Domingo, 20 de diciembre de 2009 | Hoy
EL MUNDO › ESCENARIO
Por Santiago O’Donnell
Costó reconocerlo, pero el Arturo Valenzuela que pasó por la Argentina con tanto ruido esta semana es el mismo Valenzuela que se lee en la Universidad de Buenos Aires. Generaciones enteras de estudiantes a lo ancho de América latina, al llegar a la bolilla “Chile” en sus cursos de política comparativa, se han topado con los clásicos textos del ahora encargado para la región del gobierno de Obama. Para Valenzuela, su gira inaugural por los países del Cono Sur marca un regreso a sus orígenes. Aunque se haya salteado su país, Chile, el objeto de estudio de gran parte de su producción intelectual, para no mezclarse con la campaña electoral.
Pero, ¿es el mismo Valenzuela?
El tiempo pasa, el mundo cambia, la vida cambia y las ideas se acomodan. En los años ‘70 y ‘80 el joven profesor Valenzuela usaba en sus artículos herramientas marxistas y weberianas para criticar recetas y preconceptos impuestos desde el norte para analizar la problemática latinoamericana. Los autores de esas recetas, agrupados bajo la llamada teoría de la modernización, sostenían que el subdesarrollo de la región obedecía a factores culturales y sociales: la influencia de la filosofía tomista, las ideas feudales del catolicismo y las relaciones premodernas que perpetuaban las culturas indígenas.
Esas influencias producían decisiones “irracionales” que impedían el desarrollo, escribieron los modernistas de la posguerra desde universidades europeas y norteamericanas. “En la Argentina, la aristocracia terrateniente tradicional siente desprecio por el trabajo manual y la construcción de industrias, y eso continúa siendo un factor en la educación de muchos estudiantes”, escribió S. M. Lipset, uno de los padres de la teoría de la modernización.
Pero para el Valenzuela clásico, el de la universidad, el problema principal para alcanzar el desarrollo en la región no era la cultura, sino la desigualdad de los términos de intercambio entre los países centrales y la periferia. O sea, la influencia estadounidense, que a través de sus multinacionales, organismos de crédito y acciones de gobierno dictaba las condiciones de ese intercambio desigual.
En otras palabras, para cumplir sus objetivos económicos, los países centrales necesitaban que los países periféricos siguiesen siendo periféricos. Y las elites latinoamericanas, de manera muy racional, replicaban el modelo de dependencia hacia adentro de sus propios países, generando más desigualdad y tensión social. Ese era el problema y los modernistas simplemente lo ignoraban, escribía Valenzuela.
Treinta años después, una generación de jóvenes líderes provenientes del gremialismo combativo, el catolicismo de base y la izquierda revolucionaria, esos actores “irracionales” que tanto criticaban los modernistas, se han abierto camino para tomar el poder por vía de la democracia, con el mandato y la intención de implantar distintos proyectos de desarrollo, con mayor o menor grado de autonomía con respecto a la hegemonía estadounidense.
En ese contexto, Valenzuela ha vuelto a la región pero para pararse en la vereda de enfrente. Ahora da consejos en nombre de Estados Unidos con más arrogancia académica que tacto diplomático. El nuevo Valenzuela, el que pasó por Georgetown para terminar en Foggy Bottom, el que entró en contacto con la comunidad de inteligencia estadounidense al ocupar un importante cargo en el Consejo de Seguridad Nacional durante el segundo gobierno de Clinton, es un Valenzuela reloaded con ideas nuevas. O no tan nuevas, pero distintas a las de ayer.
Ahora opina que la influencia de Estados Unidos en la región es benévola. “Las democracias latinoamericanas ya no enfrentan amenazas de apoyo estadounidense a las elites que temían que cualquier movimiento reformista era un frente para la expansión soviética. Estados Unidos se ha unido a otros países del Hemisferio Occidental para crear mecanismos que impiden la viabilidad de interrumpir las democracias constitucionales”, escribió el ya por entonces ex funcionario de Clinton en un “paper” publicado en el 2004, “Democracias latinoamericanas interrumpidas”.
Ahora dice que los obstáculos para el desarrollo de la región están en sus sistemas políticos. En el mismo “paper”, Valenzuela escribió que la baja representatividad de los partidos, las peleas entre los presidentes y los Congresos y la falta de consensos para instalar un programa de gobierno han abatido el espíritu democrático que barrió la región durante la restauración de los ‘80, dando paso a democracias débiles, que en algunos casos han derivado en dictaduras, como ocurrió en Perú con Fujimori, o gobiernos “cuasiautoritarios”, como sería el caso con la Venezuela de Chávez.
