Lunes, 26 de marzo de 2012 | Hoy
ECONOMíA › TEMAS DE DEBATE: EL IMPACTO DE LA CRISIS ECONóMICA INTERNACIONAL
El crecimiento anémico de las economías desarrolladas comienza a impactar en las economías de los países en desarrollo, que son actualmente el motor del crecimiento mundial. La desaceleración de China y Brasil y la reacción de Argentina.
Producción: Tomás Lukin
Por Agustín D’Attellis *
El impacto inicial de la crisis internacional sobre la economía real en los países desarrollados fue enfrentado con éxito en una primera etapa gracias a las políticas expansivas. Sin embargo, con el tiempo, estas políticas se fueron diluyendo, generando el estancamiento que se observa en la actualidad. En particular, en el caso de Europa, los países que se encuentran en recesión (Grecia, Portugal, Irlanda, Bélgica, Italia, Holanda y Eslovenia) insisten con la aplicación de ajustes, que sólo profundizan el proceso, con el objetivo de evitar la cesación de pagos de sus abultadas deudas. Basta analizar el costo asumido por el gobierno de Grecia para lograr acceder a su más reciente paquete de ayuda, de 130 mil millones de euros, que tiene entre sus objetivos la reducción del nivel de deuda/PIB a 120,5 por ciento hacia 2020. Entre los compromisos asumidos se destacan recortes por 1100 millones de euros en el sistema de salud y por 300 millones en inversiones, una baja del salario mínimo de entre 20 y 25 por ciento, privatizaciones de empresas públicas y el despido de 15 mil empleados estatales. Además, el gobierno se compromete a incluir en la legislación nacional la absoluta prioridad al pago de la deuda. Las prioridades quedan claras y no parece tratarse de un cóctel ideado para sacar una economía de la recesión.
El crecimiento anémico de las economías desarrolladas comienza a impactar en las economías de los países en desarrollo, que son actualmente el motor del crecimiento mundial. Algunos indicadores de los últimos días dan cuenta de una leve desaceleración de la economía china, aunque la tasa de crecimiento para el último trimestre de 2011 se ubicó en un 8,9 por ciento anual. En el caso de Brasil, la desaceleración se presenta más pronunciada, con una tasa de crecimiento anual para el último trimestre de 2011 de apenas un 2,1 por ciento. Este comportamiento de la economía brasileña genera un impacto directo en la actividad económica del resto de las economías de la región, como es el caso de la Argentina.
Sin embargo, la economía local no presenta signos preocupantes de desaceleración, aun en el contexto descripto (el PIB creció al 9,3 por ciento anual en el tercer trimestre de 2011). Las acertadas medidas de política económica adoptadas durante el último tiempo permiten sortear la crisis de forma
inédita, evitando la aparición de la restricción externa, causa histórica de volatilidad de nuestros ciclos económicos. La administración de la política comercial y la promoción de la industria nacional van en ese sentido. También el sostenimiento de una política fiscal expansiva, que apunta a consolidar el mercado interno, y el consumo de los sectores más postergados, a través de un fuerte sesgo progresivo en el gasto público. La política de desendeudamiento iniciada tras la reestructuración de la deuda y el pago al FMI permitieron otorgar los grados de libertad necesarios para poder adoptar medidas de política fiscal contracíclica cuando el contexto lo requiere.
Esta sucesión de acontecimientos en la Argentina responde a una forma diferente de pensar y entender la economía, desde al año 2003. Esta lógica del funcionamiento de la economía se contrapone a las ideas que sustentan las políticas de ajuste que se encuentran implementando las economías europeas. Como parte de estos cambios ocurridos en los últimos años, tuvo lugar la semana pasada un hecho trascendental para el futuro de nuestra economía: la aprobación de la modificación de la Carta Orgánica del Banco Central. Este cambio permite recuperar finalmente a la política monetaria como instrumento de política económica. En un contexto de crisis internacional como el actual, resulta clave contar con un Banco Central que tenga como objetivos no sólo el control de la inflación sino, también, el desarrollo económico con equidad social, el nivel de empleo y la estabilidad del sistema financiero. También las facultades de redireccionamiento del crédito son esenciales como parte del proceso de desarrollo de largo plazo, generación de empleo y promoción de sectores estratégicos.
La sucesión de éxitos en materia económica durante los últimos años y la comprensión de que la forma de interpretar el funcionamiento de la economía es la correcta generaron la confianza necesaria para que la Argentina pueda contar con un Banco Central activo, donde la política monetaria sea un instrumento más de política económica que ayude a enfrentar la crisis internacional y permita seguir adelante en el actual proceso de desarrollo, protegiendo a nuestra economía de los vaivenes de la economía mundial.
