Jueves, 29 de mayo de 2014 | Hoy
EL MUNDO › OPINIóN
Por Emir Sader
El mayor viraje de la historia contemporánea fue el propiciado por el desenlace de la Guerra Fría, momento en que uno de los campos de la era bipolar desapareció, abriendo camino hacia un mundo unipolar, bajo la hegemonía imperial norteamericana.
De inmediato, Estados Unidos pasó a valerse de su incuestionable superioridad, buscando transferir los conflictos hacia el enfrentamiento militar. El ápice de esa política de militarización de los conflictos se dio en Afganistán, Irak y Libia. Aunque bajo formas relativamente distintas, el desenlace de los conflictos se dio por la vía militar –invasión, ocupación, bombardeo, derrocamiento de los gobiernos–.
Aun con desgastes, esa vía se imponía hasta hace poco, sin que aparecieran obstáculos para que la dominación norteamericana se desplegara con fuerza. Hasta que el conflicto con Siria, que se encaminaba hacia un bombardeo del territorio de ese país, tuvo un giro inesperado, con una propuesta de acuerdo formulada por el canciller de Rusia, aceptada por EE.UU.
El desgaste de las operaciones anteriores empezaba a mermar la capacidad hegemónica de EE.UU. Fue muy significativo que el primer rechazo de participar del bombardeo viniera del principal aliado estratégico de EE.UU. –Gran Bretaña–, con la negativa del Parlamento a acompañar a EE.UU. en una nueva aventura, consecuencia directa de la invasión a Irak, en la que el ex primer ministro Tony Blair salió muy desgastado por haber jugado su prestigio por una versión que demostró ser falsa.
Obama tuvo que aceptar la oferta rusa porque, además, no logró apoyo de la opinión pública de EE.UU., que no tenía ganas de meterse en una nueva guerra, con consecuencias imprevisibles. Tampoco logró el apoyo de los militares, a quienes la idea de un bombardeo quirúrgico no convenció. Y, como remató Obama, ni su familia lo apoyó.
El clima de acuerdo sobre Siria se extendió a Irán –entre otras cuestiones, por los vínculos directos que tienen los dos conflictos–. En ambos casos, aun con dificultades hay avances, proyectando a Rusia como nuevo gran protagonista de la negociación de los conflictos contemporáneos. Por primera vez, desde el final de la Guerra Fría, EE.UU. tuvo que limitar su accionar basado en la fuerza, para aceptar términos políticos de acuerdos negociados entre gobiernos.
La situación de Ucrania, aun con distintos rasgos, confirma esa nueva tendencia. Con el final de la Guerra Fría y la desaparición del campo socialista, las potencias occidentales han avanzado con gran codicia sobre los países hasta entonces participantes en ese campo, incorporándolos a la Unión Europea e incluso a la OTAN.
Ucrania es un caso especial, porque se ubica en la frontera con Rusia y porque Crimea es un puerto esencial para el país, en términos comerciales y militares. La forma violenta con que las fuerzas pro Unión Europea han actuado –decretando incluso la prohibición de la lengua rusa– sólo logró debilitar su capacidad de consolidar la unificación de un país con enormes diferencias regionales.
Lo cierto es que se desató una dinámica centrífuga, donde las potencias occidentales denuncian la acción de Rusia como fuerza que estaría empujando y actuando en favor del desmembramiento de Ucrania. Conforme aumenta la ira de los medios occidentales, se ven confrontados con la imposibilidad de intervenir de EE.UU., generándose una situación de más límites a la acción norteamericana.
Mientras las potencias occidentales se veían limitadas a medidas inocuas de punición de Rusia, Putin se reunía con Xi Jinping para cerrar un gran acuerdo energético, así como una estrategia de desdolarización del comercio entre los dos países. En todos sus aspectos, los acuerdos contribuyen a configurar campos propios de acción, en oposición al bloque dirigido por EE.UU. Ya en el conflicto ucraniano, mientras EE.UU. cuenta con sus aliados europeos –con distintos grados de coincidencia–, Rusia cuenta con los países del Brics (Brasil, Rusia, India, China y Sudáfrica).
Los acuerdos entre China y Rusia, el fortalecimiento de los Brics y los procesos de integración regional en América latina y el Caribe son eslabones de lo que puede llegar a ser un mundo multipolar. Los próximos años confirmarán o no esta perspectiva.
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