Martes, 7 de febrero de 2006 | Hoy
ECONOMíA › PRODUCTORES DE VINO Y TRIGO RECLAMAN POR LAS VENTAS ARGENTINAS
Por Cledis Candelaresi
Brasil volvió a hacer gala de rápidos reflejos agregando ayer a productores de vino y trigo como potenciales amparados por el Mecanismo de Adaptación Competitiva, al que el viernes ya decidieron acogerse los arroceros de ese país. Difícilmente estas pretensiones devengan en una restricción concreta sobre las exportaciones argentinas de esos productos. Pero la iniciativa de los empresarios, avaladas por el ministro de Agricultura, Roberto Rodrigues, prueba la firme vocación brasileña de presionar por la vía que fuere para resolver a su favor los múltiples conflictos del comercio bilateral.
Cuando el miércoles pasado las administraciones de ambos países anunciaron la firma del protocolo que crea el MAC –mecanismo que habilita la imposición de salvaguardas cuando las ventas de un país dañan o amenazan de modo contundente la producción del otro– nadie sospechó que lo estrenarían los brasileños. Quizá por eso el documento binacional promovió tantos aplausos entre los empresarios argentinos como críticas de los industriales brasileños.
Esas conductas son previsibles si se atiende a que fue el gobierno local el que promovió un freno a las avalanchas importadoras que hoy amenazan básicamente a los sectores “sensibles”, como calzados, textiles o línea blanca. Sin embargo, pocas horas después de aquella firma, los productores brasileños citados arriba plantearon una situación paradójica cuando primeriaron, reclamanado a su gobierno acogerse al Mecanismo.
En rigor, los pedidos brasileños no hacen más que llamar la atención sobre problemas que ya fueron discutidos en el seno de la comisión que monitorea el comercio bilateral e, incluso, que ya dieron lugar a acuerdos entre los productores privados de ambos países. Esto ocurrió tanto con el precio de vino a granel que vende la Argentina (que en virtud de un acuerdo de partes hace poco debió ser subido) como con los valores de exportación del arroz, que a juicio de los agricultores de Brasil llegan a su país a precios depredatorios, muy por debajo del costo de producción. Faltaría arrimar posiciones respecto de las ventas argentinas de trigo y, fundamentalmente, de las harinas que, por tener valor agregado, pagan menos arancel que el grano a la hora de perforar las fronteras vecinas.
El MAC supone una primera instancia en la que el gobierno recibe las quejas de sus productores sobre el daño que le ocasionan las importaciones. Se abre un mecanismo de consulta que tiene por fin forzar a las partes privadas a ponerse de acuerdo para autolimitar las ventas de unos a otros. Sólo si este pacto se frustra, se inicia un proceso de investigación sobre los perjuicios argumentados, que puede terminar en la imposición de un cupo y sobrearancel a las importaciones. Por eso los anunciados planteos brasileños –que podrían engrosarse con los inminentes reclamos de productores de cebolla y ajo– parecen más un estímulo para reabrir o acelerar la discusión con sus pares argentinos que la búsqueda genuina de una salvaguarda.
Este mes está prevista una nueva ronda entre fabricantes de línea blanca de los dos países para seguir acotando el ingreso de heladeras provistas por la competitiva industria vecina, y aún está vigente el pacto de caballeros entre fabricantes de calzados, que en septiembre tuvo que ser apuntalado por la imposición de licencias no automáticas sobre las compras de los productos made in Brazil. Desde los despachos oficiales argentinos esto explica por qué aquí todavía ni se amaga con apelar al flamante protocolo binacional.
Es más. Para la administración argentina el verdadero cometido del MAC es garantizar a los potenciales inversores que su negocio no será despedazado por la competencia brasileña. Un recurso de última instancia, ya que en estos años resultó imposible persuadir al principal socio del Mercosur de que desmantele los subsidios con los que disputa inversiones. Con una burocracia técnicamente sólida y empresarios con gran poder de lobby, Brasil sabe poner límites infranqueables. Quizá por eso hoy tiene licencias no automáticas sobre 3000 posiciones arancelarias, muchas de ellas caras a los intereses argentinos. El tema ni se discute.
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