* Economista de La graN maKro.
Por Arturo S. Lewinger *
Cuando estalló la crisis financiera internacional, el G-20 se planteó como objetivo la reforma del sistema financiero mundial. Los economistas ortodoxos impusieron su visión, identificando dos causas principales de la crisis: la falta de regulación y la falta de coordinación macroeconómica.
La primera de esas “causas” puso a las calificadoras de riesgo en el centro de la escena. Dos años después, Standard and Poor’s redujo la calificación de deuda de Estados Unidos, el país más endeudado del planeta y con un déficit fiscal durante 2011 del 8,6 por ciento del PBI. La respuesta no se hizo esperar y, presionado por la investigación del Departamento de Justicia norteamericano, el presidente de la compañía fue reemplazado por uno de los directivos del banco que más auxilio recibió en 2008: el Citibank. Dos años después, los mismos economistas no dudan en pasarse de vereda y criticar estas regulaciones, denunciando que las bajas de calificaciones de deuda soberana, al incrementar el costo de financiamiento, aceleran o precipitan un proceso de default, contribuyendo al caos.
La segunda causa, la falta de coordinación, hace referencia a lo que se dio en llamar “guerra cambiaria”. Esta consiste en la lucha “anárquica” entre países por implementar un tipo de cambio subvaluado de forma de fomentar las exportaciones y salvar sus propias economías de la ralentización. Cuando países como China sufren la crítica de estos economistas, la pregunta a realizarse es si países como Japón o Corea del Sur vivieron superávit comerciales gracias a monedas subvaluadas durante décadas, ¿por qué hoy es visto como una “falla” y en su momento no generaba mayores polémicas? O tal vez, de existir esa coordinación, ¿podrían todos los países vender sus productos sin problemas o se esconde detrás de esto una crisis de sobreproducción que dificulta la colocación de bienes y servicios?
Los economistas ortodoxos detienen su análisis frente a estas apariencias, perdiendo de vista la unidad global en la producción. Este proceso productivo no es puesto en marcha conscientemente para satisfacer las necesidades de las personas sino que, por el contrario, son guiados por una lógica capitalista bien conocida: la búsqueda de mayores ganancias. Esta lógica genera una carrera por reducir los costos entre las empresas, lo que se logra con nuevas maquinarias y procesos productivos que reducen la (antes cara) cantidad de horas de trabajo. Así, la cantidad de productos arrojada al mercado es cada vez mayor al tiempo que genera una capacidad de compra que, pese a que puede ser creciente, no alcanza la misma velocidad. La producción así guiada acumula desequilibrios que se materializan recién cuando la brecha entre producción y consumo adquieren una magnitud suficiente como para manifestarse abiertamente. Estamos allí ante una típica crisis de sobreproducción del capitalismo. La “mano invisible” del mercado que devuelve la unidad entre producción y consumo con devastadoras consecuencias.
¿Cómo es posible que durante más de 60 años este fenómeno no se haya manifestado? Gracias al crédito. El abandono del patrón oro y la posibilidad de imprimir moneda sin respaldo facilitó enormemente los límites en la emisión de créditos (hipotecarios, tarjetas de crédito), dotando con capacidad de compra aparente para poder vender todos los bienes y servicios. Esto explicaría paradojas como que el consumo dentro del PBI de Estados Unidos pasó entre 1970 y 2012 de 62 a 71 por ciento, al tiempo que la participación de salario en el PBI cayó de un 53 a 44 por ciento. Allí, la dificultad de seguir alimentando con crédito al mercado se reflejó en la clara trayectoria descendiente de las tasas de interés fijada por la Reserva Federal desde comienzos de los ’80 hasta 2008, año en que habiendo alcanzado el 0 por ciento pasó a una nueva fase: la de imprimir lisa y llanamente. La historia se repite en los tres bancos centrales más grandes del mundo (Banco Central Europeo, FED y Banco de Japón), los que casi cuadruplicaron la cantidad de billetes desde 2002.
Frente al sobreendeudamiento entran en contradicción: por un lado, las presiones para recortar el gasto (y ser “creíbles” ante acreedores) y, por el otro, la necesidad de seguir endeudándose para no entrar en recesión. En esta línea, el peso del ajuste recae sobre los gastos en educación, salud y protección social. Mientras, por la otra ventanilla, se rescatan bancos privados o se les “regala” cifras inconmensurables de dinero casi al 0 por ciento de interés que son reinvertidas en bonos de gobiernos a tasas mucho más altas o en la especulación en commodities.
* Economista.
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