Sábado, 28 de abril de 2012 | Hoy
ECONOMíA › OPINION
Por Guillermo Levy *
Este título podría remitirnos a la eliminación del impuesto a la herencia que hizo el ministro de Economía de la dictadura genocida Martínez de Hoz el día en que murió su padre. Sin embargo, me refiero a otra herencia que nos dejó el ministro. Unas de las herencias más eficientes de nuestro genocidio reciente. Este legado no se contabiliza en cantidad de muertos, ni cifras de endeudamiento externo. Este legado permeó el sentido común de una parte no menor de la población argentina.
Una cantidad de supuestos sobre nuestra vida económica y social tomaron impulso en 1976 y tuvieron como correa de transmisión una cantidad de intelectuales, que en el sentido gramsciano del término, no necesitaban títulos universitarios para serlo. Periodistas, empresarios, funcionarios y un ejército enorme de reproductores de relatos fueron educándonos en una forma de entender la Argentina.
La Argentina que nacía en ese golpe, y que delimitaba el ministro de Economía en su discurso inaugural del 2 de abril de 1976, terminaría para siempre con la Argentina “cerrada, ineficiente, inflacionaria y artificial” que había nacido al calor del primer peronismo.
La Argentina del desarrollo industrial, la Argentina de un movimiento obrero con capacidad de veto y la Argentina de un Estado interventor que no fuera solo ejecutor de los intereses del establishment, era la Argentina a aniquilar en 1976. El genocidio tuvo eso como finalidad central. Ese exterminio necesario para convertirnos en un país dócil a nuestras clases dominantes –que también se reconfiguraron en esos ocho años en un sector mucho más concentrado, diversificado y con fuertes vínculos con el capital financiero– tuvo, en su tarea de construcción de nuevas hegemonías, una gran tarea pedagógica cuyos voceros de hoy se convierten, más allá de su voluntad y de su opinión del pasado dictatorial, en los herederos más nocivos del genocidio y de uno de sus legados más importantes y perdurables.
La dictadura produjo enormes transformaciones económicas y sociales, y en ese plano también cambios culturales a partir de la difusión masiva de ciertos supuestos que, si bien existían antes de 1976, su reproducción se convirtió en política oficial que cimentó las transformaciones económicas, que posibilitaron la hegemonía por muchos años de la ideología neoliberal. Desde fines de los ochenta hasta la explosión social de diciembre del 2001.
Este legado de Martínez de Hoz en formas de relatos podrían ser:
1. El desarrollo industrial de la Argentina es artificial. La industria sólo existe porque hay un Estado que la protege de la competencia externa y que posibilita que ésta use las divisas que produce el único sector realmente competitivo de la economía: el agro.
2. Esta industria nacional es ineficiente y cara. La sociedad la financia pagando más caro productos que puede comprar importados más baratos. También la financia con subsidios, exenciones impositivas que siempre castigan al común de la gente y al sector agropecuario, que es el único que genera divisas que se usan para ese desarrollo.
3. Este modelo industrial, artificial, caro e ineficiente se sostiene con un Estado “populista”. Un Estado con un excesivo gasto público para mantener alto el empleo público, que también se transforma en clientela política. Un alto gasto público para mantener un consumo alto de los sectores populares. Consumo que no es fruto de la productividad de los mismos, sino del uso irresponsable de recursos producidos por los sectores sí realmente productivos.
4. Este Estado también sostiene, decían entonces, empresas públicas como trenes, aviones, gas, luz, teléfonos y petróleo que son ineficientes y que insumen una enorme cantidad de fondos en su mantenimiento. Además son un botín de los gobiernos de turno. El Estado no tiene que ocuparse de cosas que la actividad privada hace mejor a partir de un nacionalismo impostado que no permite un auténtico desarrollo, que sólo puede venir de las inversiones –sobre todo extranjeras– que van a aterrizar solo en países en que les garanticen reglas claras. Acá nace la idea, en forma de sentido común, acerca de la “seguridad jurídica” para las inversiones que no hay que ahuyentar de ninguna manera.
5. Por último, todo este modelo cerrado, improductivo, costoso, que genera situaciones de bienestar artificial y sobre todo inflación, se sostiene con un sindicalismo poderoso, que mantiene un nivel salarial incompatible con las necesidades de las empresas de ganar, invertir y mejorar la productividad para ser competitivas nacional e internacionalmente, cosa que a la larga va a redituar a todos, como plantea didácticamente la teoría del derrame, tan popular en los ochenta y noventa.
Estos supuestos, bases del pensamiento neoliberal en la Argentina que se empieza a difundir masivamente en medio del genocidio y se vuelve hegemónico en los noventa, hoy funcionan como la base de la lectura de la realidad y de la historia reciente que sigue convenciendo mucho y a muchos. El triunfo parcial de esa mirada sobre la Argentina tiene una relación de sangre directa con los miles de desaparecidos, relación que nunca asumirán los que hoy esmeradamente buscan asustarnos de la mano de empresarios y funcionarios europeos, acerca de los peligros del populismo, de la soberanía estatal, o de las inversiones que se escaparán.
El proyecto de expropiación de YPF es un movimiento fuerte que más allá de los dólares en juego y de los límites que tenga, marca un ataque a esa mirada y representa un intento por revertir un modelo de Estado que solo se limite a gerenciar los intereses del capital.
Las clases dominantes, productoras de golpes de Estado, matanzas, fugas de capitales y crisis recurrentes, pero nunca del todo identificadas por la población, seguramente están alertas. Tienen sus periodistas de grandes medios como voceros a su servicio, sus dirigentes políticos, sus representantes extranjeros y también tendrán sus agentes en la estructura estatal. Saben que esta medida, más allá de que algunos de ellos también se beneficien, revierte –tanto en lo económico como en lo político y en lo cultural– el legado dictatorial que supieron construir tanto como muchos fallos judiciales condenatorios de represores.
Los herederos de Martínez de Hoz tienen una voz poderosa, nos ponen acríticamente en contra del límite a las importaciones, nos tratan de convencer de lo tremendo de controlar la circulación y fuga de divisas, siempre apelando a ejemplos puntuales posiblemente lógicos, y ahora están desesperados por mostrarnos la tragedia que sobrevendrá cuando el Estado coadministre la principal empresa energética. Por suerte, por más que están ahí, en nuestra pantalla y diarios, hoy por hoy y desde hace algunos años vienen perdiendo posiciones en el sentido común. Su prédica ya no es todopoderosa, por lo tanto ellos tampoco lo son.
* Docente de la carrera de Sociología; investigador de la Untref.
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