EL MUNDO › OPINION

Brasil ha muerto, ¡viva Brasil!

Por Alberto Ferrari Etcheberry *

Con razón, el acento por el triunfo electoral de Lula se ha puesto en Lula y esta Argentina que ignora a su “aliado estratégico” se ha desayunado rápidamente sobre la excepcionalidad del nuevo presidente. Ya electo, Luiz Inácio Lula da Silva seguía siendo designado por La Nación como “Lula”, entre comillas, ignorando que el antiguo apodo de “Lula”, calamar en portugués, fue legalmente incorporado por Lula a su nombre y apellido.
Algo se ha aprendido sobre el PT, aunque todavía domina la extrapolación argentina propia de un país que se siente ombligo del mundo y se arregla la cuestión hablando de “partido de izquierda”. Lo cual no agota, y quizá ni siquiera comience, la tarea de comprender al PT. Entonces, también, a menudo se concluye dando salida a la propia experiencia: ¿cumplirá o traicionará?
A la vez se dice poco, muy poco, respecto del gran desconocido: Brasil. Y sin embargo este 1º de enero de 2003 el sujeto no es Lula ni el PT, sino Brasil.
Fernando Henrique Cardoso, al asumir en 1994 la presidencia, sostenía que Brasil no era un país subdesarrollado sino socialmente injusto. Su programa debía concluir con la “Era Getulio Vargas”. Ocho años después el Brasil injusto no ha sido alterado por “la socialdemocracia basada en los profesores universitarios”, como se burla Delfim Netto del gobierno Cardoso. Pero, siguiendo el pronóstico de Verissimo, Cardoso cierra la era Braganza, porque “todos los presidentes fueron herederos políticos de los Braganza, los prototipos de la habilidad brasileña de simular una Historia para no tener que hacerla”. Lula comparte el concepto: “Desde que nuestra independencia del reino de Portugal fue declarada por el hijo del rey de Portugal, que después se proclamó Emperador, vivimos en una era, inédita en el mundo, en la que todo en el país, inclusive sus revoluciones, es hecho por una sola clase social”.
¿Exageraciones?, pregunta el ombligo argentino que, le guste o no, es plebeyo y tiene genes gauchos, sarmientinos, mitristas, nuevos ricos roquistas, yrigoyenistas, anarquistas, peronistas y ¡ay! hasta de Menem y de los gordos de la CGT. Repasemos, ombligo. En el siglo XIX de las revoluciones y las secesiones nacionales, la unidad nacional de Brasil se mantuvo sostenida por la esclavitud. Fue el último país occidental en abolirla. Con ella en apenas un año se fue el ya innecesario Imperio, reemplazado por una república (1889) muchísimo más ficticia que la nuestra, en los hechos y en la letra. Por ejemplo, los analfabetos votaron por primera vez en 1988, luego de un siglo en el que el analfabetismo rondó el cincuenta por ciento en promedio. Los padres de Lula nunca votaron, analfabetos ambos. Por otra parte, durante ese siglo pocos países exhibían una educación popular tan mezquina y escasa como Brasil: la esclavitud fue reemplazada por la negación crónica de la ciudadanía, desafiada, eso sí, con el derecho de emigrar al sur. Eran los nordestinos que, comenzando como ejército de reserva, crearon el nuevo proletariado que parió al PT. El viaje de la familia de Lula en camión duró trece días, pero en San Pablo, como recuerda Lula, la madre heroína les dio ciudadanía a sus hijos, esto es, leer, escribir y un oficio.
Esa exclusión es el verdadero Brasil injusto. La pobreza es su efecto. Y ese Brasil injusto comienza a cambiar con el PT, que encabeza en 1984 la campaña por las elecciones directas, que se niega a entrar en el acuerdo “a lo Braganza” que consagra a Tancredo y Sarney, que lidera la oposición a Collor, que se constituye en “la única opción ética”, que es el único partido que se niega a ingresar al golpeado gobierno Collor y que ya está tan fuerte que luego logra impedir la “solución Braganza” e impone la destitución de Collormenem por juicio político.
Y entre muchos símbolos y realidades, hoy que asume Lula me parece que esto es lo que vale la pena subrayar: el Brasil del compromiso y del acuerdo dentro de “una clase sola”; el Brasil cuya continuidad fue siemprecolocar a la nación de “una clase sola” por encima del interés de sus sertaneros, caribocas, mulatos, obreros, campesinos, pobres y marginados; ese Brasil que sin duda muchas veces trajo resultados positivos; el Brasil de la oligarquía dirigente pequeña pero tan amplia que a veces parecía abarcar de los coroneles feudales a intelectuales marxistas o marxianos; el Brasil que nunca puso el voto analfabeto como primera reivindicación; el Brasil racista del “emblancamiento” (“El dinero blanquea”, es el dicho; aunque también el prestigio, como indica que Machado de Assis, mulato, fue enterrado como blanco), ese Brasil muere el 1º de enero de 2003 y es una muerte irreversible.
Lula y el PT ya han cumplido su misión: la era Braganza ha concluido.

* Director del Instituto de Estudios Brasileños, Universidad de Tres de Febrero.

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