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Hace pocas semanas, en una nota para un medio gráfico, un periodista me acercó la fotocopia de un radiograma del Ministerio del Interior de diciembre de 1979 que, entre sus argumentos tendientes a evitar la actuación de Almendra en su gira de reencuentro, afirmaba que nuestro grupo fomentaba “el consumo de drogas, el desenfreno sexual y la rebeldía hacia nuestro sistema de vida tradicional”. Eran épocas de dictadura; habían pasado más de 10 años desde la anterior de Onganía, que echaba mano a los edictos policiales para efectuar razzias indiscriminadas y llevar presos a los jóvenes por tener el pelo largo o las faldas cortas.

Días atrás leí un editorial en donde alguien se ocupaba de defenestrar nuevamente al rock acusándolo de estupidizar a la juventud. Me caben las generales de la ley, y no está en mi intención hacer de esto una defensa corporativa del rock, que además no necesita. Creo que cualquier ciudadano tiene la libertad y el derecho de manifestar sus gustos personales y de hacer referencia a las cosas que no le agradan. Pero en este caso no pude dejar de unir aquella declaración con otras que aparecen mencionadas en el mismo artículo. En medio de un diagnóstico apocalíptico para el futuro de nuestro país, encontré términos de otra época como “troskoleninista”, “socialguevarista” (sólo faltó la mención al “trapo rojo” y a la “sinarquía internacional”) y –como tantos– pude percibir la explícita e indisimulada intención de reinstalar entre nosotros la represión en todas sus variantes.

Pocos días después vi también en un noticiero que un condenado a cadena perpetua por delitos de lesa humanidad mencionó elogiosamente citas del editorialista aludido, en su alegato defensivo frente a los jueces.

Son muchas las coincidencias como para soslayarlas. Sobre todo para quienes por cuestiones de edad debimos transcurrir por etapas tan dolorosas de nuestra historia. Por si alguien no lo advirtió aún, el editorialista en cuestión es nada menos que el actual ministro de Educación de esta querida ciudad de Buenos Aires.

Quienes tenemos hijos en edad escolar pretendemos algo más para ellos. Necesitamos a alguien con sólidos antecedentes pedagógicos que sepa desempeñar esa función eficazmente con métodos y pensamientos acordes con lo más evolucionado de la historia de la humanidad, y no con visiones autoritarias y oscurantistas del pasado.