Viernes, 10 de febrero de 2006 | Hoy
ECONOMíA › OPINION
Por Maximiliano Montenegro
El aumento de la desigualdad que arrojan los últimos datos del Indec es irrefutable. El Presidente fue informado de la mala nueva el miércoles por el sociólogo Artemio López, titular de la consultora Equis. “Los últimos registros correspondientes al tercer trimestre de 2005 muestran un descomunal aumento de la brecha de ingresos” entre ricos y pobres. En el tercer trimestre del año pasado, el 10 por ciento más rico de la población recibió 31 veces más ingresos que el 10 por ciento más pobre. Tal diferencia durante el segundo trimestre era de 25 veces, un registro que venía mejorando desde el anterior pico de desigualdad (30 veces) en mayo de 2002, en tiempos de Duhalde, tiempos de crisis. “El aumento de la desigualdad es el más importante desde mayo de 1994”, advierte el informe del encuestador predilecto de Kirchner. Nunca, ni siquiera durante la década menemista, la brecha había sido tan profunda.
Felisa Miceli ensayó una justificación más política que económica. Cuestionó la metodología de medición de la desigualdad por parte del Indec porque sólo considera los ingresos monetarios, y no capta “todo lo que reciben los sectores más carenciados del Estado y en los noventa no recibían”: viviendas, medicamentos gratuitos, planes de salud, etc. Desde 1974 que la Encuesta Permanente de Hogares del Indec mide de la misma manera la concentración del ingreso. Y por lo tanto, desde entonces, es un excelente termómetro para saber cómo distribuye riqueza el modelo económico vigente en Argentina. Aun aceptando que la “sensibilidad social” de este gobierno es mayor a la de Menem (o que la generosidad de los políticos durante la última campaña electoral fue grande), el aumento de la inequidad es una realidad.
El salto en la concentración de la riqueza se explica, en parte, “en el crecimiento del índice de precios en general y en particular de la canasta de alimentos” durante el año pasado. Pero, además, porque desde la devaluación “6 de cada 10 empleos creados son informales o precarios”. Los empleados en negro, casi uno de cada 2 ocupados en el sector privado, corren muy detrás de la inflación.
Artemio López acercó al presidente Kirchner otro dato, elaborado en base al Indec, que levantó el ánimo presidencial, pero que no atenúa la gravedad de la situación. Entre el primero y el tercer trimestre de 2005, la pobreza se redujo del 38,5 por ciento de la población al 34 por ciento. Así, durante el período, 1.670.000 personas superaron la línea de pobreza. La indigencia, en tanto, habría caído del 13,6 por ciento al 12,5 por ciento, contabilizando unas 700 mil personas menos. Con las nuevas cifras, todavía habría en el país 12,9 millones de pobres y 4,4 millones de indigentes.
“En la Argentina parece consolidarse la paradoja de un país menos pobre y más desigual”, asegura López. ¿Cómo se explica tal paradoja? No es difícil de entender. En los últimos dos años, Argentina creció a una tasa anual del 9 por ciento, sólo superada por China en el escenario internacional. La torta se agrandó y los “ricos” se apropiaron de una tajada cada vez más suculenta. El crecimiento a lo chino permitió también que muchos desocupados consiguieran empleos, precarios, de baja remuneración, pero conchabos al fin que reforzaron los ingresos del núcleo familiar. En otras palabras: “Se distribuye más desigual una torta que creció lo suficiente vía empleo para mejorar los niveles de pobreza”.
¿Qué pasará cuando se deje de crecer al 9 por ciento? ¿Cómo lograr que las familias que asoman la cabeza por arriba de la línea de pobreza porque encontraron trabajo no vuelvan a sumergirse a causa de la inflación? La respuesta está en la búsqueda de la equidad. La reforma impositiva es un camino. Lástima que el Gobierno no se anime a transitarlo.
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