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Por Luis Prados *
Desde Bagdad

Cuentan los que vivieron la orgía del pillaje de los primeros días de posguerra que había saqueadores que al tiempo que se llevaban todo lo que veían comentaban: “Esto es una vergüenza”. Algo parecido ocurre con los que aprovechando la confusión del momento se metieron a vivir en los edificios públicos y en la residencias de los funcionarios del régimen de Saddam. Pobres y sin tener a dónde ir, ahora reclaman orden.
En las antiguas oficinas de suministros y abastecimientos del ejército, un edificio de cinco plantas en la plaza de Al Tajariat, en el centro de Bagdad, viven ahora casi 50 familias. Hamid Atiya Mohamed ocupa con sus dos hijas pequeñas lo que una vez debió ser la recepción de las oficinas. Un espacio de unos 40 metros cuadrados a los que les ha sacado dos habitaciones. “Mi casa la perdí durante un bombardeo”, cuenta este antiguo herrero, mientras zapea ante un televisor nuevo y de color plateado, víctima segura del saqueo. “La coalición dijo que nos iban a compensar pero no han hecho nada. Así que aproveché la oportunidad de tener un piso.” Tiene también una nueva nevera y la electricidad, admite, la toma de la calle.
Las viviendas están limpias pero en la escalera la suciedad se respira. En la segunda planta vive Ahmed Radí Ode, de 31 años, con sus cinco hijos. “Vivimos aquí desde hace dos meses; antes lo hacíamos de alquiler, pero era muy caro. Mi familia tenía una casa pero mi hermano fue ejecutado en 1988 y el Gobierno la vendió.” “Yo era funcionario –continúa Ahmed–, pero me negué a alistarme en las milicias Al Qods y me echaron por motivos de seguridad durante la guerra.” Asegura que no puede volver al trabajo porque “los baasistas han vuelto a sus puestos” en su oficina y no lo admiten. “Ahora montamos turnos de guardia por la noche para que no entre gente.”

* De El País de Madrid. Especial para Página/12.