EL MUNDO › OPINION

La alcaldía de Quito

 Por Alfredo Serrano Mancilla *

La trascendencia política del ganador de la alcaldía de Quito va más allá de la mera importancia –nada despreciable– de la gestión de la capital de un país. La geopolítica regional, más la ecuapolítica, invitan a pensar que estamos frente a una disputa estratégica que supera cualquier perspectiva coyuntural. Está en juego algo más en un momento de tensión entre el nuevo cambio de época de buena parte de América latina y las revividas embestidas por parte del poder económico hegemónico y sus representantes en cada uno de los países.

Sólo pasó un año desde que Correa fue elegido presidente del Ecuador con una mayoría abrumadora (57 por ciento). Al otro lado, no hubo nadie. La oposición se atomizó entre partidos con intereses muy particulares, sin pensar en un proyecto global de país. La fragmentación en cinco o seis candidaturas correspondió a múltiples factores: a) la vieja partidocracia no quería asumir que esa forma de hacer política era algo caduco, b) fijar un banquero (Lasso) como máximo exponente opositor fue creer que el pueblo no tiene memoria (de la gran crisis financiera de fines del siglo pasado), c) la llamada nueva izquierda apeló a un cuestionamiento absoluto en vez de plantear enmiendas parciales a un proyecto que ha transformado al país, y d) el pretendido nuevo centro político no supo reinventar una fórmula atractiva de “mesa de unidad democrática” opositora que permitiera constituirse en la alternativa a Correa sin estar en contra de él. Toda esta miopía opositora, unida a que el Presidente había logrado consolidar un proyecto de cambio a favor de las mayorías, supuso que Ecuador pasara a un segundo plano para aquellos gurúes (Durán Barba, J. J. Rendón, entre los más conocidos) para generar tormentas perfectas que logren poner en jaque a un gobierno elegido democráticamente. A Correa lo intentaron derrocar en su 30-S del 2011, en aquel intento de golpe de siglo XXI, pero la apuesta fracasó, y el efecto boomerang fue un presidente más reforzado. Luego, como ya se dijo, hubo un período de cierta calma, muy poco habitual en la política. Así es cómo llegó la victoria del año pasado, ganando por méritos propios y deméritos ajenos.

En estos años, la región ha consolidado un bloque posneoliberal que ha permitido una década ganada en condiciones sociales, políticas y económicas para la gran parte de la población excluida en las décadas pérdidas de la larga noche neoliberal. En estos años, la palabra ‘Todos’ tiene más significado que nunca. Sin embargo, esto no ha sido fácil, y esta consecución ha tenido que superar golpes de Estado de todo tipo: el golpe a Chávez en 2002 (más el golpe petrolero unos meses después); golpe en Bolivia en plena constituyente y en Pando con violencia-muertes; en Ecuador, el ya mencionado 30-S.

Ecuador es actualmente la nueva pieza preciada en el tablero continental, porque no desean que haya ningún ejemplo de crecimiento redistribuidor. Tal como sucediera hace poco en Venezuela con la búsqueda (sin éxito) de un plebiscito contra Maduro en las elecciones municipales, ahora encuentran en Quito la posibilidad de edificar una oposición real contra la Revolución Ciudadana para el 2017. El atajo, en lo táctico, está elegido: Quito. El camino en lo estratégico parece que también: si gana el opositor Mauricio Rodas frente al candidato de PAIS (partido de partido de gobierno), Augusto Barrera, todo el capital ecuatoriano e internacional acudirá a la capital, curiosa redundancia, para que ésta sea un modelo privado exitoso de gestión, para catapultar a su candidato a la presidencia de la nación. Es una suerte de desembarco de capital altruista en el corto plazo para ser buitre en el largo plazo. Esta es la apuesta, y por ello, Rodas, un candidato perdedor frente a Correa (que no alcanzó ni el cuatro por ciento), es ahora el candidato a salvador para el capital interno y externo. La vía es Quito como primera etapa para un asalto más definitivo a la presidencia en poco tiempo.

La derecha regional se ha centrado en esta misión. Han decidido moldear al Capriles venezolano o Massa argentino para Ecuador. El objetivo es disponer de un nuevo patrón de candidato de derecha, Rodas, que se dice ser centrista-progresista, en el que está prohibido usar un relato neoliberal férreo. Está permitido prometer bajar impuesto pero no cabe pronunciar la reducción del gasto social o privatización de muchos servicios básicos. Esta obligación de disfraz es una victoria de los nuevos gobiernos populares que ha desplazado el eje hacia un nuevo campo político. Si la derecha de siempre, ahora presentada en versión amigable-light-moderna llega a ganar a Quito, no habrá perdido el candidato de la Revolución Ciudadana, sino que será ésta la que tendrá que afrontar a un representante con poder político dispuesto a representar al poder económico aún existente en el país. La clave estará en saber si el pueblo ecuatoriano, esta vez el quiteño, vota entre Rodas y Barrera, o prefiere, por otra parte, optar entre Correa y la vuelta del neoliberalismo. La suerte está echada.

* Doctor en Economía, Centro Estratégico Latinoamericano Geopolítico.

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