Lunes, 27 de febrero de 2012 | Hoy
EL MUNDO › OPINIóN
Por Eduardo Febbro
Desde París
Los herederos del terror siguen el rumbo de sus mentores. El presidente sirio Bashar Al Assad es una réplica de su padre, Hafez Al Assad. Padre autócrata y torturador de su pueblo, sus rasgos y los del régimen se reflejan en el hijo que lo reemplazó a la cabeza del país en junio de 2000. Ambos aplastaron rebeliones internas arrasando pueblos enteros ante la mansa mirada de la comunidad internacional. Al horror de Assad padre y el de Assad hijo los separan 30 años y dos nombres distintos: Hama para Hafez-Al-Assad, Homs para Bashar. Estas dos ciudades sirias casi fronterizas vivieron bajo el yugo de las bombas y la intervención de las fuerzas especiales. En febrero de 1982, el régimen de Hafez Al Assad enfrentó una revuelta armada en la ciudad de Hama protagonizada por los Hermanos Musulmanes, el grupo político religioso que surgió en Egipto en las primeras décadas del siglo XX y cuya influencia se expandió por toda la región. Hafez hizo de Hama un ejemplo para quienes tuvieran la intención de imitar a los habitantes de Hama: quebró la revuelta en dos fases: primero mandó bombardear la ciudad con armas pesadas y luego hizo intervenir a las fuerzas especiales para que limpiaran, calle por calle y casa por casa, la insurrección popular. Asesinatos de niños, violaciones masivas de mujeres, torturas, saqueos, el balance de aquellos días “ejemplares” dejó un saldo de entre diez mil y 35 mil muertos.
Tres décadas después, el descendiente de Hafez Al Assad repite la experiencia en Homs: bombardeos con artillería pesada, despliegue de unidades especiales, muerte y destrucción, principalmente en el barrio de Baba Amro, donde viven más de 30.000 personas de confesión sunita, hoy totalmente cercadas por los tanques de Bashar Al Assad. El dictador sirio ni siquiera le acordó al CICR (Comité internacional de la Cruz Roja) la posibilidad de evacuar a los heridos. La revuelta siria sigue el movimiento que se inició a principios del año pasado a orillas del Mediterráneo con las explosiones populares que derribaron a los dinosáuricos poderes de Túnez, Egipto y Libia. Bashar no quiere “primavera árabe” en sus tierras. Puede, además, cortar de cuajo todo empuje liberador gracias al poderoso régimen policial en el que se apoya, gracias a la inoperancia de las Naciones Unidas, la tibieza de la Liga Arabe, la hipocresía de la comunidad internacional y al apoyo explícito de Rusia y China. Estas dos potencias, miembros permanentes del Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas, se oponen a cualquier resolución que condene a Siria o conduzca a un apoyo a la muy dispar oposición siria agrupada en el Consejo Nacional Sirio. Beijing y Moscú desbarataron el plan de intervención de la Liga Arabe mientras que la gran mayoría de los dirigentes occidentales parece haber perdido la lengua y las buenas intenciones.
¿Dónde están ahora los salvadores del mundo? ¿Qué se han hecho de las voces de Nicolas Sarkozy, Angela Merkel, el héroe de las decepciones maltrechas, Barack Obama, el primer ministro británico y tantos otros que, el año pasado, no dudaron en sacar los aviones y cañones de la OTAN para asolar Libia y derrocar al coronel Khadafi? Ahora que, semana tras semana, el régimen sirio de Bashar-Al Assad asesina a su pueblo a puertas cerradas, ¿en qué se han convertido todas aquellas ilustres palabras que justificaron que Libia recibiera una alfombra de bombas?
La pregunta se hace extensiva a los progresistas del mundo: ¿Dónde estarán las fuerzas de izquierda que se escandalizaron con los bombardeos de la OTAN en Libia y ahora parecen enmudecidos como si la moral y los valores valieran en un territorio y no en otro? La Unión Europea se limitó a imponer un ridículo embargo de armas. Washington, a su vez, da la impresión de flotar en un mar de ignorancia e indecisiones. Sin embargo, nadie puede ignorar lo que ocurre: Internet, las redes sociales y los teléfonos móviles ofrecen cada día un escalofriante desfile de imágenes y testimonios sobre la metodología de la familia Assad: gobernar con el terror y la matanza.
La cumbre celebrada en Túnez con los Amigos de Siria con la meta de elaborar un marco de acción para coartar el régimen sirio y pactar una transición apenas diseñó un plan para crear hipotéticos corredores humanitarios. “Habrá fuerzas opositoras cada vez con más capacidad”, dijo en Túnez la secretaria de Estado norteamericana Hillary Clinton. La responsable estadounidense esboza así una probable entrega de armas a la oposición al régimen de Bashar Al-Assad. Pero Moscú y Beijing se niegan a contemplar cualquier acción militar o suministro de armas y se oponen a aprobar cualquier plan de transición que incluya la salida del presidente Bachar Al-Asad. Colmo del patetismo, la ONU nombró al ex secretario General de las Naciones Unidas y Premio Nobel de la Paz en 2011, Kofi Annan, encargado de negociar en Siria el fin de la violencia y la promoción de una “solución pacífica” a la crisis interna. El ex secretario general de la ONU tiene un pasado tan prestigioso como empañado por uno de los mayores escándalos internacionales que salpicaron a la ONU: bajo su mandato la ONU organizó en Irak el famoso programa Petróleo contra Alimentos. Se trata de una trama mafiosa y corrupta en la que están implicados Estados, corporaciones, ministros occidentales, bancos, altos funcionarios de la ONU y hasta el propio hijo de Annan, Kojo, conectado con una empresa suiza que proveía servicios dentro de ese plan. Ese es el mediador de la comunidad internacional.
El régimen sirio mata y se divierte jugando a la democracia. A la par de las matanzas en Homs, Damasco entró en un proceso de reformas internas cuyo eje es el referéndum constitucional de ayer y las elecciones legislativas que le seguirán. Pero desde la dictadura del partido Baas, instaurada en 1963, Siria no conoció ninguna elección democrática propiamente dicha. La República de Siria está gobernada por el partido Baas –llegó al poder con un golpe de Estado– cuyos responsables pertenecen casi todos a la minoría alauita.
En el 2000, Bashar Al Assad introdujo reformas en el sistema político. Levantó la prohibición que pesaba sobre algunos partidos y aprovechó la decadencia del partido Baas para darle espacio al Frente Nacional Progresista, FNP, donde están agrupados varios partidos entre los cuales figuran algunos de los que estaban prohibidos bajo el mandato del padre de Baschar. Pero la democracia es una ficción: la gran mayoría de las decisiones se toman en el seno del círculo constituido por el ejército y el partido Baas. En 2000, Occidente apostó por Bashar Al Assad. Veían en él a un hombre joven, formado en Londres, un reformista panárabe empapado de valores democráticos que iba a modernizar un país ahogado por la policía secreta y la represión. La política de la matanza como principio rector demuestra que nada ha cambiado, que la herencia paterna persiste y se despliega con tanta más impunidad cuanto que las nuevas cartas de la geopolítica mundial cambiaron el peso de los actores tradicionales: Beijing y Moscú dictan hoy los destinos de Siria. La historia, entre tanto, ha agregado un nombre más a la ya extensa lista de ciudades mártires que constituyen la memoria del horror del poder contra los pueblos: Homs.
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