Lunes, 9 de enero de 2012 | Hoy
ECONOMíA › TEMAS DE DEBATE: LOS DESAFíOS ECONóMICOS DE 2012
El presupuesto reconoce que la actividad de 2012 se va a desacelerar. Los especialistas afirman que la mejor forma de enfrentar la crisis internacional es con políticas contracíclicas que impulsen el crecimiento y promuevan mayores niveles de bienestar.
Producción: Tomás Lukin
Por Alejandro Robba *
Llega el verano y se repiten como en 2009 las mismas predicciones de lo que vendrá y al final no ocurre. Con similares argumentos, que se basan en no entender cómo viene funcionando la economía argentina del 2003 en adelante, ya se empiezan a cubrir centímetros y centímetros sobre los efectos que tendrá la crisis de los países centrales sobre el nivel de actividad local. En primer lugar hay que decir que el mismo presupuesto nacional reconoce que la actividad del 2012 se va a desacelerar respecto de los impresionantes indicadores del 2011, el mejor año económico de los últimos cuatro, aun con un mundo que se estanca.
Pero para prever el 2012 se deben analizar los años previos y –en particular– cuáles fueron los motores del crecimiento. Es interesante cómo los grandes medios demonizan un concepto y luego sale todo un coro de repetidores que van agregando nuevas interpretaciones y se van –digamos– dando manija. El consumo interno en la Argentina posconvertibilidad ha sido el principal motor del crecimiento, y la inversión, el agregado que más creció en términos porcentuales. Pero para los medios, la oposición y los economistas corporativos, el consumo es una “fiesta”, es decir algo pasajero, reprochable, festivo y con un final cercano, y la inversión es el talón de Aquiles del modelo, ya que al no haber clima de inversión ni seguridad jurídica, y al exacerbarse el consumo, ésta no crece lo suficiente y así se genera menos empleo, inflación y demás maleficios, que deben superarse enfriando la economía.
Lo que hay que saber es que el consumo no es una fiesta, sino un motor creciente y persistente que amplía el mercado y que la inversión está en niveles históricos record respecto del producto, casi llegando al 25 por ciento del PBI, número fetiche para muchos economistas –aun heterodoxos– que veían imposible alcanzar esa cifra en tan corto plazo. Con estos niveles impactantes de inversión, el hit actual es que el problema no es que la inversión es baja, sino que es de mala calidad (muchas construcciones) y además está “ensuciada” por el “alto” nivel de la inversión pública. Estos argumentos son insostenibles y dan para una nota ampliatoria.
Volvamos a la relación consumo-inversión. ¿Dónde está el problema? En que consumo e inversión no son agregados de suma cero sino que se potencian y estimulan. En primer lugar, no existe ninguna desconexión entre consumo e inversión. Si se observan los niveles respectivos per cápita en la Argentina, se comprueba que ambas variables mantienen una altísima correlación (casi perfecta). De modo que no sólo no existe trade off entre consumo e inversión (ambas crecen al mismo tiempo), sino que las dos variables exhiben una íntima vinculación.
Pero la evidencia muestra que, en realidad, la inversión crece porque el PIB crece (y no al revés) gracias a las exportaciones, el consumo y el gasto e inversión pública. Es un asunto de lógica: los empresarios sólo aumentarán la capacidad productiva si el mercado para sus productos es más grande. Por tal razón, para que la crisis no impacte o sus efectos negativos sean menores, el gobierno nacional –y eso se expresa en el presupuesto– seguirá estimulando el consumo interno como lo hizo en el 2009 y veremos nuevas medidas donde se apliquen recursos no achicándolos, sino dirigiéndolos donde multipliquen más sobre el nivel de actividad. ¿O qué es sino la sintonía fina?
Al respecto, el ímpetu que experimentó la actividad económica en el bienio 2010-2011 ha sido importante para asegurar altos niveles de inversión y apuntalar mejores niveles de actividad en el 2012. Un trabajo reciente de Matías Vernengo en Naked Keynesianism afirma que, de los cuatro grandes de América latina (Argentina, Brasil, Chile y México), sólo Argentina no bajó el gasto como porcentaje del PIB en 2011, mientras que en los otros tres la reducción fue de 0,3, 0,5 y 1,2 del PIB, respectivamente. También señala que la mejor forma de enfrentar la crisis no es a través del lente de “gestión de crisis”, sino que la fórmula son las políticas contracíclicas que impulsen el crecimiento y amplíen y promuevan mayores niveles de bienestar, empleo y equidad en la región. Así de simple es el tema, estimular el consumo público y privado favorece la inversión y no la ahoga. Sólo hay que explorar las estadísticas, que como los libros, no muerden.
* Economista y docente universitario.
