Lunes, 18 de agosto de 2014 | Hoy
EL PAíS › OPINIóN
Por Eduardo Aliverti
Las últimas semanas, y la pasada en particular, fueron pródigas en asuntos que se prestan a la (aparente) frivolización de la política. No es cuestión de lo que se propone, sino de lo que se responde.
Una única salvedad es el anuncio de la recuperación identitaria, genética, del nieto de Estela. Por lo demás, las decisiones o, directamente, el poder de iniciativa que mantiene el Gobierno, sólo encuentran contestaciones triviales, sin soporte elevado, sin otro rigor que la brusquedad. La denuncia penal contra la imprenta Donnelley, de capitales estadounidenses y vínculos con los fondos buitre, fue explicada en los medios opositores como otro intento demagógico de un oficialismo desconcertado. La empresa declaró una quiebra insólita y dejó en la calle a 400 trabajadores, de la noche a la mañana, con los pagos de la plantilla al día, relación activo-pasivo ampliamente favorable y una deuda con el fisco de apenas 100 mil pesos. Entre sus accionistas hay grupos inversores que son socios del Elliott, propiedad del litigante buitre Paul Singer. Ese sostén de la denuncia oficial, por vía de la polémica Ley antiterrorista, encontró como respuesta que el Gobierno monta una cortina de humo. ¿Es esa una observación seria, fundamentada a la altura técnica de la acusación? Se ratificó el envío al Congreso de las reformas a las leyes del consumidor y de abastecimiento. La Presidenta dijo que “nadie quiere fundir a los empresarios, pero tampoco que fundan a los consumidores”. No son leyes novedosas ni suponen una intervención estatal mayor a la que ya rige en la letra. Habilitan o nominan la utilización de lo que no se utiliza, y habrá de verse si en verdad el Estado cuenta con los recursos para aplicarlas. Pero alcanzó para activar una fantasía de persecución en industriales, banqueros, ruralistas y políticos de la oposición, mediante el gastado sambenito de que se afectarán las inversiones privadas. ¿Es eso una reflexión sensata?
El episodio que se registró hace algunos días en una presentación de Fauna es el más tentador para dejarse llevar por análisis de superficie. El hecho y las posteriores declaraciones de Elisa Carrió son casi irresistibles. Invitan a aprovecharse políticamente de inmediato, siendo que pocas veces, o ninguna, se vio algo parecido. Pero hay diferencias sustantivas entre la sensación ipso facto que se produjo y la profundidad ideológica que subyace debajo de esa huella. De esto último se trata: de ideología, y del proyecto o razonabilidad política que la sustente. Si es por juegos retóricos, aunque con pretensiones de significado mayor, uno mismo viene denominando Fauna a lo que en el significante se llama Faunen. También suelen hacerse referencias, profesionalmente imprudentes, acerca de la estabilidad psicológica de la doctora Carrió. Valga el reconocimiento, sin embargo, para reforzar una certeza. El bochorno del lunes pasado no es el primero ni será el último de Faunen/Fauna. Sólo es el más impresionante, y no es para menos. Un nuevo intento de ofrecerse armónicos en una escenografía de living en espacio físico reducido, delante de muy escasa concurrencia; sonrisas forzadas, quizá conscientes, todos, de estar sostenidos por un hilo y a la espera de que las dos personalidades mediáticas principales no se alteraran; Solanas, fermentado, al señalar que el límite del amuchamiento es Macri y la “derecha moderna” que, entre otros, encarna su despechada coequiper; Carrió, quien termina arrasando el decorado cuando toma su cartera y se va, mientras Solanas sigue de convocatoria nacionalista al frente de un variado gorilaje que deja de escucharlo. A las pocas horas, la chaqueña ratifica el cierre de lo que apenas es otro capítulo, se regala al confort de una de sus sedes periodísticas preferidas y concreta un acting destacado, cuya paja y trigo es necesario separar. Déjese de lado si su histrionismo es teatralización pura o reflejo de convencimiento auténtico, y mucho más si su papel de víctima azotada por ajenos y propios espeja algún disturbio psíquico. Algunas de sus provocaciones son difíciles de rebatir. Conviene reparar en su dicho de que no la vengan a correr por izquierda sus falsos compañeros que son de derecha, que aceptaron aliarse a ella o que no tuvieron problema alguno en recibir votos desde ahí. Carrió tiene en eso toda la razón del mundo. Y ese aspecto está bien adelante de la tentación por decir que está loca, que es demasiado obvia su envidia enfermiza hacia Cristina, que algo la lleva a destruir cuanto construye y los símiles que se quieran. Quien no desee aceptarlo debería preguntarse si acaso no es cierto que Solanas se refugió en ella para hacerse senador, aunque también pueda serlo que ella lo buscó a él para darse algún baño de –digamos– imagen nac&pop. ¿No sería Pino quien estaría más extraviado si piensa que Sanz, Morales, Lousteau, Cobos, el milico Aguad o el socialista Binner, quien ahora cree o siempre creyó en lo eficaz de la mano invisible del mercado, son un oculto zurdaje patriótico? La mejor columna al respecto fue el humor de Rudy y Daniel Paz, en la portada del viernes en este diario. Pino declara que debe quedar claro que en Unen no hay lugar para la derecha. El cronista le retruca: “Pero, ¿y Sanz? ¿Y Cobos?”. Pino aclara: “Quiero decir que no hay más lugar para la derecha”.
