EL MUNDO › LA COMUNIDAD PERUANA EN BUENOS AIRES SE ACERCó A VOTAR AL CENTRO MUNICIPAL DE EXPOSICIONES

Un cachito de Perú en las urnas porteñas

Son 120 mil los ciudadanos peruanos empadronados en la ciudad de Buenos Aires. Ayer, una enorme cantidad concurrió a expresar su voto por los candidatos presidenciales. Aún no se conocieron los resultados. La crónica sobre unas elecciones tan particulares.

“¡Grupo Rojo por acá!”, gritó con energía un joven. Con las manos levantadas, un centenar de personas, algunas a la carrera, se acercaron al pabellón del color para votar antes del cierre de la elección. El calor debajo del rayo del sol y el cansancio de la espera se desvanecieron de los rostros cuando, por fin, encontraron la mesa correspondiente y les dieron la credencial de voto. En oleadas llegaban las familias presurosas, documento en mano, para perderse entre las mesas de electores, y después, reencontrarse, más relajadas con el dedo anular pintado de azul. “¡Equipo Rojo que quiere irse a casa, vota por allá!”, gritó el joven desde la entrada del salón mientras continuaban llegando miembros de la comunidad peruana, pero en Buenos Aires, para participar de las elecciones generales, sus elecciones.

El aroma a pollo salteado y a tamales llegaba por un día a impregnar las columnas de la Facultad de Derecho. Por un día, el lugar se transformó en un paseo por los platos del Perú: tallarín verde, turrón, picarones, medialunas que no son medialunas sino picarones, se ofrecían en pequeños puestos a los votantes que llegaban al Centro de Exposiciones de Buenos Aires. Bajo la sombra, sentados en el pasto, disfrutaban al mediodía de un tentempié antes de emprender las filas para votar, que los despistados podían confundir con la de los puestos de comida. “Vamos a hacer la fila, dale, dale”, apuraba una mujer a sus tres hijas. Una detrás de otra, algunas tomadas por los hombros, entraban a las vallas plateadas que conducían hasta detrás de la facultad. “De a uno, sin correr”, pedía un muchacho de control con chaleco anaranjado.

El sufragio sólo demandaba unos pocos minutos, que contrarrestaba la espera anterior. El Centro de Exposiciones se dividía en colores –azul, amarillo, verde o rojo– de acuerdo con el número de mesa que le hubiera tocado. En el sector azul, la mesa 209716 esperaba a media tarde casi a la mitad de los electores. “¿Hay mucha gente afuera todavía?”, preguntaban las autoridades de mesa, que desde temprano estaban en sus sillas. En los pabellones con más de 500 mesas estaba todo listo para recibir a los 120 mil votantes peruanos porteños. Se les entregaba una boleta con los candidatos y cada elector hacía una cruz sobre el elegido. Con la boleta cerrada, el voto iba a una urna transparente de plástico y el votante, con un holograma en su documento. “¿Está en la fila, doña?”, preguntó un joven en medio de un zigzag de personas.

El puente para cruzar Figueroa Alcorta a la altura de la facultad imitaba el horario pico de la cursada universitaria. “¿Qué hay acá?”, preguntaban los curiosos en la parada de colectivos. Las filas, los olores, la tonada andina, rompieron la fisonomía de domingo en la zona. “No sé mi color, no me encuentro”, pedía ayuda un hombre hasta que se fue por la hilera del Grupo Rojo, mientras unas chicas lo esquivaban corriendo como si se tratara de la entrada a un concierto. ¿Por qué corren? “Querrán votar rápido”, arrojó su hipótesis un hombre.

Todos hacían hincapié en el calor y la cantidad de personas que, a menos de una hora del cierre, llegaba con la cédula azul en la mano. “No encuentro a mi papá. Ya tendría que haber entrado”, explicaba ansiosa una chica, cuando entre los electores lo vio y se perdió detrás de él entre las mesas de votación. Incluso, por los parlantes, se llamaba a las personas que sus familias no encontraban. En la salida, muchos trataban de sacarse la pintura azul del dedo con la que son diferenciadas los que ya votaron. Este mecanismo de control se suma al padrón con foto, a la huella dactilar y a un holograma que se pone en el documento. Desde afuera se escuchaba el grito animoso: “Vamos que se cierran las mesas”.

Pasadas las cuatro de la tarde, momento del cierre, un puñado de personas todavía caminaba por la avenida en dirección a la votación. “¿Dónde son las elecciones?”, preguntó una señora a un grupo de policías, que trató de explicarle que ya no la iban dejar ingresar, pero nada se pudo hacer frente a su insistencia. “Recién salgo de trabajar. Yo pruebo igual”, dijo, y se alejó del lugar. Dentro de los pabellones, los organizadores tenían un respiro, después de tanta energía en la tarea, que a algunos los dejó sin voz. Entre medio de las vallas sólo se distinguían los chalecos anaranjados.

Con el correr de los minutos, ganaba lugar la expectativa por el recuento. A pesar de no poder hablar de candidatos, aparecían los comentarios implícitos sobre el resultado y el ballottage que luego se confirmó. Lejos de Lima, anunciaron que el recuento de los votos demoraría toda la noche y los resultados recién se conocerían durante la mañana siguiente.

Informe: Soledad Arréguez Manozzo.

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La comunidad peruana se acercó al Centro de Exposiciones para emitir su voto en las urnas.
Imagen: Rolando Andrade
 
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