ECONOMíA › TEMAS DE DEBATE LA ESTRATEGIA OFICIAL PARA EVITAR LA RESTRICCIóN EXTRANJERA

Bajar la barrera para no endeudarse

El Gobierno extendió el control a las importaciones para preservar el superávit comercial. Otra opción sería apelar al crédito internacional para financiarse con deuda y no ya con dólares comerciales, pero eso acrecentaría la vulnerabilidad externa.

Producción: Tomás Lukin

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La sintonía fina

Por Ramiro Manzanal *

Uno de los aspectos centrales del actual modelo económico ha sido el superávit del sector externo. La reconocida dupla formada con su gemelo fiscal ha merecido especial celo y ha funcionado consistentemente con una exitosa política de progresivo desendeudamiento externo. De esta manera, la abundancia de dólares comerciales ha contribuido generosamente con la hasta ahora siempre superavitaria cuenta corriente y ha permitido financiar el crecimiento con ahorro interno. Para completar el cuadro, el tipo de cambio competitivo funciona a la vez como cimiento sobre el que se sostiene ese superávit externo, al tiempo que alimenta la acumulación de reservas, otorgando al BCRA los grados de libertad necesarios, a su vez, para un manejo a medida de la paridad cambiaria.

Resulta innecesario abundar sobre lo que sucedía décadas pasadas. Es harto conocido, y existe frondosa literatura al respecto, cómo la llamada restricción externa operó como una limitante del crecimiento de la economía argentina, caracterizada por su incapacidad para hacerse de las divisas necesarias para afrontar políticas de desarrollo sostenibles en el tiempo. El actual esquema ha permitido minimizar la vulnerabilidad de la economía a shocks provenientes del exterior. La Argentina dejó de lidiar con viejos y repetidos espectros, como las corridas bancarias, pérdida de reservas y devaluaciones.

Sin embargo, desde hace un tiempo comenzó a vislumbrarse una disminución del superávit en la cuenta corriente. Todo parece indicar que a esta altura se ha desvanecido dando paso a una situación de equilibrio. El Gobierno ha comenzado a tomar medidas para revertir el proceso, por ejemplo, extendiendo los controles a las importaciones; mientras que en algunos ámbitos se cuestiona, curiosamente, la necesidad de mantener el superávit. Así, para el año en curso, el número apuntado en lo que a superávit comercial se refiere pareciera ser el de los 10.000 millones de dólares, valor que permitiría afrontar los compromisos de deuda y las demandas del sector privado sin afectar las reservas.

Ahora bien, ¿qué hacer frente a este escenario de caída en el superávit si éste se profundiza? Hay quienes señalan la alternativa de apelar al crédito internacional, optar por financiarse con deuda y no ya con dólares comerciales. Si bien es cierto que la Argentina tiene bajos índices de endeudamiento, y por lo tanto espalda, ¿por qué tomar deuda si se puede evitar? ¿Para qué incrementar la vulnerabilidad externa, siquiera un ápice, si no es estrictamente necesario? ¿A qué tasas? ¿Por qué dar el evitable primer paso por el conocido camino del sobreendeudamiento? La Argentina vivió en la historia reciente dos grandes fases de sobreendeudamiento, en las décadas del ’70 y del ’90, ambas experiencias decantaron en default y reestructuración.

También hay quienes marcan que otros países de la región, y específicamente Brasil, conviven con déficit en cuenta corriente, financiado con endeudamiento externo y flujos de IED. Se preguntan, entonces, por qué Argentina no podría recorrer un camino similar. Lo cierto es que se trata modelos diferentes. En Brasil, por citar sólo algunas diferencias, coexisten un tipo de cambio apreciado y un sistema de metas de inflación. Y así como la Argentina enfrenta el interrogante sobre la cuenta corriente, la economía brasileña lidia con sus propios fantasmas, por caso, el de la reprimarización de su estructura productiva. Dado el amplio margen en lo que a intervención con herramientas de política económica se refiere, la mejor alternativa parece consistir en continuar operando sobre el fortalecimiento del superávit comercial. El terreno es fértil, los términos de intercambio son propicios y el tipo de cambio es aún competitivo. Vigorizar el proceso de sustitución de importaciones, tal la intención en este momento por ejemplo mediante el plan para sustituir bienes de capital, es una opción ineludible. Existe margen, también, para la búsqueda de fuentes alternativas de divisas en sectores como el minero, para hacer que parte de las utilidades de las empresas transnacionales se reinvierta en el aparato productivo, o para avanzar en el camino del cambio estructural de las exportaciones asegurando un futuro más sustentable aún de la balanza comercial. En definitiva, la sintonía fina es eso, moverse dentro de los márgenes del modelo. La alternativa es un paso atrás, el evitable riesgo del viejo sendero, que termina siempre igual, sólo basta echar una mirada hacia la Acrópolis.

