ECONOMíA › DISTRIBUCION DEL INGRESO, PRODUCTIVIDAD Y OTROS DESACUERDOS
Repartir la torta da trabajo
La pronunciada caída en la tasa de desocupación, según los datos oficiales, precipitó un choque de lecturas. ¿Reflejan estos números un muy bajo nivel de productividad? El porqué del negreo laboral.
Por Julio Nudler
El fuerte repunte del empleo como respuesta a la reactivación económica, según muestran los datos distribuidos el jueves por el Indec, ha desatado entre los analistas una discusión acerca de la mala noticia que encerraría ese fenómeno: una muy baja productividad del trabajo. Como señalaba Página/12 el viernes, en la Argentina actual el empleo aumenta proporcionalmente tanto como el Producto Bruto Interno. Esto implica, en la jerga de los economistas, una elasticidad igual a 1. En Estados Unidos, en cambio, la elasticidad es ahora de apenas 0,08. Esto significa que allá pueden producir más, casi sin expandir la dotación de mano de obra, señal de que la tecnología y otros factores elevan rotundamente la productividad laboral, lo que es malo para los desocupados y a la larga puede también frenar la economía al afectar la capacidad de consumo. Pero, como es obvio, la baja productividad argentina tampoco pintaría un cuadro promisorio si está denunciando un grave retraso tecnológico, amparado por un alto tipo de cambio. Daniel Kostzer, asesor del Ministerio de Trabajo y profundo conocedor de estos temas, ve sin embargo la cuestión de manera bien diferente.
El, como también François Bourguignon, economista jefe del Banco Mundial, sitúa la distribución del ingreso en el centro del análisis. “La recuperación argentina es de manual”, explica. La crisis dejó un amplio margen de capacidad productiva ociosa. Sólo había que procurarse insumos y mano de obra para aumentar la producción. Por ende, en el trayecto de salida de la depresión son incorporados muchos trabajadores, que vuelven a tener poder de compra. El cambio de precios relativos permitió poner otra vez en marcha actividades con alto potencial de empleo, como textiles, confecciones, metalmecánica.
Kostzer considera falaz hablar de baja productividad porque no hay que tomar como referencia el PBI generado sino el potencial. La incorporación de mano de obra permite, dada la dotación de capital existente, ir acercando el Producto a su nivel potencial, mientras el proceso de expansión se realimenta a sí mismo porque la distribución del ingreso, vía más salarios, genera demanda adicional.
Ahora bien: a medida que el Producto potencial vaya siendo alcanzado, esa demanda estimulará inversiones para ampliar la capacidad de producción. En ese momento, la incorporación de bienes de capital y tecnología hará que la elasticidad Producto del empleo (es decir, el aumento de éste para posibilitar aumentos en la producción) tienda a disminuir, bajando de 1 hacia valores más normales. Lógicamente, en esos momentos, para crear un puesto de trabajo habrá que invertir capital en equipamiento y tecnología, requisito que no existió en la reciente recuperación: las máquinas estaban ahí, esperando, ociosas. Pero “nadie se compra el traje de casamiento antes de tener novia”.
La diferencia con el modelo de los ‘90 radica en que entonces el PBI potencial se mantuvo constantemente muy por encima del efectivo y real. La regresividad en la distribución del ingreso impedía que hubiera demanda interna suficiente para acercarlos. Por otro lado, el retraso cambiario desviaba buena parte de la demanda de consumo y de inversión hacia bienes importados. La sobrevaluación del peso también imposibilitaba que la exportación llenara el bache entre Producto real y potencial. En palabras del economista citado, “la Argentina sólo exportaba ventajas comparativas estáticas”.
Kostzer, quien asiste a la subsecretaría de Programación Técnica y Estudios Laborales, cuestiona también el paralelo que se traza entre informalidad laboral y baja productividad. Niega que los trabajadores no registrados correspondan masivamente a microempresas de mínima dotación de capital, que en realidad evaden como única manera de sobrevivir porque su escasa productividad no les permite competir. Su rentabilidad depende dela evasión, según se sostiene. Tampoco avala la idea de que el negreo sea consecuencia del alto costo laboral, en el que inciden los impuestos al trabajo, lo que ha llevado a reducirlos y desfinanciar así al sistema previsional y a la seguridad social.
Para Kostzer, la informalidad laboral deriva del ocultamiento de ventas para evadir impuestos. Esto genera ingresos en negro que las empresas no pueden depositar tranquilamente en el banco. Tampoco es sencillo utilizarlos para adquirir insumos si los proveedores de éstos los facturan en blanco. Lo más fácil es pagar salarios en negro. Visto esto mismo al revés, si una empresa ocultara costos laborales pero no ventas, sus ganancias contables resultarían mayores y debería tributar un 35 por ciento sobre ellas. Por tanto, negrear ventas y negrear salarios son dos caras de la misma moneda.
En Estados Unidos, los motores que impulsaron la economía, en crecimiento desde fines de 2001, fueron las desgravaciones impositivas para los ricos, el aumento del gasto militar y una política monetaria expansiva, de muy bajas tasas de interés. Pero aunque la financiación barata estimula el consumo, las ventajas tributarias no fueron pensadas para franjas medias ni bajas de contribuyentes, que por tanto no ganaron poder de compra.
En cuanto al sector bélico, éste –subraya Kostzer– no es el de 1940, cuando la fabricación de jeeps o la confección de uniformes daba trabajo a mucha gente. Ahora el valor agregado no es salarial sino tecnológico, y es apropiado por un estrecho número de productores armamentísticos que se ocupan de crear cosas como el software para el sistema de navegación de un misil, y cada tipo de misil tiene el suyo particular. Esto, que se hace con mucho capital y apenas un grupo de cerebros, genera enormes ganancias acaparadas por un puñado de accionistas. El impacto en la ocupación es despreciable.