Lunes, 11 de abril de 2011 | Hoy
EL PAíS › OPINIóN
Por Pablo Bonaparte *
Nacemos sin dientes. Dependiendo de la teta materna, crecemos. Hasta que van saliendo los primeros para acompañarnos sólo un tiempo. Con ellos vamos a ir experimentando el masticar nuestras primeras comidas duras. Con ellos deberemos deshacer y procesar una realidad para poder asimilarla. Con el tiempo iremos creciendo reemplazándolos de a poco por otros definitivos.
Nuestro criterio tiene una vida parecida, primero nos alimentamos de una información incuestionada, al gusto social de nuestros padres, pero luego irán apareciendo dientes que la irán procesando, razonando y evaluando para, recién ahí, poder asimilarla. Con el tiempo, y de acuerdo con cómo hayamos cuidado a nuestra dentadura, podremos procesar hasta la información más difícil, y reconocer hasta el condimento más sutil que se utilizó para adobarla, o por el contrario depender del purecito para poder tragar los datos sin llegar a darle ni un solo mordisco.
Casi todo nuestro alimento lo recibimos a través de los medios, esto significa que los gustos que tenemos, y que podemos compartir con otros, fueron producidos por fábricas de sentido, de contenidos, que alguien llamó hace tiempo Industria Cultural.
Los medios a su vez tienen gran responsabilidad en el cuidado de nuestra dentadura. No es lo mismo una comida que los corroe que aquella que los fortalece.
Si nuestro alimento es un batido de asesinato en la calle, sazonado de sospechosas denuncias, con una pizca de erotismo y un perrito muy simpático que salvó a la abuelita de un asalto, nuestros dientes no van a trabajar mucho. Pero si nos presentan los distintos enfoques que existen para resolver algo, nuestros dientes deberán trabajar en discriminar la información, y si el alimento no alcanza, buscará masticar más en otro lado.
A los que se nos afilaron los dientes, para el uso de criterio propio, nos gusta mostrarlos enteros y brillantes al reírnos de aquellos que cambian su discurso de un día para el otro. Pero he llegado a entender que las arengas contradictorias o la falta absoluta de fundamento de ciertas opiniones periodísticas (dichas éstas no sólo sin el menor rubor, sino con convencimiento), no son errores ni equivocaciones. Tienen por fin utilizar el prestigio de la dentadura de la prensa para romper los dientes del criterio a aquellos que dudan de sus propias muelas. “¿Cómo yo, que soy un pobre tipo, voy a poner en duda a alguien que escribe en un medio?” Esto permite a las empresas poder reemplazar un buen trozo de carne por una sopita con vitina ofrecida a todo lo largo del dial con la voz más digerible de una realidad bien procesada y condimentada al gusto.
Si los medios generan una agenda de temas que se tocan y otra de los que no se tocan y valorizan por igual lo esencial y lo accesorio (“ves llorar la Biblia junto al calefón”) para poder ser ellos los que jerarquizan la noticia, sólo nos queda para defender nuestro propio criterio, aprender a saber discriminar la información (“¡Oh, no! Santa paradoja, ¿cómo vamos a discriminar si nos dicen todo el tiempo que no discriminemos?”).
Si dentro de una posición de prestigio se tapan contradicciones y falacias responsabilizando al receptor por no saber, generando al mismo tiempo programas de “criterios artificiales” donde la víctima podrá recibir el juicio de verdad directamente de la renta del periodista a cargo, la libertad de prensa más que ayudarnos a fomentar el fortalecimiento de nuestros dientes lo que hace es desdentarnos para que como bebés sin criterio propio, podamos ser blancas y dóciles almas indignadas de sus cruzadas. El odontológico criterio que se impone, será que en el mercado se reglamente una ley de medios para escuchar otras voces (no sólo la voz de los que tienen plata, como la antigua ley lo exigía) para poder aprender a discriminar entre unos y otros y fortalecer la dentadura de pensar por nosotros mismos.
* Antropólogo.
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