EL MUNDO
Los hundidos y los salvados en Irak
Los chiítas intentan huir de Irak por una red clandestina que los lleva de Siria al Líbano y al Kurdistán. Muy pocos lo logran.
Por Ferrán Sales *
Desde Beirut
Ha logrado escapar de Bagdad. Una organización clandestina lo ha conducido desde la capital iraquí a Beirut, pasando por el Kurdistán y Siria, en un viaje interminable. Su penosa aventura acaba de finalizar ante la sede del Alto Comisionado para los Refugiados de la ONU (ACNUR) de la capital libanesa, que le ha otorgado el estatuto de refugiado político y le ha encontrado asilo en Australia. No es un caso aislado. Centenares de iraquíes han conseguido en los últimos meses escapar de Saddam Hussein utilizando los servicios de una red, que no tiene rostro.
Ahmed, 31 años, estaba condenado a muerte por el régimen de Bagdad. Lo acusaban de militar en una organización caritativa chiita de la capital iraquí, que tras la primera Guerra del Golfo se había dedicado a recaudar y distribuir ayuda entre las familias más necesitadas de su barrio. El primero en morir fue el responsable de la asociación, el imán Saadek Al Sader, que fue tiroteado en la calle junto con dos de sus hijos, por unos “desconocidos” después de que desoyera las órdenes del gobierno que lo conminaban a disolver la organización y dejar en manos del Ministerio de Asuntos Religiosos la colecta y distribución de ayuda a los pobres.
“Mi vida y la de mi familia no valía nada. Sabía que en cualquier momento la policía podía detenerme y hacerme desaparecer, como había pasado con otros miembros de la asociación. Entonces fue cuando decidí escapar de Irak con mi esposa y mis hijos”, afirma Ahmed, un comerciante de Bagdad, casado, padre de dos hijos de cuatro y dos años de edad. Ahmed conectó en Bagdad a una organización de su propia comunidad chiita, que por un precio simbólico de menos de cien dólares los ayudó a llegar al Kurdistán. Desde allí los llevó a la ciudad santuario chiita de Zenob en territorio sirio, a las puertas de Damasco. El viaje, en coche y a pie a través de pistas forestales y de caminos militares, continuó luego hacia la frontera de Siria con el Líbano, para desembocar finalmente en el barrio de Haret Hreik, en Beirut, un feudo de los fundamentalistas de Hezbolá.
“He tenido que vivir en la clandestinidad, trabajando en los más diversos empleos, por salarios de miseria, hasta que conseguí la ayuda de una organización no gubernamental, la única que cuida de nosotros. Ha logrado tramitar con éxito mis papeles ante la ACNUR y conseguir el estatuto de refugiado, para sacarme de aquí y llevarme a Dirwan, Australia”, explica Ahmed en el punto final de su escapada.
No es un caso habitual. Ha acabado felizmente. Aproximadamente sólo un quince por ciento de los iraquíes que logran salir ilegalmente de Irak a través de esta red, consiguen un refugio seguro, con papeles legales y limpios. Los otros viven agazapados en los barrios chiitas o cristianos de Beirut con el miedo metido en el cuerpo y con la incertidumbre de ser detenidos en cualquier momento, para ser encarcelados en la prisión de Rumi, donde se ven obligados a cumplir condenas de hasta tres meses de cárcel. Luego son expulsados a Siria, para ser devueltos al Kurdistán, donde se los concentra en campos de refugiados, en los que es sumamente fácil escapar.
“Siempre lo intentan de nuevo. En la mayoría de los casos tratan de llegar de nuevo a Beirut. Cambian de nombre y vuelven a empezar”, asegura en Beirut la abogada Samir Trad, responsable de una organización que da ayuda en Líbano a refugiados no palestinos, en su mayoría iraquíes. La asociación en la que trabaja la abogada Trad trata de sobrevivir hoy a las presiones del gobierno y a la falta de medios. Es una larga historia que ha tenido que interrumpir por los timbrazos nerviosos de la puerta, con los que se anuncia la llegada de tres jóvenes, que acaban de llegar de Bagdad. Han huido de Irak para evitar ser obligados a luchar en las filas de las Brigadas de Al Quds, cuyo objetivo oficial es apoyar el combate del pueblo palestino. Pero ellos temen un fin peor: ser utilizados como carne de cañón en la guerra que se avecina.
* De El País de Madrid. Especial para Página/12.