Es así como resulta fácil distraerse con esa bolsa felina que representa Fauna. Pero no deja de ser un oteo de superficie, o previsible. Cabe aceptar que no es un dato menor, porque ese sitio se fragua en una porción estimable del electorado, nucleada alrededor de un antiperonismo visceral, ultraconservador, incluso con ribetes racistas. Es absurdo suponer que ese escándalo en el Palacio Rodríguez Peña corregirá los sentimientos profundos del mercado gorila. A lo sumo, la situación fue todo lo impresionante que se debe como para preguntarse a dónde irá a parar la fragmentación de esos votos. La respuesta es fácilmente utilitaria: a Macri. Se agrega a ello la versión menemista significada por Massa, que intenta vender garantías de gobernabilidad peronista. Pero, ideológicamente, todos acaban en el pensamiento de derechas que el macrismo enuncia sin cortapisas. La traba es que no pueden manifestarlo. Por eso, el intendente porteño es el parteaguas que explica los zarandeos estomacales, y las vueltas y más vueltas, de prácticamente toda la oposición. Es quien marca el límite de sincerarse, pero con el pequeño detalle de que su construcción nacional es tan pobre como la de Massa y de que, como éste, carece de candidato en la provincia de Buenos Aires. A su vez, eso acentúa la incertidumbre del establishment acerca de a quién apostar. Por descarte, los grupos concentrados de la economía y sus voceros mediáticos ponen fichas en Scioli pero les preocupa, seriamente, la capacidad que pueda tener el kirchnerismo para condicionarlo. En síntesis, la derecha sabe qué hacer, como siempre, sobre perforaciones inflacionarias, amenazas y concreciones contra fuentes laborales, especulaciones financieras y socavamiento comunicacional, frente a un Gobierno que la perjudica bastante menos que lo que proclama. Pero no sabe en dónde y con quién guarecerse, si es por eficacia asegurada, para su representación política futura. Es entonces que le surge una dificultad (muy) complicada porque, después o ante todo, enfrenta a un kirchnerismo que conserva liderazgo con una base electoral ratificadamente sólida, en torno del tercio de la población, y, como si fuera poco, lo logra sin que Cristina marque a su candidato, sea que vaya a ser de su estricta preferencia o fuere alguien impuesto por las circunstancias. ¿Cuál es el motivo de que sucedan esa permanencia y ese desafío? ¿La nada? ¿Los efectos del populismo que derecha y derechosos insisten en advertir desde la vagancia intelectual? ¿Después de más de diez años todo se explica por obra de choripanes y planes asistencialistas?
Natalio Botana, politólogo e historiador que es sobrino del mítico empresario periodístico uruguayo, escribió en La Nación del viernes un artículo que resume, desde sí mismo, las insolvencias del espacio al que responde. La nota se tituló “Que la oposición no se duerma”, y un forista del propio diario le preguntó cómo pretende semejante cosa de lo que jamás estuvo despierto. Chicanas aparte, Botana urge a que Massa y peronismo disidente, macrismo y Unen encaren la tarea de generar ofertas convincentes. Dice luego que “es una carrera para atrapar la transmisión de la imagen que mejor calce con las demandas de la población, lanzando consignas amplias contra fallas lacerantes –inflación, inseguridad, corrupción– sin reparar en el análisis de los medios aplicables a tales fines”. Agrega que “los proyectos de políticas públicas y desarrollo –dato positivo– se generan en otro circuito, fuera del ámbito de los partidos, como si las deliberaciones y los consensos sobre temas sustantivos se les escaparan de las manos”. Y remata que “los partidos, los pocos que quedan, deberían quizá tomar nota de esos encuadres, de sus efectos y estilos, y de los asuntos pendientes en materia de gobernabilidad. Pasar de una democracia electoral a una democracia institucional que conjugue el cambio y la alternancia con la duración de las políticas de Estado”. Este escrito de educación democrática refuerza el interrogante de con qué y con quiénes se propone la derrota del Gobierno. ¿El peronismo disidente, el macrismo y Unen son partidos políticos o adaptaciones mediáticas? ¿Se puede concebir esa batalla de egos como un unívoco posible? Y en todo caso, ¿cuál sería un ofrecimiento creíble desde esos intereses y representaciones que ya supieron conducir el país al desastre de comienzos de siglo?
Suele decirse, con ánimo negativo, que del kirchnerismo ya se sabe lo que es. Vale. De los demás también se sabe lo que son.
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