Sábado, 15 de noviembre de 2014 | Hoy
ECONOMíA › PANORAMA ECONOMICO
Por Alfredo Zaiat
La figura del economista ha adquirido un espacio desproporcionado en la consideración pública como analista, promotor y actor principal de la gestión de políticas. Es una distorsión que inunda de confusiones la interpretación de los acontecimientos económicos y sociales. El origen de esa desviación no se encuentra en la expansión de las finanzas, el desarrollo mediático y la ansiedad social por saber qué va a pasar, sino en la formación del profesional dedicado a estudiar la ciencia económica que luego se desempeña en el sector público y privado. Esa (de)formación no es accidental, sino que es la expresión de las relaciones de poder en un determinado contexto histórico. Es una crisis global sobre cómo se despliega el saber económico. La debacle económica en los países centrales provocó el cuestionamiento a postulados que hasta hace pocos años eran considerados sagrados. Mientras la recesión, el estancamiento y el default sucedían en la periferia del capitalismo, el debate se dispersaba en culpar a gobiernos y políticos, pero cuando alcanzó a Europa y Estados Unidos la critica se orientó también hacia el rol de los economistas y qué se estudia en la universidad. La impugnación adquirió intensidad porque los conocimientos convencionales no brindan herramientas para comprender por qué estalló la crisis en el centro y, en especial, por qué las propuestas tradicionales no sirven para salir del atolladero, sino que lo agudizan.
Desde la irrupción a mediados de año del “Llamamiento internacional de estudiantes de Económicas a favor de una enseñanza pluralista” se han ido sumando hasta totalizar 65 asociaciones de 30 países. El manifiesto suscripto comienza así: “No es sólo la economía mundial que está en crisis. La enseñanza de la economía está en crisis también, y esta crisis tiene consecuencias mucho más allá de los muros universitarios”. La mecha de esta rebelión la encendieron los estudiantes de Economía de la Universidad de Manchester, que crearon una sociedad llamada “Post-Crash Economics” para denunciar que sólo se les enseñaba una visión neoliberal de la economía y exigir cambios en sus planes de estudios. Desde entonces, decenas de asociaciones de estudiantes de todo el mundo se han ido sumando a la iniciativa.
El documento (www.isipe.net/open-letter/) plantea que es el momento de reconsiderar la forma en que se enseña economía, puesto que la falta de diversidad no sólo perjudica la educación y la investigación, sino que limita la capacidad para lidiar con los desafíos del siglo XXI. “El mundo real debe ser traído de nuevo a las clases, así como el debate y un pluralismo de teorías y métodos. Este cambio ayudará a renovar la disciplina y, en última instancia, a crear un espacio en el que las soluciones a los problemas de la sociedad se puedan generar”, indican. Explican que el pluralismo no sólo ayudará a enriquecer la enseñanza y dar un nuevo impulso a la disciplina, sino que conlleva la promesa de traer de vuelta a la economía al servicio de la sociedad. Plantean que tres formas de pluralismo (teórico, metodológico e interdisciplinario) deben estar en el centro de los planes de estudio. El teórico, para ampliar la gama de corrientes de pensamiento representadas en los planes de estudio, alentando el debate y el aprendizaje críticamente de las ideas. Afirman que la uniformidad “es algo inaudito en otros campos; nadie tomaría en serio un programa de grado en Psicología que se centre sólo en Sigmund Freud o un programa de Ciencia política que estudie sólo el socialismo de Estado”. El pluralismo metodológico implica la necesidad de ampliar la gama de herramientas que los economistas emplean para lidiar con cuestiones económicas. Está claro que las matemáticas y las estadísticas son cruciales para esta disciplina. Pero, con demasiada frecuencia, los estudiantes aprenden a dominar los métodos cuantitativos sin tener que discutir por qué deben ser usados, la elección de los supuestos y la aplicabilidad de los resultados. La enseñanza de la economía debe incluir además enfoques interdisciplinarios, puesto que la economía es una ciencia social; y fenómenos económicos complejos rara vez se pueden entender si se presentan en un vacío, separados de sus contextos sociológicos, políticos e históricos.
La insatisfacción ante la labor de los economistas también está presente en la corriente liberal. Uno de sus miembros, el dominicano Frederic Emam–Zadé Gerardino, publicó Los economistas como armas de destrucción masiva. Afirma que “los economistas no sabemos tanto como le hacemos creer a todo el mundo, y no debemos ser tan economicistas en nuestros enfoques y diseños de políticas públicas. Las personas no piensan sólo en términos económicos, ni son tan racionales como supone la mayoría de las teorías económicas, ni la realidad es tan simple como para sintetizarla en unas cuantas ecuaciones, ni siquiera en miles o cientos de miles de ecuaciones”. Observa que “esperar que la realidad vaya a comportarse de la misma manera que los números reaccionan a las variaciones de otros números en una hoja de cálculo en una computadora no tiene fundamento científico y el economista que pretenda que tiene ese conocimiento, es un peligro público”.
Desde otra posición del pensamiento económico, el documento de debate “Enseñanza y ensañamiento del neoliberalismo en la Facultad de Ciencias Económicas-UBA”, elaborado por Andrés Asiain, Rodrigo López y Nicolás Zeolla, también aborda el abuso de las matemáticas en el análisis económico. Calcularon que, en el plan de estudios de esa facultad, el 16 por ciento de la carga horaria de la carrera está compuesta por la enseñanza de matemáticas, y sube a casi el 30 por ciento si se agrega estadísticas y econometría. Comparan ese porcentaje con el destinado a la ciencia política o a la sociología, que no supera en cada caso el 3 por ciento, concluyendo que la utilización excesiva de las matemáticas es el resultado de un proceso que buscó separar a la economía de la política y los conflictos sociales para presentarla como un conjunto de conocimientos científicos presuntamente neutrales. “De esta manera se infunde en el estudiante una formación tecnocrática que elude discutir las implicancias políticas y sociales de las diferentes teorías económicas. Esta prestidigitación fue funcional al avance acrítico de la escuela neoclásica, cuyas recomendaciones de políticas de libre mercado favorables para una determinada minoría de la sociedad global, y en desmedro de las mayorías mundiales, fueron implementadas bajo el disfraz de que se trataba de medidas técnicas que eran el resultado de rigurosos análisis científicos”, señala esa troika de investigadores. Menciona a la vez que la descontextualización entre la realidad económica nacional y la formación que reciben los economistas se evidencia “en hechos insólitos como que la mayor parte de los egresados no haya estudiado la explotación de recursos naturales vitales para el país, como el petróleo y la minería. También se encuentra ausente el estudio de las economías regionales, así como el de las economías latinoamericanas”. El resultado es que el egresado de la carrera carece de elementos para comprender el funcionamiento de la economía argentina, ámbito central donde debería desarrollar su profesión.
Esta controversia de alcance mundial, a partir de la crisis en los países centrales sobre la formación y actuación de los economistas, es un marco conceptual inicial para abordar lo que parece incomprensible: la sucesión de papelones de gran parte de los economistas locales, analizando los diferentes acontecimientos económicos.
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