EL MUNDO › MOSCú AVANZó EN LA OCUPACIóN MILITAR SOLAPADA DE LA PENíNSULA DE CRIMEA EN MEDIO DE LAS AMENAZAS DE OCCIDENTE

Europa y EE.UU. buscan frenar al león ruso

Los tambores de guerra hicieron temblar las Bolsas europeas. La crisis en Ucrania llevó de forma incontrolable al mayor enfrentamiento entre los bloques desde el fin de la Guerra Fría. La UE tiene una gran responsabilidad en la escalada.

 Por Eduardo Febbro

Desde París

Los iluminados de Occidente, dependientes del gas ruso como del peso estratégico de Moscú, siguieron con los regateos diplomáticos y las amenazas para torcer el brazo del presidente ruso Vladimir Putin luego de la ocupación militar solapada de la península de Crimea por parte de soldados rusos sin identificación clara. La crisis en esta República Autónoma de Ucrania, que en realidad pertenece históricamente a Rusia, ha derivado de forma incontrolable en el mayor enfrentamiento entre los bloques desde el fin de la Guerra Fría. Como era de esperarse, los europeos se reunieron de urgencia en Bruselas sin adoptar ninguna medida concreta. Las amenazas verbales que precedieron la reunión de los ministros de Relaciones Exteriores de la Unión Europea se quedaron en eso. La UE no concretó las advertencias anteriores, o sea, la suspensión del dialogo entre la UE y Rusia con vistas a levantar la visa para ingresar en Rusia o en la UE, las sanciones económicas, o el cierre de las fronteras del espacio de la Unión a los ciudadanos rusos. De hecho, si hubiesen adoptado ese dispositivo de retorción, las grandes capitales del Viejo Continente como Londres, París, Roma, Berlín o Bruselas habrían perdido el considerable fruto de los millones y millones de euros que dejan en esas ciudades los nuevos ricos de la Rusia liberal de Vladimir Putin. Todo quedó condicionado a un supuesto “si no hay avances para apaciguar la tensión”. Lo único que se plasmó fue la suspensión de las reuniones previas a la cumbre del G-8 que debían realizarse de aquí a junio (la cumbre está prevista en la ciudad rusa de Sochi).

Los hilos están en manos de la insustancial jefa de la diplomacia europea, Catherine Ashton. Esta dirigente británica sin ninguna experiencia en la diplomacia, incapaz de hablar otro idioma que el suyo y duramente criticada por su bajo perfil en el seno de la UE, se reúne hoy en Madrid con el ministro ruso de Relaciones Exteriores, Serguéi Lavrov. Difícil pensar que con la enorme dependencia energética que tiene la UE con respecto a Rusia, las históricas metidas de pata de la jefa de la diplomacia europea y su controvertida legitimidad, la señora Ashton pueda hacer vacilar al gigante ruso. Los tambores de guerra solapada hicieron temblar las Bolsas de Europa y de Rusia. La de Moscú perdió 11 por ciento y las plazas europeas registraron una caída global del 2 por ciento.

Todo el mundo está en la cuerda floja, tanto Moscú como Occidente. Los bancos rusos, por ejemplo, tienen invertidos en Ucrania 35 mil millones de euros. Realista y sin metáforas, el ministro alemán de Relaciones Exteriores, Frank-Walter Steinmeier, juzgó que la fase actual equivalía a la “crisis más aguda que vive el mundo desde la caída del Muro de Berlín”. En el mismo tono, el jefe de la diplomacia española, José Manuel García Margallo, reconoció que si hubiese un enfrentamiento entre Moscú y los 28 miembros de la UE “las consecuencias serían muy graves desde el punto de vista del abastecimiento energético”.

En Washington, el presidente norteamericano, Barack Obama, poco habituado a estas fórmulas, se despachó con una frase literaria digna de la mejor poética de la diplomacia europea: “Rusia está del lado malo de la historia”. Obama aseguró también que “el mundo coincide en su gran mayoría en que los pasos dados por Rusia suponen una violación de la ley internacional” (ver aparte). La lección de Obama es desplazada: Occidente intervino en Kosovo y en Irak en 2003 sin ningún respaldo de legalidad internacional (fuera de todo mandato de las Naciones Unidas).

La brutalidad y la incompetencia parecen presidir esta crisis, en cuyo desenlace los europeos tienen una enorme responsabilidad. Fueron ellos quienes empujaron a la calle a los pro europeos ucranianos que provocaron la caída del régimen del tiranosaurio del Este Viktor Yanukovich; fueron ellos quienes, desde hace más de 8 años, vienen intentando sin una consolidación previa arrimar a Ucrania a la ladera más europea, con ofertas de asociaciones estratégicas con el Oeste que no hicieron sino avivar las susceptibilidades históricas de Putin con respeto a Ucrania y Crimea, territorio autónomo bajo bandera ucrania desde 1954 y punto estratégico hacia el Mar del Norte.

Colmo de la improvisación y de la provocación, apenas cayó Yanukovich las nuevas autoridades se apuraron y dejaron sin efecto una ley que amparaba los derechos regionales del idioma ruso. Peor aún, uno de los partidos de peso en el seno de la revolución de Kiev, Svoboda (libertad), es un movimiento neonazi, de ultraderecha, profascista, antisemita y antirruso hasta la médula.

El león ruso no tardó en jugar sus cartas en una región tan sensible como Crimea. Putin busca recuperar en el plano militar lo que perdió en el político cuando su protegido Yanukovich fue sacado del poder. Más de dos terceras partes de los pobladores de Crimea son rusos, cerca del 15 por ciento son tártaros (musulmanes de lengua turca), el resto es una combinación de ucranianos, griegos y judíos. La negociación entre Moscú y el Oeste es inevitable. Cada parte ha puesto mucho en juego como para provocar el hundimiento completo de Ucrania. Queda, con todo, una evidencia: los europeos, en su afán de conquista, fueron incapaces de evaluar la complejidad de la situación. En un chat muy enriquecedor con los lectores del vespertino Le Monde, Arnaud Dubien, director del observatorio franco-ruso e investigador en el Instituto de Relaciones Internacionales Estratégicas, puso de relieve el error de Europa: “Ucrania es un concentrado de intereses político-militares, económicos e identitarios muy fuertes para Rusia. La subestimación de esta realidad por parte de los europeos es uno de los factores que explican la crisis ucraniana desde noviembre. Putin no tiene ninguna confianza en los occidentales”.

En resumen, esa pedantería típica de los dirigentes del Viejo Continente ha desencadenado una crisis política y militar de proporciones insospechadas hasta hace sólo unas semanas. En una entrevista difundida por la BBC, el ministro británico de Relaciones Exteriores, William Hague, admitió que se trataba “seguramente de la peor crisis en la Europa del siglo XXI”. Y la provocaron los mismos europeos, sin medir ni anticipar las fuerzas y susceptibilidades de Moscú. Contrariamente a Mali o República Centro Africana, esta vez el presidente socialista François Hollande no mandó sus tropas y sus avioncitos para “salvaguardar” la integridad territorial de Ucrania. Desde luego, enfrente, sus antagonistas no son del mismo calibre.

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Putin busca recuperar en el plano militar lo que perdió en el político cuando Yanukovich fue sacado del poder.
Imagen: AFP
 
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