ECONOMíA › LA LLEGADA DE O’NEILL NO DESPERTO EXPECTACION ENTRE LOS ECONOMISTAS
Visita protocolar al culo de las Américas
Lo mejor que se espera de la breve presencia del secretario estadounidense del Tesoro es que sirva para cerrar un acuerdo de mínima con el FMI. Habiendo conseguido estabilizar el dólar y desacelerar la inflación, la Argentina aspira a que ese acuerdo ayude a sostener este logro básico.
Por Julio Nudler
“Nunca hay mucho para hablar con O’Neill”, respondió uno de los economistas a los que Página/12 les preguntó ayer qué podía esperar la Argentina de la fugaz visita del secretario del Tesoro norteamericano, que hoy mismo concluirá esta escapada al Cono Sur con gusto a montaje diplomático. Objetivos como el de “palpar la auténtica realidad” y “entrar en contacto personal con gente de carne y hueso” fueron planteados, de manera retórica, para crear la sensación de que el máximo responsable de la economía estadounidense deseaba reunir elementos concretos para diseñar algo así como una política respecto de la región. De hecho, la administración Bush no ha tenido hasta ahora más que la decisión genérica de no hacer lo mismo que Bill Clinton, pero se ha encontrado de pronto con el colapso argentino y la grave perturbación financiera de Brasil y Uruguay, sin una idea práctica de cómo actuar ante el contratiempo.
Aun en el plano simbólico, O’Neill se las ingenió para volver a meter la pata cuando anteayer en Brasil, al visitar un hogar de niños desamparados, extrajo dos billetes de un dólar, firmó cada uno de ellos y los entregó como obsequio. ¿Cómo interpretar esa ocurrencia de mal gusto? En los hechos, resultó un gesto humillante y una increíble muestra de arrogancia. ¿Cuánto cree que vale su rúbrica?
Aunque más no sea por razones políticas, dado que el país tiene un gobierno provisorio y saliente, las únicas cuestiones que plantea hoy la Argentina son de corto plazo. En este sentido, la presencia de O’Neill –y en particular la de su segundo, John Taylor– sólo interesa si sirve para acelerar la firma del acuerdo –necesariamente mínimo– con el FMI, que desbloquee los desembolsos del Banco Mundial y del BID, ya que los próximos vencimientos con el propio Fondo son mayoritariamente renovables de modo casi automático.
En estos términos, un empujón de O’Neill serviría para que el gobierno no se vea enfrentado al dilema de volver a pagar vencimientos con dólares de las reservas o caer en la cesación de pagos también con los organismos multilaterales. Cualquiera de esas dos opciones encierra el peligro de romper el equilibrio que, dentro de la precariedad, se consiguió en los últimos tiempos, con el dólar estabilizado y, por tanto, la escalada de precios internos en desaceleración.
De acuerdo al análisis de una de las fuentes, esta especie de rellano en que se detuvo la caída de la economía argentina no se ve amenazado por factores de expansión monetaria, salvo los amparos judiciales para los plazos fijos reprogramados. Pero ni la situación fiscal ni el corralito propiamente dicho, cuyo drenaje tiende ya a detenerse, obligarán al Banco Central a emitir más de la cuenta. Por tanto, el miedo a caer en la hiperinflación ha ido desvaneciéndose.
Esto no significa que no exista el peligro, sino que éste no proviene de la oferta monetaria: proviene de la demanda. Es decir, de una brusca caída en la demanda de pesos, ya que es esta demanda la que explica por qué se estabilizaron las cuentas a la vista, aun a pesar de que muchos analistas consideraban que aún contenían una buena porción de dinero no transaccional.
El piso que la demanda de pesos le puso al deterioro podría agrietarse –según temen algunos– si las expectativas sufrieran nuevos golpes. Los más obvios pueden provenir del incierto futuro político y precipitarse al compás de las encuestas preelectorales. Sobran ejemplos de lo mal que se llevan los mercados con los períodos de transición en las democracias de países periféricos. Brasil y la Argentina supieron y saben de esto.
Igualmente perturbador para el aquietamiento de las variables puede ser un nuevo bajón en las reservas para pagar vencimientos –que implicaría una proporcional suba del dólar defendible por el BCRA– o un default con los organismos, que violaría el único tabú que el país todavía no transgredió. Cualquiera de estas disyuntivas oscurecería aún más las perspectivas del futuro gobierno. La sensación dominante es que el único destino verdadero de este breve viaje de O’Neill fue Brasil, una economía suficientemente grande y endeudada como para ser capaz de agravar con su eventual colapso la situación económica de un mundo capitalista en serio riesgo de recesión y desajuste. Además, el propio O’Neill había contribuido a hundir al real con aquel hiriente comentario sobre la ayuda que va a parar a cuentas suizas. De manera que se imponía poner un poco la cara para desfacer el entuerto.
Además de describir la visita del hombre del Tesoro a la Argentina como “meramente protocolar”, uno de los consultados recordó a este diario la enorme expectativa que se creó ante la llegada de los cuatro “notables”, ex banqueros centrales que debían fallar salomónicamente en la divergencia entre Roberto Lavagna y el FMI. Finalmente, la sentencia del cuarteto fue relativamente buena para la Argentina, pero desde su partida no pasó nada. La única novedad la marcó el calendario: con agosto, el Hemisferio Norte entró en receso. Como lagartos tendidos al sol, no será fácil moverlos.
Aunque nadie está sugiriendo subestimar a O’Neill ni al gobierno republicano que representa, tampoco parecería razonable sobreestimar su comprensión de la crisis actual de los países emergentes ni su idea de cómo encararla, de una forma compatible con los intereses norteamericanos. Como hombre de la “economía real”, O’Neill sólo anda repitiendo el objetivo de construir el ALCA, pero olvida las medidas proteccionistas y el Farm Bill de Bush, contradictorias con el libre comercio.