Lunes, 11 de abril de 2011 | Hoy
EL PAíS › OPINIóN
Por Eduardo Aliverti
Este es uno de los momentos políticos más hilarantes que puedan recordarse. Y sólo la instalación temática que intenta disimularlo le pone alguna cuota de seriedad, aunque podría no ser el término más exacto.
Que esto haya sido gatillado por cifras electorales de dos distritos con peso numérico casi nulo ya era síntoma de un desconcierto gigantesco. Al cabo de Catamarca, la conducción periodística opositora puso el grito en el cielo y advirtió que podrían venirse tiempos peores. Comenzaron los movimientos y declaraciones que, antes de llamar a la unidad, mostraron signos de expectativas cambiadas. Eso registra lo que se afirmaba en público; no lo que, según se permite señalar esta columna, hace tiempo, es la realidad: la oposición no quiere ganar, porque tiene plena conciencia de que no puede ofrecer absolutamente ninguna alternativa creíble. Como fuere, la derrota catamarqueña bastó para que, dentro y fuera del radicalismo, tomaran nota del alerta de tsunami. Lo de los radicales fue solamente más explícito, porque viajaron para celebrar y se volvieron de un velatorio. Chubut acabó por blanquear la crisis, pero ya de manera generalizada. Concluyó la carrera política de Mario Das Neves, que aparecía como el único sin prontuario de la derecha peronista. Felipe Solá terminó de borrarse esa misma noche. La UCR se plegó al kirchnerismo en la denuncia de tongo, construyendo un hecho del que debe haber escasos antecedentes si es que los hay: fraude para apenas rascar una diferencia de cientos de votos en elección a gobernador. Es que hay que anoticiárselo así, con mezcla de cinismo y estructura de sketch. Como Macri, que no puede comandar el Colón y (dice que) pretende ser presidente de la República, el Peronismo Federal ni siquiera tuvo organización para hacer la Gran Santa Fe de 1983, cuando se perdía contra el alfonsinismo, apagaron la luz en el centro de cómputos y a las dos horas salieron ganando la provincia por 14 mil votos. O como se los enrostró un connotado periodista de El Grupo: había que ganar, aunque sea, con un gol sobre la hora y con la mano. Ni eso.
El resto de lo que siguió a Chubut no deja de ser impresionante, por más que responda a la lógica de una oposición en desbande. Ernesto Sanz, del que tan pocos saben quién es hasta el punto de que él mismo bromea con esa certeza, se bajó de una preinterna del radicalismo que ya no será y de la que más pocos todavía tenían alguna noción. Fue suficiente, sin embargo, para persistir en el alerta mediático desde las puntas corporativas que dirigen a las filas opositoras. Volvamos siempre a Chesterton, que nunca falla. Aquello de que el periodismo consiste en informar que Lord Jones ha muerto, a gente que nunca se enteró de que Lord Jones estaba vivo. Casi paralelo a Sanz, Das Neves se apartó no sólo de la graciosa pulseada comicial con El Padrino y El Alberto, sino de la carrera presidencial, obvia y directamente. El domingo pasado, los últimos dos fueron a una lid en quince escuelas porteñas, donde ni siquiera hacía falta el DNI, y sacaron un empate. Según ellos, votaron unas 34 mil personas. Pero Duhalde dijo que el kirchnerismo movió un montón de gente para votar contra él, y Rodríguez Saá acusó que el macrismo hizo otro tanto en su perjuicio. Es decir que, si a apenas 34 mil presuntos votantes se les restan los que el uno y el otro señalaron como participantes ajenos, en sentido estricto virtualmente no fue nadie ni por el uno ni por el otro. Pegado a eso, Macri dejó trascender unas primeras señales de que podría ir por la reelección en Capital. Binner, tal vez azorado por la implosión del radicalismo, no desmiente que miraría con cariño salirse de una eventual alianza con el hijo de Alfonsín y mandarse con Proyecto Sur. Pino recordó que ama muchísimo a Buenos Aires, por las dudas. El