* Economista-AEDA.


La sustitución

Por Pablo J. Mira *

Finalmente, parece que se ha encarado el camino hacia la sustitución de importaciones. El carreteo tomó velocidad ante la potencial reaparición de la restricción externa, aunque esta política todavía se ubica en el terreno de la prevención y no de una respuesta de urgencia. De todos modos, históricamente estos procesos rara vez se encaran mediante una política organizada, mesurada y eficiente, porque esos programas de trabajo infinitamente discutidos y rediscutidos finalmente nunca terminan por llevarse a la práctica.

Más allá de lo que haya disparado la decisión, lo más importante de la sustitución de importaciones son sus efectos sobre el complejo industrial local. El cambio en el aparato productivo es un objetivo que parece ampliamente compartido. Por supuesto, no faltan los que marcan continuamente nuestros problemas estructurales, pero que a la hora de atacarlos se oponen porque la sustitución es “ineficiente”; pero en términos generales da la sensación de que hoy el termómetro político es el adecuado para apuntar al desafío.

Tengamos en mente algunos potenciales obstáculos de una transición que es difícil predecir cuánto durará. Primero, hay insumos y bienes de capital y sus piezas que no serán reemplazables en el corto plazo, y que puede convenir seguir importando a riesgo de que el costo productivo sea mucho mayor. Producir energía localmente, por ejemplo, requiere importar para construir nuevas centrales. Tampoco es fácil coordinar con precisión la sustitución de bienes finales, sus insumos intermedios y los bienes de capital necesarios para producirlos, ya que cada productor intermedio puede querer asegurarse antes que tendrá una demanda concreta.

Segundo, no es fácil transformar importadores en productores. Al importar, el problema productivo queda resuelto por otro país, y sólo es necesario administrar razonablemente la comercialización. En los ‘90 miles de productores pasaron a importar, y descubrieron las ventajas de ahorrarse conflictos laborales. Convencerlos requerirá un tiempo.

Tercero, es esperable que transitoriamente la calidad de algunos bienes de consumo no sea la misma que la de los importados, con estándares líderes en el mundo. El efecto es de una sola vez, y tiende a concentrarse en las capas de mayores ingresos.

Una de las críticas a la Industrialización por Sustitución de Importaciones (ISI), que nació en los ’30, era que habría sesgado los esfuerzos sobre el mercado interno, creando estándares de producción más bajos y, en el mediano plazo, un límite a nuestra capacidad exportadora. Pero lo cierto es que la ISI tuvo progresos en materia de exportaciones industriales, que hoy se reflejan en una participación (medida en términos reales) de 44 por ciento en el total de nuestras ventas externas. Esto se logró gracias a un efectivo proceso de aprendizaje durante la fase de protección a la industria local.

La ISI empezó con desventaja porque requería un cambio profundo en la estructura productiva. Pero si en esa época había que empezar de cero, la situación actual es bien diferente. Primero, si bien Argentina no es considerado un país industrial, su producto industrial per cápita para el promedio de los últimos años es de los más altos entre los países de similar grado de desarrollo, y en América latina sólo lo supera México. Argentina aventaja en este rubro al publicitado Brasil industrial en un 20 por ciento. Además, producimos y exportamos automóviles (a Brasil, pero también a Europa), virtud que en América latina comparten sólo Brasil y México. Estos registros no pretenden demostrar que Argentina es una potencia industrial, sólo que no es cierto que estamos irremediablemente destinados a ser un país agrícolo-ganadero.

Segundo, varios economistas industriales han destacado nuestra capacidad para producir bienes con un razonable contenido tecnológico. Somos, en términos relativos, una potencia nuclear y se está encarando uno de los proyectos de radarización más avanzados del mundo. Los ejemplos del Invap o nuestros logros informáticos no hay que interpretarlos como potencialidades sectoriales específicas, sino como un indicador de nuestras facultades educativas y tecnológicas en general.

Tercero, la producción de algunos bienes requiere de una infraestructura adecuada. Si bien queda mucho por hacer, sobre todo en materia energética, la inversión pública se ha reactivado definitivamente y está claro que el Estado está para acompañar el proceso de sustitución mejorando la disponibilidad de bienes públicos. Cuarto, el mundo ya no es el mismo. La revolución de las comunicaciones y la información han significado que ya no hay secretos en materia de desarrollo de técnicas avanzadas en ámbitos variados que permitan alcanzar rápidamente el estado del arte en la organización de la producción y en los estándares de calidad.

Aun cuando existan algunas trabas durante la transición, el punto de partida es mucho más favorable que en otras experiencias. Así, cobra especial peso haber decidido acometer con resolución la difícil tarea de resolver algunos de nuestros problemas estructurales que, según parece, no son tan difíciles de componer.

* Docente UBA.

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