Miércoles, 6 de marzo de 2013 | Hoy
EL MUNDO › OPINIóN
Por Mario Toer *
Un estremecimiento recorre nuestra América. Quien fuera el precursor de lo que viene ocurriendo en el continente nos acaba de dejar. La congoja parte de los cerros que rodean Caracas y se expande por las venas abiertas y palpitantes que recorren montañas y llanuras, pavimentos y arenales. No es frecuente que una partida como ésta provoque tanto dolor. Suele ocurrir muy de tanto en tanto. Es que la sensibilidad popular es especial, es muy exigente. No se conforma con los bellos discursos y los saludos mediáticos. Capta otras cosas. Percibe cuando hay alguien que se entrega a su causa sin ninguna especulación. Se da cuenta cuando no hay cálculos ni pretensiones de gloria, cuando la autenticidad fluye sin ningún acartonamiento y con poco respeto por los ceremoniales. ¿Quién hubiese podido percibir el olor a azufre en las Naciones Unidas y referirlo como él lo hizo? ¿Quién podía ser más explícito para decir en un estadio de Mar del Plata que el ALCA se había ido al carajo? Como pocas veces su entrega se puso de manifiesto en la última campaña electoral, en la que volvió a imponerse. ¿Quién podía ignorar que no se estaba cuidando como hubiese sido prudente? Pero sabemos que ésa nunca sería una consideración que pasara por su mente. Sabía que si era su última batalla política debía convocar al pueblo otra vez para seguir adelante. Y lo logró con creces. Por eso cuando dijo que para cuando no estuviera su voluntad “...firme, plena como la luna llena, irrevocable absoluta, total” era que el compañero Maduro se pusiera al frente, sentimos que se despedía. Cómo no lo iban a odiar los escuálidos de su país y todos los escuálidos del orbe. Difícil no recordar a alguien al que se le hayan dedicado infinidad de sesudos comentarios descalificatorios en las pantallas de TV de todo el planeta. El imperio y todos sus escribas diseminaron ríos de tinta para cuestionar sus modales y sus propósitos. El no haberle dado nunca una tregua seguramente resintió su organismo. Pero va a quedar en evidencia que ha sido en vano. No sé cuántos de estos escuálidos, como los llamó, podrán dejar aflorar su alegría por la partida del comandante. Tiendo a pensar que aún los más primitivos perciben el estremecimiento profundo que recorre las poblados y las ciudades. En algún lugar de su limitada sensibilidad se dan cuenta de que cuando parte el cuerpo de alguien así, hay algo que queda. Queda repartido en inmensas multitudes, crece y se potencia. Entonces seguramente sentirán temor. Y se justifica. Es que el dolor así repartido va cambiando su forma. Paulatinamente se transforma en certidumbre y convicción. Y también en alegría porque en su torno los más comienzan a descubrir que hay muchos nuevos Chávez.
* Profesor consulto UBA, titular de Política Latinoamericana.
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