menguado en sus chances por algunos rasgos definitorios de la situación actual. Uno, el altísimo endeudamiento que arrastra el país (y no pocas de sus grandes empresas), y que seguirá siendo muy pesado, incluso después de la más favorable renegociación imaginable. Dos, la ausencia o escasez de financiamiento externo voluntario, que persistirá por un espacio de tiempo por ahora imprecisable. (Al faltar la palanca del crédito, para lograr un mismo resultado es preciso invertir muchos más recursos.) Tres, la gran dependencia respecto de insumos y bienes importados, que se profundizó en la década pasada y no puede ser revertida sino paulatinamente. Esto significa que crecer, salvo que sea exportando, cuesta demasiados dólares.
El camino parece así claramente trazado: la salida del país, aunque lenta y sacrificada, estaría en asegurarse un amplio excedente de dólares a través del superávit comercial. Un cuadro en lo esencial parecido al actual, que muestra un superávit mensual de 1400 millones de dólares. Y, según Martínez, habrá necesidad de que el Estado –en vista de que será, por largo tiempo, un fuerte demandante de divisas para servir la deuda pública, manteniendo al mismo tiempo una política fiscal y monetaria cautelosa– “retenga la propiedad de las divisas, comprándolas y vendiéndolas a los operadores económicos, dentro de plazos y reglas razonables, al precio que resulte del mercado de cambios, evitando así quedar expuesto a la presión de un núcleo concentrado de exportadores y conservando un mayor grado de maniobrabilidad en relación a la demanda”.
Sin embargo, éste no parece el mejor momento para basar la estrategia de crecimiento en la exportación, teniendo en cuenta que el comercio mundial está en retroceso, aunque lo sostenga el aluvión importador estadounidense. El Mercosur no podrá ser, a diferencia de lo ocurrido en los ‘90, la válvula de escape para el comercio exterior argentino porque el bloque está sumido en una seria crisis y el intercambio dentro de sus fronteras es apenas una fracción de lo que fue. Adicionalmente, Martínez resalta que “Brasil también tendrá necesidad de un sector externosuperavitario”, lo que no le deja espacio para acumular fuertes saldos negativos con su vecino austral. Es mejor que los países del bloque vayan concibiendo proyectos de complementación exportadora, aun dentro de las restricciones. De la “locomotora” brasileña, estilo 1996/97, más vale olvidarse.
Si el consumo no puede fogonear un crecimiento sostenible de la economía, en términos de su equilibrio general, y si la exportación no promete sonoros éxitos ni gran impacto, el cauce conduce espontáneamente hacia la sustitución de importaciones como principal motor de la actividad económica. El reemplazo de provisión externa por local, que ya generó focos de dinamización en varias industrias, también está produciéndose en Brasil, estimulado por la devaluación del real y la licuación relativa de salarios y otros costos locales. Es obvio que la sustitución implica en muchos casos –textiles, papel, etcétera– una pérdida de calidad, o un relativo atraso tecnológico, que de algún modo ajusta la oferta al empobrecimiento del demandante medio.
El primer rostro que se le ve a este proceso de violento ajuste externo es el del achique de la economía. Son, como viñeta de almanaque, los muchos cuartos de hotel sobrantes que fueron construidos en Buenos Aires cuando, en la burbuja de los ‘90, la Argentina tendía a comprar afuera por unos 2500 millones de dólares mensuales. Ahora acá sólo pueden hacerse negocios por 600 millones al mes, y por ende son muchos menos los casos en que merece la pena el largo viaje en avión. Pero la sustitución genera trabajo local y restablece el circuito del crecimiento, de mayores recursos fiscales y más demanda monetaria. También puede, sin embargo, consumir demasiadas divisas sin generarlas, por falta de capacidad exportadora, y desatar presiones inflacionarias. Pero a esa clase de problemas no se ha llegado todavía.
Entre las malas noticias para la Argentina agroexportadora figura la ampliación de la Unión Europea a partir de 2004, incorporando varios países de importante producción agraria, mientras se reafirma con pocas restricciones cuantitativas la Política Agrícola Común, que actualmente subsidia al sector con unos 40 mil millones de euros anuales. Por ahora, Brasil y la Argentina, demasiado ocupados cada uno con su crisis económica y su transición política, no han llegado a coordinar una posición negociadora como bloque frente a Europa. Quizá lo logren en el 2003.

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