Martes, 31 de enero de 2012 | Hoy
ECONOMíA › OPINIóN
Por David Cufré
El último sábado, el suplemento Campo del diario La Nación publicó una nota muy representativa del perfil de lector al que apunta esa edición. “El arte de reprender a un empleado” era el título del artículo –imperdible–, bajo la firma de Oscar Ferrari, quien se presenta como ingeniero agrónomo, director de Difusión Ganadera. De entrada, el autor explica que el objetivo es transmitir “una serie de consejos para realizar reprimendas sin llegar a consecuencias extremas”. “Hay que controlar la ira”, dice en la línea siguiente. “Una emoción tal no hace más que provocar la misma reacción por parte del empleado. El subordinado tiende a defenderse, lo que a veces le impide escuchar aquello sobre lo que se le llama la atención.” Ferrari busca que el patrón pueda maximizar el rendimiento de sus peones y usa el mismo lenguaje con que ese suplemento aconseja técnicas para aumentar la producción ganadera. Si en lugar de personas estuviera hablando de domar caballos, sería lo mismo. “Cuando el patrón pierde el control de sí mismo, los empleados comienzan a perderle el respeto, ya que quien levanta la voz puede estar apelando a ese recurso para tapar las explicaciones de la otra persona”, instruye. En toda la nota no figuran opciones, como desarrollar un plan de estímulos para los trabajadores, programas de incentivos o beneficios, sólo sugerencias para reprender y tener éxito. “Nunca se debe insultar”, siente Ferrari la necesidad de advertir, y se supone que esa lección puede serle útil al empresario rural que está leyendo. “El personal de campo tiene otra idiosincrasia que la que rige en los centros urbanos, donde un insulto se ha transformado en un saludo o en una palabra cariñosa. Dirigido a un peón rural puede derivar en un grave enfrentamiento que desvía la atención del punto principal”, completa Ferrari. El texto sigue por esa línea y termina con un último consejo: “No permita en el establecimiento prácticas equivocadas que lo van a perjudicar o que serán difíciles de erradicar una vez adoptadas”. La nota aparece en la página 6. En la contratapa del mismo suplemento, el que escribe es Gerónimo Venegas, titular del sindicato de peones rurales. Salvo algún milagro, el lector al que se dirige el Momo sigue siendo el mismo que el de la página 6, el patrón de estancia. Y a él le cuenta con amargura cómo existe “una clara persecución política” contra su gremio, por la sanción por ley –con votación casi unánime– de un nuevo estatuto del peón rural. Venegas ni siquiera le pide que no insulte a sus afiliados.
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