EL MUNDO › SUBRAYADO
Un Chávez=un bolívar
Por Claudio Uriarte
Cacerolazos, fuga de divisas y corridas bancarias dieron el escenario –demasiado familiar para los argentinos– en que el coronel venezolano de la Fuerza Aérea Pedro Soto, y luego el capitán de la Guardia Nacional Pedro Flores, reclamaron al presidente Hugo Chávez, ex teniente coronel de paracaidistas, su renuncia al cargo y la convocatoria a elecciones libres. El reclamo, que es el primero de su tipo realizado públicamente por oficiales en actividad, ocurrió mientras el bolívar, la moneda venezolana, caía por tres días consecutivos hasta perder un 3,3 por ciento de su valor, en medio de rumores simétricos de megadevaluación y control de cambios, como confirmando la frase falsamente atribuida a Lenin según la cual la fórmula más eficaz para vaciar la autoridad de un Estado es quitarles a sus ciudadanos la confianza en el valor de la moneda.
En esta crisis –que no ha terminado–, una novedad fue la cautela de Chávez, quien dejó pasar cuatro días para hablar del tema –lo hizo recién ayer, y en un reportaje de la televisión chilena– en vez de obedecer a sus característicos impulsos agresivos y polarizadores, con los que ha logrado la hazaña de pelearse con los empresarios, la clase media, los sindicatos y la Iglesia Católica. Otra novedad fue el respaldo de Estados Unidos a Chávez, que es el presidente más antinorteamericano y antiimperialista de la región aparte de Fidel Castro: primero George Tenet, director de la CIA, se preocupó en público por la crisis económica y social venezolana, y ayer Chávez recibió el pleno apoyo de la OEA, es decir del Departamento de Estado norteamericano.
Si es posible deducir aproximadamente la forma y el tamaño de un cuerpo por la sombra que proyecta, hay que sospechar que las relaciones en el interior de las Fuerzas Armadas venezolanas han sido lo suficientemente tirantes como para que el “huracán Hugo” mantuviera silencio, mientras la polarización que es visible en las calles, entre chavistas y antichavistas, es suficiente para causar la preocupación del director de la CIA. En el drama de la semana pasada, donde todos los protagonistas políticos fueron militares, subyace el riesgo de una quiebra del ejército que, acoplada a la movilización callejera, lleve a una guerra civil. Echar a Chávez no resolvería el problema sino que lo agravaría: cualquiera imagina que quien venga después de él será necesariamente más débil que su predecesor. La pregunta es si Chávez podrá mantenerse, o si se evaporará con su moneda. ¿Suena familiar?