Miércoles, 8 de enero de 2014 | Hoy
EL MUNDO › OPINIóN
Por Robert Fisk *
Por primera vez en la historia reciente, parece que la guerra contra el terror –y en específico, contra Al Qaida– es librada por los regímenes de Medio Oriente y no por sus inversionistas extranjeros.
Cierto, los drones estadounidenses aún atacan los operativos de Al Qaida, así como bodas y hogares de inocentes en Pakistán. Pero son el general Sisi de Egipto, el presidente Bashar al Assad de Siria, el primer ministro Nuri Maliki de Irak, el presidente Hassan Rouhani de Irán –y hasta el presidente Michel Sleiman del Líbano, carente de poder– quienes hoy combaten a los terroristas.
Una prueba del poder que han cobrado los chicos malos es que dictadores y sátrapas antagonistas entre sí puedan unirse contra el enemigo de Estados Unidos. Es la unidad árabe como no la habíamos visto nunca. El imperio otomano vive de nuevo. Pero, ¡cuidado!, uno necesita ponerse un casco de hojalata para evitar las ironías que llueven del cielo. John Kerry –el secretario de Estado que prometió un increíblemente pequeño ataque aéreo contra Siria– afirma que Washington apoya a los rebeldes seculares que luchan contra Assad, quienes combaten a los rebeldes islamistas que también combaten a Assad, aun cuando Washington todavía quiere el derrocamiento de –adivinaron ustedes– Bashar al Assad.
Entre tanto, los sauditas aún derraman dinero en Siria para ayudar al Estado Islámico de Irak y el Levante (Isil), asociado a Al Qaida –contra el cual combaten ahora Bashar y el secular Ejército Sirio Libre–, en tanto aportan también miles de millones de dólares al ejército de Sisi en Egipto, el cual combate a un idéntico terror ligado a Al Qaida en Sinaí y ahora, según parece, en el propio El Cairo. Y si todo esto los confunde, miren lo que sucede en el Líbano. La semana pasada, las autoridades libanesas afirmaron haber arrestado a Majid bin Mohamed Majid, uno de los hombres más buscados de Al Qaida en Arabia Saudita. Esto ocurrió apenas unas semanas después de que los chiítas libaneses acusaran a terroristas sauditas de volar la embajada iraní en Beirut, ataque seguido por el asesinato de un prominente político sunnita y luego –la semana pasada– por un nuevo ataque a chiítas en los suburbios del sur de la capital libanesa, controlados por Hezbolá.
No bien el ex ministro sunnita Mohammed Chatah fue muerto en un ataque con coche bomba, los norteamericanos prometieron más dinero al ejército libanés. Y así, ¿cómo podían los libaneses evitar ser arrastrados a la guerra antiterrorista luego de arrestar a Majid? De milagro –y siempre ha habido montones de milagros en Medio Oriente, como todos sabemos– los libaneses no sólo confirmaron que la identidad del individuo apresado era correcta, sino informaron que por desgracia había muerto por una falla de órganos mientras estaba en custodia.
Sin embargo, el apoyo estadounidense a los militares libaneses se mantendrá, así como ahora Washington ofrece más misiles y aviones al subdictador chiíta de Irak, el presidente Maliki, si continúa hostigando a los insurgentes sunnitas y a los hombres de Al Qaida en la provincia de Al Anbar. La historia, claro, se repite en Faluja y Ramadi, las dos ciudades reiteradamente conquistadas, reconquistadas y vueltas a conquistar por fuerzas estadounidenses luego de la invasión ilegal de 2003. En 2004, los marines afirmaron haber borrado a Al Qaida en Faluja y entregaron la ciudad a los policías baasistas. Más tarde, pasados unos meses, destruyeron virtualmente la ciudad alrededor de los jefes de Al Qaida –no mencionaremos el uso de proyectiles de fósforo por Estados Unidos y el brote de anormalidades en recién nacidos más de cinco años después–, y ahora el ejército iraquí, chiíta en su mayor parte, combate a los guerreros tribales sunnitas en Faluja. Los cuales, a su vez (tengan paciencia, lectores), afirman que combaten a los grupos locales de Al Qaida, así como el Ejército Sirio Libre insiste en que ahora combate a los mismos grupos de Al Qaida en Siria.
¿Quién recuerda ahora el despertar árabe, o primavera, como algunos de mis colegas aún insisten en llamarlo? Bueno, echemos un ojo a una ominosa declaración del fin de semana pasado, en la cual el Estado Islámico de Irak y el Levante se atribuyó la responsabilidad por el más reciente ataque con bomba en Beirut, en el que perecieron al menos cuatro civiles en los suburbios de Hezbolá. Con ese comunicado el Isil –como supongo que debemos llamarlo– reconoce que combate en tres frentes: Irak, Siria y el Líbano. Por fin tenemos unidad árabe.
En cuanto a Estados Unidos, bueno, supongo que seguirá apoyando al Ejército Sirio Libre, que combate a Al Qaida, la cual combate a Al Assad, a quien Washington desea destronar.
Los miembros de la Hermandad Musulmana, amigos de Estados Unidos en Egipto, han sido formalmente clasificados como terroristas por Sisi, quien es apoyado por el país que financia –larga vida al salafismo– el terror islamita en Siria, Irak y el Líbano. Y Arabia Saudita –la clave de todo el fandango, aunque nadie lo dirá– sigue siendo amigo cercano y moderado de Washington. No digamos más.
* De The Independent de Gran Bretaña. Especial para Página/12.
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