Miércoles, 23 de abril de 2008 | Hoy
EL MUNDO › LUGO ANUNCIA UNA DE LAS MEDIDAS DEL PRóXIMO GOBIERNO DE PARAGUAY
El electo presidente señala que será indispensable que el Poder Judicial se vuelva apolítico en Paraguay. Además, dice que la conformación de su Alianza Patriótica para el Cambio “es una victoria de la nueva izquierda latinoamericana”.
Por J. Marirrodriga *
Desde Asunción
Sentado en el salón de su casa de Asunción, una modesta habitación presidida por una lámina de un San Pedro pintado por El Greco, Fernando Lugo, el presidente electo paraguayo, anuncia cuál será la medida más importante, a corto plazo, de su mandato. “En 2009 la reforma de la Constitución debe estar en la agenda. La actual Constitución no ha tenido el resultado esperado. Para garantizar la independencia del Poder Judicial hay que cambiar sus mecanismos. Tenemos que garantizar que la Justicia sea apolítica”, señala serio. ¿Introducirá la reelección? Se le pregunta. Entonces, el obispo mantiene el silencio y sonríe mirando de un lado a otro aviesamente, provocando la sonrisa de sus interlocutores. Pero no se pronuncia.
Lugo preside una coalición de nueve partidos y aplica en política la misma prudencia que le lleva a medir cuidadosamente sus palabras cuando se refiere a su relación con el Vaticano. Personifica, más claramente que muchos políticos, la dualidad presente en todo ser humano.
“Vengo de una familia que lleva la política en la sangre”, reconoce el hombre que cambió el púlpito por la tribuna cuando el 29 de marzo de 2006 encabezó una marcha de miles de personas contra el presidente Nicanor Duarte. La paradoja es que Lugo, nacido en 1951 en San Pedro, viene de una familia tradicional del Partido Colorado, el mismo con cuya hegemonía terminó el pasado domingo. Es sobrino de Epifanio Méndez Fleitas, un histórico líder colorado opositor al dictador Alfredo Stroessner, del mismo partido. “Mis padres estuvieron más de veinte años en la cárcel y tengo hermanos que sufrieron torturas y exilio”, destaca.
Desde que se ordenara sacerdote, en 1977, siempre estuvo al lado de los que reclamaban justicia social –“lo mío es la opción pastoral por los pobres”–, primero como misionero en Ecuador y luego en diversos puestos en Paraguay. Pero ese compromiso social público en tiempos de turbulencia política no sólo no le costó ningún enfrentamiento grave con la jerarquía católica, sino que fue promocionado, llevado a estudiar a Roma y finalmente ordenado obispo en 1994. “Mis hermanos los obispos”, dice siempre que se refiere a la jerarquía eclesial. Juan Pablo II lo retiró como obispo activo en 2005 y Benedicto XVI lo suspendió a divinis (prohibición de administrar algunos sacramentos y enseñar doctrina) en 2007. De momento, el Vaticano no ha comentado la victoria de Lugo, que no porta el anillo episcopal, pero acepta ser llamado monseñor.
El San Pedro de El Greco es la imagen religiosa en su salón, pero comparte la presidencia junto a una foto del propio obispo en pleno mitin. Pero por sus palabras nadie diría que está sancionado canónicamente. “Yo me pongo a disposición de la decisión que tome el Vaticano como hijo de esta Iglesia. Quiero pertenecer a esta Iglesia que tanto amo, pero buscar una salida de consenso”, comenta para juzgar los rumores de una inminente dispensa de Roma. Acto seguido se define como “un obispo rebelde”.
Y la misma dualidad se traslada al terreno político. “Yo no suscribo ninguna ideología de izquierdas”, suele decir, pero al mismo tiempo reconoce que su victoria del domingo en las urnas “por la conformación de la Alianza es una victoria de la nueva izquierda latinoamericana”. Aunque inmediatamente vienen los inevitables matices. “Algunos de los partidos que forman la Alianza tienen una relación explícita con gobiernos progresistas de América latina. Pero otros sectores quizá más conservadores tienen su postura firme”. Una técnica extrapolable al resto de panorama político. “Es necesaria una mesa de reconciliación nacional”, subraya, pero no deja claro si está dispuesto a gobernar Paraguay en una gran coalición con sus rivales.
Por no definir, ni siquiera deja claro si le gusta más el fútbol o el baloncesto. “Practiqué los dos”, responde. ¿Y cuál es el secreto para que los intereses contrapuestos no choquen? “Administrar conflictos”, dice, y vuelve a sonreír.
* De El País de Madrid. Especial para Página/12.
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