Martes, 27 de noviembre de 2012 | Hoy
EL MUNDO › LEVANTAN LA BANDERA DE LA AUSTERIDAD EN SUS PAíSES Y PARA LA EUROZONA
Por Marcelo Justo
Desde Londres
En una comparecencia especial ante la Cámara de los Comunes, el primer ministro David Cameron reivindicó la posición del llamado club de los ricos de Europa –el Reino Unido, Alemania, Holanda y Suecia– que impidió un acuerdo sobre el nuevo presupuesto europeo el viernes pasado. “Nuestro gobierno, junto a otros, rechazó una propuesta que aumentaba el presupuesto anual europeo. Como contribuyentes netos al presupuesto, nuestro mensaje fue claro. No vamos a ser duros con nuestros presupuestos a nivel nacional y aprobar grandes aumentos en Europa”, señaló Cameron.
Los cuatro gobiernos más ricos de la Unión Europea son conservadores y han levantado la bandera de la austeridad tanto en su país como en la golpeada Eurozona. Su triunfo el viernes significó la derrota del club de los “pobres” y el de los “atribulados” en ese vasto y complejo mundo que son las 27 naciones que conforman la UE. Los primeros, principales beneficiarios de los fondos para el desarrollo, tienen entre sus miembros a los ex países comunistas de la Europa del Este. Entre los “atribulados”, desesperados por fondos que ayuden a equilibrar sus cuentas fiscales a futuro, se encuentran los PIIGS (Portugal, Italia, Irlanda, Grecia y España) de una Eurozona acosada por el fantasma del default.
El presupuesto europeo se financia con una compleja fórmula que diferencia a contribuyentes netos (nueve naciones aportan más de lo que reciben) y receptores (los otros dieciocho reciben más de lo que aportan). La lucha entre las dos partes es un clásico del folklore de la UE, que escamotea una negociación mucho más compleja que una simple dicotomía blanco o negro. Como el presupuesto tiene como principio rector la búsqueda de una homogeneización económica de las distintas regiones de la UE, entre los receptores de ayuda se encuentran zonas de países que son contribuyentes netos. Uno de ellos, Francia, suele tejer alianzas con los receptores porque es el gran beneficiario de la Política Común Agrícola, que se lleva un 38 por ciento de los gastos.
Las negociaciones para el último presupuesto que consiguió aprobar la UE comenzaron en mayo de 2005 y sólo se resolvieron en diciembre de ese año, luego de dos rondas de estrepitosos fracasos. Pero el presupuesto no es ni por asomo el problema más grave que contempla Europa hoy. En primer lugar, porque regirá a partir de 2014 y en segundo lugar, porque hay mecanismos institucionales para que la UE siga funcionando aun si no hay acuerdo.
Con 27 miembros y cierta arteriosclerosis institucional, la crisis económica está desnudando algo mucho más serio en el seno del proyecto paneuropeo. Un principio fundante del proyecto –la solidaridad– ha quedado claramente cuestionado por el vendaval financiero desatado en 2008. Esa solidaridad permitió la incorporación en los ’80 de naciones menos desarrolladas de Europa, como España y Portugal, que dieron un gran salto económico debido en gran medida a las ayudas europeas. En 2004, la UE incorporó a diez nuevos miembros –ocho países ex comunistas– con la misma generosa interpretación del desarrollo económico como instrumento de paz y bien común.
El quiebre de la solidaridad se percibe también en el interior de la unión monetaria –la Eurozona–, como se ha visto desde el estallido de la crisis de la deuda soberana con Grecia a principios de 2010. Liderado el club de los ricos por la canciller alemana Angela Merkel y un ideario neoliberal, con la inestimable alianza del Fondo Monetario Internacional (FMI), se impuso la fórmula de la austeridad extrema y el rescate a último momento (días antes del default). El resultado está a la vista. La crisis, que comenzó con un país que constituía un 2,3 por ciento del PIB de la Eurozona –Grecia–, se extendió a otras tres naciones, que debieron ser rescatadas –Portugal, la República de Irlanda y Chipre–. En los últimos meses ha amenazado con llevarse puesta a España y le ha mostrado los colmillos a la siguiente en la lista: Italia.
El proyecto paneuropeo fue ideado por estadistas de la estatura de Jean Monet y Robert Schuman con las cenizas de la Segunda Guerra Mundial de fondo. Esa idea embrionaria, que comenzó con una comunidad económica del carbón y el acero en 1951, se fue profundizando gracias a la visión de políticos de distinto color, pero similar convicción. El eje francogermano, columna vertebral de la UE, sorteó sin dificultad las diferencias ideológicas de los mandatarios de turno. El alemán socialista Willi Brandt y el conservador francés George Pompidou consolidaron el proyecto paneuropeo en los ’70 con la misma firmeza que lo hicieron el socialista francés François Mitterrand y el conservador alemán Helmut Khol en los ’80 y ’90. Nada de eso se percibe en los actuales mandatarios, mucho más preocupados en su frente interno que en la solidez del modelo económico y social europeo.
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