Por Norberto Crovetto *
El desempeño de la economía argentina en la primera década del siglo XXI ha sido por demás satisfactorio, recuperándose de las décadas del ’80 y del ’90. La tasa de crecimiento de la década del ’80 fue -1,1 por ciento y de la década del ’90 fue 4,1 por ciento. Mientras tanto, los primeros tres años del siglo XXI registraron una caída de 2,5 por ciento y entre 2003-2010 el promedio anual fue de 7,4 por ciento. Es entonces llamativo que existan corridas en contra de la moneda nacional. Por eso intentaremos brindar algunos elementos para entender por qué pudo suceder algo así.
Recientemente el historiador Felipe Pigna rescató un artículo del diario Financial Times de fines del siglo XIX explicando cuál es el negocio de los ganaderos argentinos: cobrar en libras y pagar en pesos, patacones, vales o especies. Es decir, en una moneda que rápidamente perdiera su condición de tal. Así, los costos salariales y los productos industriales nacionales que la producción agropecuaria requiere se depreciaban, aumentando la ganancia del ganadero. Los frigoríficos, en general de propiedad de empresas inglesas, se apropiaban de parte de la ganancia producida por este tipo de estructura productiva. También este sector necesita de insumos industriales a los cuales era conveniente aplicarles igual procedimiento. En el peor de los casos se utiliza la importación, de Inglaterra inicialmente y luego de los EE.UU., si no había producción local.
En efecto, la productividad de nuestro campo es una de las mejores del mundo, y además, lo producido excede las necesidades del consumo de la población, de modo que forzosamente debe ser exportado. Hoy exportamos más del 65 por ciento de lo que producimos en alimentos.
La consecuencia es doble. Por un lado, la generación de una estructura productiva donde hay un sector primario que es muy productivo a nivel internacional y como consecuencia un sector industrial cuya productividad es relativamente menor. Es decir, que la productividad del sector primario es mayor que la internacional, aunque tengamos una industria igual de productiva que la internacional siempre nos va a salir más caro el producto industrial en términos del producto primario. Y esta es una cuestión estructural que descubrió Marcelo Diamand y denominó Estructura Productiva Desquilibrada (EPD).
Dado lo persistente de esta situación a lo largo de toda la historia argentina, aunque con ciclos periódicos marcados por las fluctuaciones en los precios internacionales, se producen dos efectos. Por un lado, como el campo puede producir por encima de las necesidades alimentarias de la población argentina, la presión de las exportaciones tiende a fijar el tipo de cambio en base a su productividad relativa a la internacional, el cual a la postre queda sobrevaluado para los bienes industriales. Pero, al mismo tiempo y por el otro lado, el sector primario no puede dar empleo de la fuerza de trabajo disponible. De modo que estructuralmente las diferentes productividades sectoriales de la economía argentina frente a la internacional genera dos consecuencias: por un lado una tendencia persistente a la sobrevaluación del tipo de cambio junto con una persistente tendencia a la desocupación estructural.
Así, los empresarios industriales tienen sus empresas bajo la tensión de una crisis de insolvencia permanente al invertir y no poder vender a un nivel adecuado. Ello induce a dos medidas, una defensiva y otra imitativa. La primera es actuar como si se fuera “ganadero”, durante los períodos “buenos” (como los últimos años) comprar divisas o bien invertir en divisas, originando una salida de capitales denominada fuga, que acaba por acelerar los procesos de ajuste por cuello de botella del sector externo y perjudicar aún más las ventas de sus propias empresas. Pero, en segundo lugar y una consecuencia más importante que la anterior es que el objetivo, la empresa industrial se enajena, transformando la empresa por venta, generalmente a compañías extranjeras, o por cierre, para comprarse un campo y hacerse productor agropecuario.
Si lo anterior es correcto, la posibilidad de la existencia de la EPD no puede ser sino producto de una política con esos propósitos. Para sólo señalar un par de ejemplos, el bloqueo anglo-francés, la derrota en la batalla de Caseros y el acuerdo de Roca-Runcinman tuvieron el objetivo político de establecer o sostener una EPD. Por lo tanto, la respuesta tiene que ser política, y su correlato la política económica. Las bases de ella tienen que en primer lugar defender el sector externo y su capacidad para generar divisas. Esto permite tener una política de ingresos favorable al desarrollo industrial y al nivel de empleo con un salario aceptable para los trabajadores, que impulse exportaciones industriales, creando un círculo virtuoso. El impulso de exportaciones industriales que “cierre” el esquema del crecimiento no depende tanto de un tipo de cambio adecuado sino de la aplicación de instrumentos de promoción y estímulo, aprovechando la potencia de nuestro mercado interno.
* Profesor de Crecimiento Económico y de Pensamiento Económico Argentino. UBA.
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