Padrino reclamó juntarse porque de lo contrario ganará Cristina, dijo, a la semana de jurar que Cristina le pasará la banda presidencial a él. Y la guinda, naturalmente, la aportó el Gardiner mendocino. Debe haber montones de casos como el suyo, en el mundo y acá mismo, pero su actualidad los borra. Lo erigieron como la gran esperanza blanca al día siguiente del voto no positivo, y desde entonces no hizo otra cosa que no hacer nada en ninguna dirección eficaz. Fue el producto de la fantasía de una derecha impotente. Cuanto más avanzaba Cobos en demostrar que no puede conducir un triciclo, más persistían en potenciarlo como figura a contemplar. Aun así, ¿alguien podía prever el remate de estos días? No que se haya bajado, sino la forma, las frases, las piruetas medidas con días de diferencia. El domingo anterior a comunicar su decisión, Cobos dijo textualmente: “Creo que hay una etapa y una posibilidad de acuerdos electorales (con Eduardo Duhalde). Puede haber una cierta simbiosis (?) para ir juntos en un escenario electoral”. El enunciado cobista se quiso ver como apoyatura a la peregrina idea lanzada por Macri, en soledad, al convocar a un único frente opositor que, según agregó, en caso de disponer de una candidatura presidencial mejor que la suya lo haría dar un paso al costado. El ignoto Sanz también se anotó en ésa. Pero al día siguiente el hijo de Alfonsín dinamitó el extravío al apuntar que de ninguna manera iría en un frente con el hijo de Franco, bien que dejando alguna puerta abierta hacia De Narváez o Solá. Solanas aportó lo suyo agregando como inviable cualquier acuerdo con la estructura del partido radical. Esta pinturita dejó atrás al dicho de Cobos, pero lo cierto es que a los cuatro días de juguetear con la simbiosis y el duhaldismo anunció que se retiraba. Pasó a la inmortalidad, eso sí: “Creo que también esto le hace bien al radicalismo, porque sirve para demostrar que un radical puede terminar su mandato”, dijo y se tomó el avión a Mendoza. Una lástima que no esté vivo el gordo Soriano. El picnic que se hubiera hecho con Cobos habría alcanzado dimensiones inolvidables.
De todo menos casualidad, la agenda mediática, mucho más que hurgar en las aristas de esta comedia impactante, pasó por encadenar sucesos de modo tal que no quepan dudas de estar viviendo en algo parecido a Ciudad Juárez. La decisión de la ministra Garré, al ordenar el retiro de la custodia en los edificios públicos porteños para volcar los federales a la calle, en verdad no pudo alcanzar la anchura de polémica. Macri se subió ahí para insistir con el ejercicio de cargarles toda culpa a los demás. Pinta que la medida podría haber sido consensuada o advertida, más allá de la deuda millonaria que tiene el gobierno de la Ciudad con Nación por falta de pago de la policía adicional. Pero en el gran punteo periodístico no hubo disposición a que se discutiera nada de nada. De entrada se presentó a la orden como una locura de desprotección, que nadie terminó de explicar en qué consiste (ni tan sólo los gremios de empleados y médicos municipales, que lanzaron un paro tan insólito como para contar con el apoyo del propio Macri). Y al trotecito surgió el caos de tránsito por el piquete de la gente de Villa 31, para que importe un bledo que se protestaba por la muerte de un vecino al que el SAME no quiso atender porque, otra casualidad permanente, los choferes de la ambulancia se sentían inseguros. El título de Clarín del jueves fue antológico: “Piquetes, caos y reclamos de custodia policial”. Y uno de los recuadros debajo del copete, que tampoco mencionaba al muerto por desatención, vendía: “Crónica de un automovilista preso en una cola interminable”.
No hay que extrañarse, desde ya. Si no se dedicaran a esto, tendrían que adentrarse en las noticias de la oposición que dirigen.
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