En ese trabajo, como lo viene haciendo desde hace más de una década, Valenzuela argumentó a favor de la imposición de esquemas parlamentaristas en la región, supuestamente para fortalecer sus sistemas políticos y hacer más eficaces a sus Estados. En su “paper” Valenzuela no se priva de ofrecer ejemplos a seguir, aunque se traten de modelos europeos como los que tanto había criticado cuando intentaron imponerlos los modernistas: la tercera y cuarta repúblicas francesas, Europa occidental a partir de 1789, la Polonia y la República Checa del poscomunismo.
El nuevo Varenzuela dice que es la cultura presidencialista latinoamericana la que impide hacer las reformas que permitirían alcanzar un grado más alto de desarrollo. Y que esa cultura es difícil de cambiar a favor del parlamentarismo porque es heredera de “historias” y “tradiciones” muy arraigadas en la región. Uno sospecha que para el hoy funcionario estadounidense, esas mismas “historias” y “tradiciones” estarían detrás de la “inseguridad jurídica” que tanto le preocupa.
Entonces, Valenzuela, representante del sistema presidencialista por excelencia, Estados Unidos, concluye que ese esquema no se adapta bien a la cultura latina. Por eso nos aconseja adoptar la “prudencia” de Jefferson y Madison, en vez de copiar la letra de la Constitución que ellos escribieron para su país.
En la década pasada las ideas sobre el parlamentarismo latinoamericano de Valenzuela, o más bien las de su maestro, Juan Linz, generaron un intenso debate entre los politólogos de la región y hasta llegó a celebrarse en Brasil un plebiscito sobre ese sistema de gobierno que fue ampliamente derrotado.
Hoy los líderes de la región parecen seguir el camino del “desarrollo dependiente asociado” que tipificaron Fernando Henrique Cardoso y Enzo Faletto en los ’70. Algunos sumaron mecanismos de democracia directa inspirados en la “razón populista” que propone el politólogo Ernesto Laclau.
Para el nuevo Valenzuela, estos últimos están destinados a fracasar porque la llave del desarrollo es la ciudadanía política: partidos fuertes y equilibrados, elecciones competitivas, separación de poderes, libertad de expresión. Durante su gira sudamericana el funcionario de Obama habló mucho de estos temas en público y en privado con gente “moderna” como Macri, Cobos y Cavallo.
En cambio, no se le escucharon muchas definiciones sobre la desigualdad social y la pobreza estructural que persiste en la región según pasan los siglos y cambia la orientación de los gobiernos. Para el enviado de Obama, los conceptos de ciudadanía social y ciudadanía económica parecen ser meros ideologismos.
Néstor Kirchner, Aníbal Fernández y Héctor Timerman ya se encargaron de contestarle al hoy representante de los intereses regionales de Estados Unidos. Pero el mejor crítico del nuevo Valenzuela es el Valenzuela clásico, el de la universidad, aquel abanderado del enfoque dependentista desarrollado en la Cepal de Raúl Prebisch.
Allá por 1978, en uno de sus trabajos más citados, “Modernización y Dependencia: Perspectivas Alternativas para el estudio de América Latina,” Valenzuela escribió:
“La modernización de un país o unidad regional sólo se puede entender a partir de su inserción histórica en un sistema político-económico global... En los países periféricos el desarrollo de estructuras que producen ganancias a los grupos dominantes no conduce a la ganancia colectiva ni a un desarrollo parejo.”
Lo que cambia entre el centro y la periferia no es el nivel de racionalidad, sostenía el joven Valenzuela, sino la estructura del sistema de incentivos. Ese sistema, según el lugar que se ocupa dentro de él, produce distintos comportamientos. Entonces “el cambio surge del realineamiento de las relaciones de dependencia a lo largo del tiempo”.
Esas relaciones cambiaron durante el gobierno de Bush, cuando Estados Unidos apostó todo a las guerras en Medio Oriente y descuidó la región, permitiendo la emergencia de actores postergados. Esos actores parecen haber estudiado bien al Valenzuela clásico. Por eso les cuesta tanto digerir las viejas recetas y nuevas lecciones que vino a impartir el Valenzuela moderno.
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