Domingo, 12 de octubre de 2014 | Hoy
EL MUNDO › EN LA PRIMERA VUELTA, DILMA ROUSSEFF FUE APOYADA POR EL 42 POR CIENTO DE LOS ELECTORES Y SE UBICO EN EL PRIMER LUGAR
En las elecciones más cambiantes de los últimos 25 años, millones de brasileños aún no se deciden entre la tentación de cambiar después de tres gobiernos consecutivos del PT o renovar la confianza en el proyecto de Dilma y Lula.
Por Darío Pignotti
Desde Brasilia
“Voto a cualquiera contra Dilma, todo el mundo sabe que a Aécio le gusta la farra, que no quiso hacer el control del barómetro cuando lo paró la policía de Río... se habla de la cocaína. No importa, voto a Aécio, y si tuviera que votar a Berlusconi para ganarle a Dilma, lo voto”, dijo mi médico, con el que suelo hablar de política en su consultorio ubicado en el tercer piso de un edificio del Asa Sul, barrio de clase media acomodada en Brasilia. Posiblemente su esposa, una médica que atiende en otro despacho del mismo predio, también haya optado por cualquier candidato que haya expresado el “antipetismo” en los comicios del domingo pasado.
En la primera vuelta, Dilma Rousseff conquistó el respaldo del 42,59 por ciento de los electores, ocho puntos y fracción arriba de Aécio Neves, el postulante del partido de la socialdemocracia brasileña, un resultado mucho más cerrado de lo que pronosticaron las encuestadoras.
Haber obtenido 8 millones de votos de diferencia sobre su rival es un activo que, en un escenario normal, permitiría considerar a Dilma como favorita a la reelección en el ballottage del 26 de octubre. Pero no es así. Ocurre que en esta campaña inusitada, la más cambiante en 25 años de gobiernos civiles post dictadura, contar con esa ventaja (mayor que el padrón electoral de Bolivia) significa poco, dado que Neves posiblemente conquistará el grueso de los 21 millones de sufragios que en la primera ronda recibió la candidata de la “nueva política”, Marina Silva, quien cayó al tercer lugar a último momento, luego haber escalado hasta lo más alto en las encuestas en agosto.
El jueves, Neves asumió la delantera para la votación decisiva con el 51 por ciento frente al 49 de la presidenta, según las consultoras Datafolha e Ibope. El subibaja de esta campaña la asemeja a una montaña rusa donde a 14 días del segundo turno, Dilma, Luiz Inácio Lula da Silva y el PT enfrentan al bloque conservador embanderado con la consigna del “cambio y la lucha contra la corrupción”, repitiendo una estrategia en algunos aspectos comparable a la implementada por la derecha venezolana en abril de 2013, cuando su candidato Henrique Capriles perdió por una pestaña ante el presidente Nicolás Maduro.
Paréntesis: la venezolana Marina Corina Machado acaba de manifestar su apoyo a Neves, quien meses atrás la recibió en el Congreso brasileño, donde respaldó el plan desestabilizador propuesto por la ex diputada contra la “dictadura” de Maduro.
A medida que se polariza la disputa electoral, que promete un final cabeza a cabeza, Neves parece inclinarse por un discurso a la Capriles asumiendo el papel de antipetista radical beneficiado por una agenda mediática que la semana pasada obró como una aplanadora contra Dilma, diseminando noticias de dudosa veracidad, basadas en declaraciones de dos presos acusados por formar una mafia enquistada en Petrobras.
Esto repite lo hecho por las empresas noticiosas contra el PT en todas las elecciones desde 1989, pero le suma un dato nuevo: la complicidad abierta de parte del Poder Judicial y la policía federal, coludidos en una suerte de golpe republicano contra una presidenta que nunca les cayó en gracia.
La forma de operar es simple: los imputados Paulo Roberto Costa, ex director de Petrobras, y el dolero Alberto Yousseff buscan reducir sus penas a través de la delación premiada ante un juez nada petista que, con apoyo de la policía, filtra las confesiones a la prensa, y ésta publica sólo los tramos que afectan al gobierno.
