EL MUNDO

De qué hablamos cuando hablamos de guerra (y también de petróleo)

El mercado del petróleo festejó el lanzamiento de la guerra contra Irak con una caída de los precios, que bajaron de las vecindades de los 40 dólares por barril a 26. Pero no todo está dicho, ni en la guerra ni en el petróleo. Aquí, una opinión informada de lo que puede pasar.

Por Mariano Marzo *

Tras el inicio del ataque a Irak resulta oportuno analizar el posible impacto que sobre el petróleo tendrá el cambio político que se avecina. El movimiento geoestratégico emprendido por la administración de George Bush constituye una jugada arriesgada. Su resultado depende demasiado de la forma, plazo y desarrollo de la campaña militar en curso y de la manera en que se administre la previsible victoria y se conquiste la paz futura. La reconstrucción y expansión de la industria iraquí necesita de la inversión extranjera y las petroleras vislumbran en ello una oportunidad de negocio. Sin embargo, para que ésta fructifique, la estabilidad de Irak es una condición previa indispensable.
Sin duda, la situación más favorable para los intereses petroleros sería que las fuerzas norteamericanas consiguieran derrocar rápidamente a Saddam Hussein, con un costo material y en vidas civiles relativamente bajo, para acto seguido pacificar el país, auspiciando un régimen democrático, respetuoso con la pluralidad multinacional del Estado iraquí, pero capaz de mantener la integridad y seguridad de su territorio. En este escenario, el nuevo gobierno podría proceder de inmediato a un desarme completo, haciendo innecesaria la presencia prolongada de las tropas de ocupación extranjeras y/o de Naciones Unidas. En la medida en que la población iraquí se fuera incorporando al nuevo proyecto político, la Compañía Nacional del Petróleo Iraquí (INOC) sería capaz, tras el levantamiento de las sanciones de la ONU, de restaurar la producción hasta los 3,3 millones de barriles diarios alcanzados con anterioridad a la guerra del Golfo.
A medio plazo, la INOC probablemente revisaría aquellos acuerdos firmados por el gobierno anterior que se encontraran en fase satisfactoria de ejecución y denunciaría aquellos que no hubieran cubierto los objetivos previstos. Esto permitiría ubicar a las superpetroleras norteamericanas y británicas que se abstuvieron de negociar con el régimen de Saddam.
Por descontado que la renegociación sería ardua, porque las superpetroleras hasta ahora excluidas querrán participar en el desarrollo y explotación de los grandes campos, hasta la fecha en manos de otras compañías, financiera y tecnológicamente poderosas. El balance final de esta pulseada sería un paulatino endurecimiento de las condiciones de acceso para las compañías extranjeras y una lenta pero inexorable expansión de la industria petrolera iraquí. Esta podría alcanzar una producción de 4 millones de barriles diarios hacia 2005 o 2006 y aproximarse a los 6 millones en el horizonte de 2010.
Un aspecto interesante de este escenario es cómo absorbería la OPEP el impacto de esta creciente producción, ya que le resultaría difícil resistirse a la reintroducción de una cuota iraquí que asegurase a este país los beneficios necesarios para su reconstrucción.
También podría suceder que las operaciones militares tuvieran que prolongarse más de lo previsto, debido, por ejemplo, a que el nuevo régimen instaurado por Washington fuera incapaz de lograr un amplio soporte interno y de zanjar las disputas y luchas internas entre sunnitas, chiítas, kurdos y turcomanos. Una situación caótica, de vacío de poder, que podría desencadenar protestas populares, catalizando los actos terroristas y de sabotaje contra las tropas de ocupación y personas e intereses occidentales en los Estados árabes y musulmanes.
Este escenario tendría serias consecuencias para la industria petrolera, tanto dentro como fuera de Irak. Por lo pronto, la producción iraquí quedaría interrumpida inmediatamente por un período de tiempo impredecible. Si a esto se sumaran cortes temporales causados por actos de sabotaje y terrorismo, los precios del crudo podrían dispararse hasta que la situación se clarificara. Y eso no sólo alejaría las inversiones extranjeras de Irak, sino que impediría a las petroleras occidentales desarrollar su actividad con normalidad en otras zonas de Medio Oriente, de manera que las inversiones y planes de desarrollo, como los actualmente previstos en Kuwait e Irán, quedarían en suspenso.
Por otra parte, la política de algunos grandes productores de Medio Oriente podría cambiar. Por ejemplo, Arabia Saudita se vería forzada a abandonar su tradicional disponibilidad para apoyar la estabilidad del mercado del petróleo. Este ha encontrado siempre en el citado país a un actor dispuesto a mantener una capacidad de producción de repuesto capaz de garantizar el suministro durante los momentos de interrupción del mismo y de aumentarlo en línea con la demanda. Sin embargo, mantener tal actitud podría resultarle políticamente difícil en caso de una prolongada presencia de tropas extranjeras en Irak. En este escenario turbulento se produciría una ralentización de la capacidad de crecimiento de la producción de petróleo, lo que se traduciría en precios elevados y, a la larga, en una depresión económica global y un retraimiento de la demanda durante un período de tres a cinco años. La parte positiva de la historia es que la situación estimularía la exploración y producción de gas y petróleo fuera de las áreas problemáticas.
Al margen de la futurología, cabe preguntarse por el impacto inmediato en el suministro a causa de la guerra. Rememorando la experiencia de la guerra del Golfo de 1991, algunos analistas han vaticinado una subida significativa, aunque puntual, del precio del crudo. Hay que recordar que, tras la invasión de Kuwait en agosto de 1990, los precios del crudo se dispararon, pasando de alrededor de los 15 dólares por barril hasta los 35 dólares en octubre del mismo año. Después, permanecieron en torno de los 20 dólares durante más de un año, y muchos interpretaron que incluían un impuesto que permitía a Arabia Saudita y a Kuwait pagar la factura de la guerra.
La situación actual no es la misma: durante 1991, para estabilizar los precios del crudo, los países productores de la OPEP tenían que reemplazar 5 millones de barriles por día, el equivalente a la suma de las exportaciones de Kuwait e Irak, pero en la actualidad el volumen de las exportaciones iraquíes es mucho menor. Sin embargo, si tenemos en cuenta que la recuperación de la producción venezolana tardará todavía meses, y que, según la Agencia Internacional de la Energía, la producción global de crudo opera casi a toda máquina, con poca capacidad de repuesto, podría ser que la interrupción por la guerra del suministro de crudo iraquí se tradujera en una subida momentánea del precio del barril por encima de los 40 dólares, y quizá de los 50.
* Es catedrático de Estratigrafía de la Facultad de Geología de la Universidad de Barcelona.
De El País de Madrid. Especial para Página/12.

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Una de las estaciones de extracción de petróleo de Irak, antes de que la guerra cambiara todo.
 
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