Martes, 2 de diciembre de 2014 | Hoy
EL MUNDO › TRAS UN CORTO RETIRO, EL EX PRESIDENTE FRANCéS GANó LAS ELECCIONES DE SU PARTIDO
El ex mandatario retomó la dirección de su movimiento conservador y se apresta a preparar su candidatura para las presidenciales de 2017. Deberá hacer olvidar el recuerdo de una gestión accidentada.
Por Eduardo Febbro
La vida no siempre da sorpresas. El camino trazado por el ex presidente conservador Nicolas Sarkozy (2007-2012) desde que dejó el poder, hace poco más de tres años, cumplió con una de sus etapas más importantes. Sarkozy recuperó el mando de la derecha francesa diez años después de la primera elección a la cabeza del partido que él mismo fundó, la UMP, sobre las bases del antiguo movimiento gaullista del ex presidente Jacques Chirac, el RPR. A pesar de la media docena de legajos judiciales que se ciernen sobre él, de las burlas casi diarias de la prensa sobre sus afirmaciones aproximativas o engañosas, Nicolas Sarkozy ganó la presidencia del movimiento con un solo objetivo: poner en marcha los engranajes y convertir todo el aparato de la UMP en una locomotora electoral para ganar las elecciones presidenciales de 2017. Los 268.000 militantes de la derecha que tenían derecho a votar eligieron, mediante un voto electrónico, al ex mandatario con el 64,5 por ciento de los votos frente al 29,1 por ciento obtenido por su rival, el diputado Bruno Le Maire. Sarkozy se impuso holgadamente a sus adversarios sin que ello haga de él automáticamente el candidato de la derecha para 2017. Sarkozy tiene en el camino no a la mayoría socialista, sino al ex primer ministro y actual intendente de la ciudad de Burdeos, Alain Juppé, un serio pretendiente a la candidatura presidencial que se apartó de la pugna por la presidencia de la UMP y que, por añadidura, cuenta con más credibilidad que el mismo Sarkozy para ganar a los socialistas. A diferencia del ex jefe del Estado, Juppé cuenta con una base electoral más amplia y con un prestigio arraigado en los electores del centro y muchos socialistas huérfanos de una política como la que el actual presidente, François Hollande, prometió durante la campaña electoral.
A Sarkozy le espera un trabajo titánico, y no únicamente ante el electorado que se acuerda de su mandato accidentado y desastroso. El primer obstáculo está en el seno de su propia formación. La UMP tiene las cuentas en rojo y la disputa por las riendas del partido dejó a la UMP en un estado calamitoso. Su legitimidad dentro de la UMP se mide a la luz de los porcentajes: hace diez años, Sarkozy ganó con el 85 por ciento de los votos. Hoy con poco más del 64 por ciento. El resultado es no obstante muy alto para uno de los personajes políticos más controvertidos, excesivos e irritantes que ha conocido Francia en las últimas décadas. Con todo, en el primer paso pragmático y significativo de su retorno a la acción política, Nicolas Sarkozy no aplastó a sus rivales. Ello lo llevará a una negociación y a una postura equilibradas de cara a las primarias de la UMP previstas en 2016. El renacido líder del movimiento conservador prometió unidad en un partido que quedó hecho añicos luego de las internas feroces de 2011, 2013 y 2014. Apenas electo, Nicolas Sarkozy recibió las calurosas advertencias de los líderes conservadores que aspiran como él al sillón presidencial. Alain Juppé, Bruno Le Maire o el ex primer ministro de Sarkozy, François Fillon, le exigieron que mantenga la cohesión, que apacigüe las aguas de la derecha y le señalaron que ganar la presidencia de la UMP “no es un cheque en blanco”. Jefe del partido es una cosa, candidato es otra muy distinta. El comunicado de François Fillon es por demás explícito: “La unión no es sinónimo de sumisión. Un gran partido moderno acepta la diferencia”. Este objetivo parece hoy una utopía. La UMP sale de un período de densas turbulencias y se mete en otro. La derecha está no sólo fragmentada en varias corrientes sino, sobre todo, posicionada en torno de varias candidaturas presidenciales divergentes que Sarkozy tiene que hacer convivir dentro del partido, empezando por la suya.
Como si faltaran problemas, la UMP está endeudada en unos 74 millones de euros. La opinión pública no le deja mucho margen de maniobra. Una encuesta de opinión realizada por Odoxa revela que el 68 por ciento de los franceses está convencido de que el partido de Sarkozy va a explotar. Unir a esa familia política dividida en clanes, implicada en graves casos de corrupción y fraccionada por las ambiciones presidenciales de unos y otros resulta una tarea bíblica. Peor aún, Nicolas Sarkozy arrastra la sombra negativa de su derrota presidencial en 2012 y una imagen dudosa que él mismo fabricó cuando, en la recta final de la campaña, la llenó del contenido ideológico de la extrema derecha. El triunfo presidencial pasa además por otras dos condiciones: una, sanear los casos judiciales que lo acechan; dos, pactar un gran movimiento que incluya al centro, sector sin el cual, en Francia, ninguna victoria es posible. Por demás, su retorno no vino acompañado con nada nuevo. Sarkozy martilló el desgastado pero fructífero concierto contra la inmigración y los extranjeros, prometió “renegociar” el tratado de Schengen sobre la libre circulación de las personas y acrecentar los controles en las fronteras exteriores de Europa. Ese es su plato fuerte por ahora: hacer del otro un demonio.
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