Dilma, es decir la jefa de Estado, sólo toma conocimiento a través de los diarios de lo dicho por los reos, curiosamente indagados en plena campaña, porque la mayor parte de las declaraciones se amparan en el secreto del sumario. “Quiero una divulgación amplia, general e irrestricta de lo que dijeron (los imputados)... no quiero filtraciones selectivas en la prensa... las filtraciones selectivas son electoralistas”, reclamó ayer Rousseff en la ciudad de Belo Horizonte, uno de los mayores colegios electorales del país.
Visiblemente indignada por las acusaciones en contra su gobierno y los dos de Lula, Dilma resolvió hablar de temas censurados en la prensa masiva como la compra de votos, probada, que en 1997 permitió la reforma de la Constitución y la reelección del ex mandatario Fernando Henrique Cardoso (1995-2003), fiador de Aécio Neves. Dentro de esa estrategia de llamar a las cosas por su nombre, modificando el tradicional estilo petista, la candidata también cargó contra las recetas “neoliberales” solapadas en la propaganda acaramelada de Neves, quien escogió como eventual ministro de Hacienda al liberal Arminio Fraga, considerado un monetarista exagerado hasta dentro del PSDB, donde aún sobreviven algunos desarrollistas tímidos como el senador electo José Serra, derrotado por Rousseff en las presidenciales de 2010.
Ex empleado de George Soros y ligado al banco de inversiones JP Morgan, el eventual ministro de Neves, Arminio Fraga, lamentó el “intervencionismo” estatal de los gobierno de Lula y Dilma al hablar el viernes ante la cámara de empresarios norteamericanos en Río de Janeiro. En medio de una campaña con tintes de guerra política, Dilma y Lula están recorriendo el país y gastando la voz que les resta para denunciar las maniobras dolosas de los gobiernos del PSDB y el proyecto económico de Neves, incluyendo eventuales privatizaciones.
Sin embargo, la cruzada de los dos dirigentes petistas, y la aún numerosa militancia del partido, pierde parte de su impacto dado que son neutralizados por un aparato periodístico opositor, cuya estructura de propiedad oligopólica permanece prácticamente intacta desde 2003.
Brasil, uno de los pocos países sudamericanos que carece de un mínimo de pluralidad informativa, donde las autoridades democráticamente electas cuentan con modestos órganos de comunicación, todo lo cual hace muy desigual la pelea no sólo por los votos, sino también por las mentes y los corazones de 142,8 millones de electores, de los cuales 30 millones se abstuvieron, votaron en blanco o nulo el domingo pasado.
Lo cierto es que, al final de cuentas, se percibe una rabia blanca subyacente en el voto por Aécio, quien demuestra su interés en diseminarla con la complicidad de Fernando Henrique Cardoso. Ese resentimiento se percibe en las asociaciones de médicos que quieren acabar con Dilma en repudio por la llegada de colegas cubanos para trabajar en las favelas o de los estudiantes molestos con la creación de cupos en universidades públicas para jóvenes negros.
A la par, hay un cierto, no masivo, enojo en segmentos de las clases medias bajas, que pese a ser favorecidas por las políticas distribucionistas del gobierno se molestan porque la Bolsa Familia favorece a “la gente que no trabaja”. Camila Borba, madre soltera y fisioterapeuta de 30 años, confesó irritarse cuando en el colectivo alguien elogia a ese programa social por el cual son beneficiados 50 millones de ciudadanos humildes. Que haya gente que no trabaja para cobrar la Bolsa Familia “es algo que me subleva... por eso quiero que Dilma se vaya a toda costa”, declaró Borba, vecina de Campo Limpo, un barrio violento de la periferia paulista, según publicó el ayer el diario Folha de S. Paulo, luego de la polémica sucitada por declaraciones formuladas por Cardoso.
Dijo el ex gobernante y jefe del PSDB que el PT sobrevive gracias al respaldo de electores pobres y “desinformados”, ante lo cual Dilma replicó: los opositores hablan desde una “visión prejuiciosa y elitista, diciendo que mis votos son de los ignorantes y los de ellos son letrados. Ellos no andan en medio del pueblo... no le dan importancia... lo descalifican, destilan odio”.
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