Miércoles, 8 de marzo de 2006 | Hoy
ECONOMíA › REFLEXIONES DEL BANCO MUNDIAL SOBRE POBREZA
Por Cledis Candelaresi
“Si este alto crecimiento se hubiera registrado en la década del 70, cuando la sociedad era más igualitaria, la reducción de la pobreza hubiese sido mayor: uno de los problemas de la Argentina es que tiene una sociedad muy desigual.” La opinión de François Bourguignon, economista jefe y vicepresidente del Banco Mundial, para algunos podría haber resultado una verdad de Perogrullo. Pero resulta menos obvia puesta en boca de uno de los máximos responsables de la entidad que hace años respaldó el denominado Consenso de Washington y las consiguientes políticas de ajuste y apertura poco beneficiosas para cerrar las brechas sociales.
Con aquella reflexión en pulido castellano, Bourguignon clausuró la presentación en la Facultad de Ciencias Económicas de Buenos Aires del último informe sobre desarrollo mundial. Poco antes había analizado el mapa de la pobreza local con el secretario de Programación Económica, Oscar Tangelson, con quien encontró algunas coincidencias a la hora de explicar la pauperización social: en las dos últimas décadas los ingresos de los argentinos crecieron poco y al tiempo que la desigualdad se acentuó.
El enfoque del economista para juzgar el deterioro de la pirámide social argentina es el mismo que está planteado en Equidad y Desarrollo, el estudio presentado ayer. Allí el Banco pone énfasis en la idea de que no es posible que un país crezca sin equidad, entendiendo por ésta “igualdad de oportunidades”, aunque no de resultados. Desde esta perspectiva, las diferencias “de preferencias y talentos” generan ineludibles brechas económicas, aunque las personas tengan similares posibilidades de acceder a bondades básicas como educación y empleo.
“Para acelerar el crecimiento hay que mejorar la equidad”, recomendó ayer Bourguignon. Pero como bien puso sobre el tapete, este postulado no se funda sólo en la obvia pauta moral de buscar la justicia social. La realidad es que las grandes inequidades (que se corresponden con sociedades fragmentadas por la gran desigualdad) “generan ineficiencias económicas” y atentan contra el crecimiento. En sociedades donde los núcleos adinerados conviven con pobres extremos, y el acceso a la justicia y la política es privativo de algunos, “se incentiva el crimen y la violencia y la gobernabilidad es mala”. Es decir, no hay buen clima para los negocios y la inversión.
“No revelaré ninguna receta mágica”, advirtió el economista, antes de alertar sobre la inexorable consecuencia de cualquier política que pretenda solucionar el problema de la pobreza y, por consiguiente, el de las inequidades. “Los privilegiados algo tienen que perder. No hay políticas que contemplen a los pobres y no tengan alguna consecuencia en la elite”, por lo que sí sugirió es que desde el Gobierno se dé toda la “información” posible para que quienes tienen que resignar algo –quizá por la vía de un pago de impuesto– estén sobre aviso.
A pesar del tinte progresista que tienen algunas de estas ideas, la filosofía del banco sigue siendo contraria a cualquier política redistributiva que actúe de modo directo sobre los ingresos. “Si se intenta pasar algo del bolsillo de una persona a la otra, es posible que haya algún escape y se destruyan los incentivos a la producción”, alarmó.
La réplica fue responsabilidad del profesor y ex titular del Indec, Luis Beccaria, quien lo secundó con comentarios sobre el trabajo. El primer punto que relativizó el economista local fue, justamente, la idea de que hay que equiparar oportunidades y no ingresos, al explicar que la desigualdad de resultados también impacta negativamente sobre el crecimiento económico. El ejemplo que eligió para sostener la idea fue la cotidiana situación del universitario desocupado, que tuvo chances de educarse pero es un recurso ocioso.
Beccaria cuestionó otros postulados contenidos en el texto del banco, más acordes con las posiciones tradicionales. Entre ellos, la idea de que es posible combatir la informalidad laboral con mayor flexibilización o quela desregulación y menor intervención del Estado siempre es beneficiosa. “El banco no tiene como objeto intervenir en las políticas sino proveer el análisis sobre instituciones y cómo funcionan los mercados”, se había excusado poco antes el principal expositor.
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