Lunes, 18 de agosto de 2014 | Hoy
ECONOMíA › TEMAS DE DEBATE: CóMO ENFRENTAR LAS DIFICULTADES EN EL MERCADO LABORAL
La muy favorable evolución del empleo en la última década se fue desacelerando a partir de 2008 y hoy padece la amenaza de políticas de ajuste empresarias. Cómo responden las políticas públicas: una propuesta de rectificar el rumbo y otra que plantea contemplar otras formas actuales de empleo.
Por Javier Lewcowicz
Por Javier Lindenboim *
Después de un decenio durante el cual hubo un nutrido aumento de la dotación laboral, podría pensarse que los temas de empleo han dejado de constituir un motivo de inquietud. Lamentablemente no es así.
Sabemos que en el último decenio del siglo pasado hubo poco aumento del empleo, resultado al que se llegó por una pérdida de puestos asalariados protegidos (en blanco) y una ampliación del trabajo precario. En la década reciente, en cambio, el empleo creció mucho, siendo mayoritario el trabajo protegido. El total de asalariados aumentó 4 por ciento en los ’90 y 40 por ciento entre 2003 y 2013.
Pero dicho balance decenal encubre diferentes comportamientos temporales y sectoriales que vale la pena destacar. Las características más valoradas del decenio último se explican casi por completo por lo acontecido hasta 2007. El acumulado de los últimos seis años da cuenta de apenas el 40 por ciento de incremento ocupacional. Dicho en otros términos, entre 2007 y 2010 aumentó lo mismo que lo que crecía por año antes de esa fecha. Y desde 2011 la creación de empleo fue aún menor, apenas cubriendo el aumento de la población.
Una ilustración impactante la proporciona el empleo asalariado industrial. Hasta 2007 aumentó 37 por ciento; en el trienio siguiente, menos del 2 por ciento, y otro tanto entre 2010 y 2013. El predominio del empleo protegido se extinguió en el último trienio, durante el cual se perdieron puestos protegidos, y la pequeña mejora sólo se explica por el alza del empleo precario. El caso de la construcción es muy similar, con la salvedad de que, hasta 2007, fue la rama que más rápido creció (si bien el 40 por ciento correspondía a trabajo precario).
El empleo estatal, a su vez, crecía hasta 2007 a un ritmo que era menos de la mitad del promedio. En los dos trienios posteriores, por el contrario, sostuvo el incremento global. Su ritmo fue dos o tres veces superior al promedio de asalariados. No es, como se ha dicho, que el empleo estatal haya sido el único que aumentó en los años recientes. Pero modificó su incidencia de manera notable. Pasó de aportar apenas un 7 por ciento a significar entre un cuarto y un tercio del (magro) incremento ocupacional reciente.
Los no asalariados (patrones y cuentapropistas) aportaron hasta 2007 apenas un 4 por ciento del incremento ocupacional, pero en el último trienio decuplicaron su aporte: cuatro de cada diez nuevos empleos les correspondieron a los no asalariados.
Así, la observación más detallada arroja elementos que deben ser incorporados en la reflexión acerca del punto en el que nos encontramos. El magro desempeño durante el período intermedio puede explicarse por la sequía de 2009 y el impacto de la situación internacional desfavorable. Pero luego la persistencia y agudización de tal comportamiento del empleo sólo se entienden a partir de las crecientes dificultades económicas.
Hasta aquí, no aparece el desempleo como una amenaza muy importante, pero hay síntomas de “desaliento”, lo que se observa en la caída de las tasas de actividad y de empleo.
Debe recordarse que la creación de empleo depende en alto grado de la dinámica económica. De hecho, en los primeros años de la gestión iniciada en 2003 se consideraba que toda la gestión estatal debía reposar en preservar la dinámica ocupacional que traería, por añadidura, la superación de los graves problemas provenientes del período de la convertibilidad y de su eclosión. A tal punto que se rechazaban propuestas de política social por fuera de la creación de empleo.
El buen desempeño de aquellos primeros años fue sostenido, en alto grado, en la recuperación del dinamismo de la pequeña y mediana empresa a partir de la devaluación, en el alivio fiscal durante un trienio por el no pago de capital e intereses de la deuda pública, en la irrupción de grandes demandantes internacionales que favorecieron a toda América latina, en la introducción en 2002 de retenciones que financiaron el gasto público y luego ayudaron a captar los altos valores de las commodities regionales. Es posible que se haya creído que tal situación favorable representaba un nuevo esquema económico y ocupacional.
