Sábado, 30 de junio de 2012 | Hoy
EL MUNDO › ANDRES MANUEL LOPEZ OBRADOR, POSTULANTE DE CENTROIZQUIERDA, BUSCA REVANCHA DESPUES DE PERDER EN EL 2006
Casi no deja lugar para las medias tintas: o se lo odia o se lo ama; o se le teme como si fuera una amenaza comunista en plena Guerra Fría o se lo invoca como un conjuro contra los males acumulados de 83 años de gobiernos corruptos del PRI y del PAN.
Por Gerardo Albarrán de Alba
Desde México, D. F.
El fantasma del fraude electoral cabalga de nuevo. Las encuestas de las cuatro semanas previas al segundo debate, el 10 de junio, reflejaban un marcado ascenso de la candidatura de Andrés Manuel López Obrador y la caída constante de sus dos oponentes. Había que meterle freno. Aparece la guerra sucia contra El Peligro para México (versión 2.0). La República Amorosa como plataforma ideológica cede. El endureció el discurso. De vuelta, todos, en 2006.
El más discutido de todos los candidatos a la Presidencia de la República es López Obrador. Casi no deja lugar para las medias tintas: o se lo odia o se lo ama; o se le teme como si fuera una amenaza comunista en plena Guerra Fría o se lo invoca como un conjuro contra los males acumulados de 83 años de gobiernos corruptos del PRI y del PAN.
¿Por quién van a votar los que no han dicho por quién van a votar? Entre un elevado margen de indecisos, cercano al 20 por ciento, y el voto útil, ahí se va la Presidencia. Y eso lo saben los 202 intelectuales, artistas, científicos, escritores, académicos y periodistas que hicieron un llamado a votar por López Obrador. Según el desplegado que publicaron el pasado miércoles 20 en La Jornada, es una suerte de reedición del 2000, cuando buena parte de la izquierda votó por Vicente Fox para sacar al PRI de Los Pinos. Ahora, la idea es evitar la restauración autoritaria priísta de la mano de Enrique Peña Nieto. El desplome en las encuestas de la panista Josefina Vázquez Mota dio el aliento a este llamado a la ciudadanía, firmado por Juan Villoro, Lorenzo Meyer, Sara Sefchovich, Damián Alcázar, Carlos Martínez Assad, Axel Didriksson y otras 196 personalidades. Será casualidad, pero el mismo día que se publicó la solicitada, López Obrador reunió a diez mil personas en la Macroplaza de Monterrey, corazón del voto de derechas que se han alternado PRI y PAN.
Una semana después, otros 150 intelectuales y artistas también pidieron el voto por López Obrador en una solicitada. Entre los firmantes se destacan los escritores José Emilio Pacheco y Fernando del Paso, así como los actores Damián Bichir y Gael García Bernal. Y de nuevo, López Obrador abarrotó la plaza pública, ahora en el Zócalo de la Ciudad de México, en su cierre de campaña. El cálculo de la asistencia lindó el millón y medio de simpatizantes. López Obrador no se ha mostrado entusiasmado por los llamados al voto útil. “Yo quiero el voto razonado”, ha dicho.
Entre los factores que podrían desmentir a las encuestas que lo ubican en segundo lugar, entre 10 y 18 puntos por debajo del priísta Enrique Peña Nieto, está el voto del norte del país, donde perdió hace seis años. Ahora ha trabajado esa región con particular intensidad. Y el voto de los jóvenes, que ha removido conciencias a partir del surgimiento del movimiento #YoSoy132.
La paradoja del sistema es que quienes tienen en sus manos impedir el regreso del PRI son los nacidos durante el sexenio de Carlos Salinas de Gortari, el villano favorito de López Obrador, quien ha logrado atraer a las generaciones de relevo priístas y panistas. Así, lo mismo se ha visto al hijo de Jorge Hank Rhon, ex alcalde de Tijuana, y nieto de Carlos Hank González, extinto cabeza del Grupo Atlacomulco, un símbolo del poder priísta (presente en el mitin del 1º de mayo en Tijuana), que al hijo del ex gobernador panista de Nuevo León Fernando Canales Clariond (uno entre tantos que lo vitorearon dos días después en el Tec de Monterrey, una de las universidades privadas más prestigiosas del país).
Pero también debe remar en contra de la imagen que se construyó hace seis años, cuando mandó al diablo a las instituciones, no reconoció el resultado oficial de los comicios, montó un plantón en el Paseo de la Reforma, llamó espurio a Felipe Calderón y se autoerigió como “presidente legitimo”. Eso y más (como la corrupción de algunos de sus colaboradores durante su gestión como jefe de gobierno del DF) le restregaron unos 400 estudiantes en la conservadora Universidad Anáhuac, el 28 de marzo. Ese centro educativo, propiedad de los Legionarios de Cristo, se ríe y burla de López Obrador cuando insiste en que le robaron la Presidencia en 2006.
Las encuestas son fotos movidas de la realidad, instantáneas borrosas que invitan a adivinar el futuro, quiromancia política que a veces no pasa de profecías fallidas. Eso fue 2006 para López Obrador, desde la enorme ventaja con que arrancó su campaña hasta la noche triste del increíble 0,56 por ciento que lo derrotó, haya sido como haya sido. Ahora, desde un lejano tercer lugar, ha debido remontar a contrapelo hasta ponerse a tiro de Peña Nieto. Pronósticos y deseos que no necesariamente coinciden.
Hace seis años, entre sus propios errores de estrategia y la feroz campaña mediática en su contra, su capital político se desvaneció en cuestión de semanas. Sobrevivió el electorado duro, algo así como el 18 por ciento. ¿Cómo recuperar a las clases medias que, de la mano de la televisión, aprendieron a desconfiar de él? La República Amorosa, plataforma electoral de la moral política de López Obrador, es el intento retórico de acercarse de nuevo al cielo a partir de la honestidad, la justicia y el amor. “Honestidad y justicia para mejorar las condiciones de vida y alcanzar la tranquilidad y la paz pública; y el amor para promover el bien y lograr la felicidad.” López Obrador disputa no sólo los votos, sino las almas, y a ratos la campaña toma el cariz de una cruzada: el centro del problema, dice, es que sin un ideal moral, no se podrá transformar a México.
La violencia que envuelve al país exhibe la gran vulnerabilidad de un régimen agotado y la urgencia de un nuevo pacto social ante la inminencia de una transición abortada. Frente al reto, López Obrador oscila entre las promesas del paraíso en la Tierra (o al menos el purgatorio asistencial, que es mejor que el infierno del sexenio que termina) y la posibilidad de una refundación del Estado. La República Restaurada.
A lo largo de una campaña que ha durado seis años, en la que ha recorrido los 2456 municipios del país, el ex jefe de gobierno capitalino ha construido el Movimiento Regeneración Nacional, la plataforma de siglas guadalupanas (Morena) que impulsó su segunda candidatura presidencial y es al mismo tiempo la estructura antifraude con la que pretende vigilar el ciento por ciento de las casillas electorales este próximo domingo 1º de julio. El gabinete presentado en el segundo debate –plagado de personalidades honorables– es un aval técnico, político y moral al proyecto lopezobradorista.
Las iniciales del candidato son juego de palabras propagandístico: Amlove es un sentimiento proclamado en busca de ciudadanos, patriotas y amantes (románticos de la política, pues) que legitimen la subjetividad. Los trabajadores, los comerciantes, los desempleados, los viejos, los jodidos, los que ya tienen muy poco que perder están ahí, como si en un mitin pudieran romper con el fatalismo que los ha marcado por generaciones. Sin embargo, necesita también a los factores reales de poder que lo validen a los ojos de las elites. Por eso acude a empresarios que quedaron fuera del reparto panista, como Alfonso Romo, el capitán de industria regiomontano que en 2006 creía que el candidato del PRD a la Presidencia de la República “era un resabio de los ’70”, y hoy es la llave de acceso a los dueños del capital, ante quienes dice que el verdadero peligro para México es Enrique Peña Nieto.
López Obrador muestra más alma de prócer que de estadista, es más un caudillo mesiánico que dirigente político, más respuesta a las plegarias que sendero democrático. Así, no hace distingos a la hora de señalar a sus adversarios: “Son lo mismo”, suele repetir cuando se refiere al PRI y al PAN. “Son lo mismo”, parece decir de todo aquél que se le oponga, particularmente la prensa.
Esa dureza y sus incongruencias las plasmó Javier Sicilia en aquel encuentro con los cuatro candidatos en el Alcázar del Castillo de Chapultepec, el 28 de mayo. “Para muchos, usted, señor López Obrador, significa la intolerancia, la sordera, la confrontación –en contra de lo que pregona su República Amorosa– con aquellos que no se le parecen o no comparten sus opiniones; significa el resentimiento político, la revancha, sin matices, contra lo que fueron las elecciones del 2006, el mesianismo y la incapacidad autocrítica para señalar y castigar las corrupciones de muchos miembros de su partido que incluso, contra la mejor tradición de la izquierda mexicana, no han dejado de golpear a las comunidades indígenas de Chiapas y de Michoacán o a los estudiantes Guerrero. Significa también la red de componendas locales con dirigentes que años atrás reprimieron a quienes buscaban un camino democrático, el señor Bartlett es sólo la punta del iceberg”, dice Sicilia, en alusión al que fuera secretario de Gobernación en 1988, responsable del alegado fraude electoral contra Cuauhtémoc Cárdenas y que llevó a la presidencia a Salinas de Gortari.
Por eso no debe sorprender que el movimiento #YoSoy132 catalice el desencanto de los jóvenes universitarios ante un futuro que –a los más– no les ofrece sino la promesa de nada. El grito surge de universidades privadas y encuentra el eco natural en las universidades públicas. Jóvenes que se identifican no en el costo de la matrícula, sino en el repudio a la política y a sus operadores, su rechazo al poder como administrador de la miseria. A su manera, ellos también han mandado al diablo a las instituciones, usurpadas por las televisoras. ¿Por quién irán a votar los que ya no creen en nadie?
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