La sucesión de equívocos en las decisiones macroeconómicas del último bienio no ha hecho más que contribuir al deterioro económico y, por tanto, a dificultar la creación de empleo. También, hace tiempo, ha dejado de recuperarse la capacidad adquisitiva del salario y se estancó la precariedad laboral. ¿Podremos rectificar el rumbo a tiempo?
* Director del Ceped/UBA e investigador del Conicet.
Por Lorena Putero y Mariela Molina *
El problema del acceso al trabajo formal, de magnitud creciente desde hace más de tres décadas, se ha agudizado en todo el mundo luego de la crisis financiera desatada en 2008 en EE.UU. El aumento del desempleo, la precariedad y la informalidad laboral plantean nuevos desafíos para las políticas públicas, en especial debido a que son los jóvenes quienes se ven más afectados por estos fenómenos. Según datos de la OIT, el desempleo juvenil mundial alcanza el 13,7 por ciento y en América latina y el Caribe hay 21,7 millones de jóvenes que no estudian ni trabajan. En este contexto mundial, saludamos la implementación por parte del Estado nacional del ProEmpleAr, una política que articula diferentes planes y programas ya existentes, como el Progresar y los programas de empleo y capacitación del Ministerio de Trabajo de la Nación.
El programa consiste en un conjunto de instrumentos para proteger y promover el trabajo registrado e incentivar la inserción laboral de jóvenes y trabajadores en situación de vulnerabilidad. Por un lado, busca integrar las políticas de formación profesional y apoyo para lograr un mayor nivel educativo con prácticas de entrenamiento laboral realizadas en empresas. Antes, un joven en situación de vulnerabilidad social debía optar entre ser beneficiario del programa Progresar o de algunos de los programas de capacitación de empleo, mientras que ahora puede acceder a ambos. Por otra parte, se otorgarán incentivos a los empleadores para la contratación, a fin de mejorar de forma sistémica la inserción laboral. En suma, los anuncios constituyen un salto cualitativo, ya que permiten trazar una trayectoria orientada hacia el empleo registrado.
Ahora bien, en el contexto actual de transformaciones del mundo del trabajo, el mercado laboral se tornó un espacio inseguro en muchos aspectos. El trabajo asalariado hoy no constituye el único generador de identidades, las cuales se presentan fragmentadas en torno del trabajo. Así, aparece una nueva identidad, la del trabajador autogestionado. Las experiencias basadas en este tipo de trabajo comparten una característica fundamental: un fuerte arraigo territorial, son empresas que además de cumplir con sus objetivos productivos y/o económicos incorporan objetivos sociales. La autogestión ha desarrollado un conjunto de saberes y formas de resolver determinadas problemáticas que resultan fundamentales, donde los trabajadores toman todas las decisiones que atañen a las problemáticas de la empresa, como la distribución de los ingresos, y que resultan fundamentales para la formación y transmisión de la cultura basada en el trabajo como eje de apoyo.
A pesar de las ventajas planteadas, este sector sigue siendo visto como temporal, marginal y muchas veces se lo asocia a la subsistencia. De este modo, queda relegado de propuestas como las planteadas por el ProEmpleAr, lo que pone a los actores de la economía social en desventaja respecto del resto de las empresas, que pueden recibir subsidios para la contratación de trabajadores capacitados.
En este sentido, advertimos la necesidad de incorporar a los distintos actores de la economía social al ProEmpleAr, implementando las capacitaciones que en muchos casos implicarán para los destinatarios “su primera experiencia en un entorno de trabajo”. Compartir e intercambiar con los trabajadores de la economía social puede servir de catalizador para la transmisión de saberes y valores que forman parte de una cultura del trabajo colectiva. Esto se torna aún más importante, dado que muchas cooperativas se encuentran carentes de trabajadores formados y requieren la incorporación de jóvenes para crecer y que pueda darse el recambio generacional. Asimismo, revisten un alto compromiso con la formación y el desarrollo de la comunidad, muchas realizan actividades extraproductivas.
En definitiva, sería importante pensar en la posibilidad de ampliar la propuesta del ProEmpleAr, circunscripta al marco de un grupo determinado de empresas, hacia el sector de la economía social y popular. Es decir, hacia una especie de “ProTrabajo” que reconozca la diversidad de respuestas que han construido los trabajadores y que fortalezca el apoyo que hoy otorga el Estado a este tipo de experiencias. Donde, por ejemplo, un neuquino pueda tener su primera experiencia en Zanon o la cooperativa textil Pigüé, que pueda ser la puerta de entrada al mundo del trabajo para muchos jóvenes.
* Investigadoras del Centro de Estudios Económicos y Sociales Scalabrini Ortiz (CESO).
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