Jueves, 19 de marzo de 2015 | Hoy
EL MUNDO › BENJAMIN NETANYAHU GANó LAS ELECCIONES Y NEGOCIA LA FORMACIóN DE UNA COALICIóN DE DERECHA
El político conservador prometió durante la campaña que mientras él sea primer ministro no se creará un Estado palestino, al que la Asamblea General de la ONU reconoce, y llegó a admitir la aprobación de nuevas colonias.
Benjamin Netanyahu saboreó la victoria obtenida en los comicios del martes con la tranquilidad de saber que contará con mayoría parlamentaria y el dilema de repartir ministerios entre sus socios. Los 30 escaños que con la totalidad de los votos escrutados obtuvo el derechista Likud (seis más que la coalición de centroizquierda, Campo Sionista) le permiten mirar a mucha distancia al resto de grupos con representación en la Knesset, Parlamento israelí, con la sensación de que a prácticamente todas las fuerzas de derecha les arrebató votos y diputados. El político conservador prometió durante la campaña que mientras él sea primer ministro no se creará un Estado palestino, pese al reconocimiento de la Asamblea General de la ONU, e incluso llegó a admitir la aprobación de nuevas colonias.
El triunfo del Likud echó por tierra los negativos pronósticos que aventuraban los sondeos previos, que daban al partido apenas 20 o 21 escaños e incluso los que anteanoche, nada más cerrar los colegios electorales, hablaban de un empate técnico de 28 diputados con el Campo Sionista. Sin embargo, el sistema político israelí se basa en una estricta regla de mayorías parlamentarias dentro de una cámara tradicionalmente fragmentada, por lo que la fuerza más votada se ve siempre obligada a negociar acuerdos con otros grupos para conseguir el mayor número de apoyos posible para poder gobernar. Y los partidos que conformarían este frente de derecha, las llamadas fuerzas nacionales, como las denominó Netanyahu, no le van a regalar nada a cambio de nada; quieren entrar en el gobierno, lo harán y será en posiciones de relevancia. Todo ello sin olvidar la pugna abierta en el seno del propio Likud por conseguir también puestos de relevancia para muchos de sus dirigentes.
Tal es el caso de Naftalí Bennet, líder de Hogar Judío, formación ultranacionalista que aglutina el voto de los colonos de Cisjordania ocupada y que apenas sacó ocho de los 120 diputados que componen la Knesset, que reclamó tres carteras importantes a cambio de entrar en la coalición de gobierno, según informó el diario Ynet. Más llamativa incluso es la propuesta del actual ministro de Exteriores, dirigente y creador de Israel Beitenu, Avigdor Lieberman, quien con apenas seis diputados insiste en reclamar la cartera de Defensa o, en su defecto, mantener la que tiene. En la pasada campaña electoral, Lieberman expresó su interés por conseguir el Ministerio de Defensa, desde el que dijo que llevaría a cabo la que sería la última ofensiva en Gaza contra el movimiento islamista palestino Hamas. Sobre su posible inclusión en el próximo Ejecutivo, Lieberman aseguró: “Nuestras demandas son claras, no las escondemos y las hemos puesto por escrito, incluida la cartera de Defensa. No tenemos el objetivo de estar en la oposición, pero no nos sumaremos a la coalición si no se cumplen ciertas condiciones”. Quien se muestra seguro de asumir el Ministerio de Finanzas es el dirigente del centroderechista Kulanu, Moshe Kahlon, cuyo partido (una escisión del Likud) obtuvo diez diputados y se convirtió en uno de los más fuertes de cara a la eventual coalición de gobierno.
Es probable que alguna cartera de su interés (Educación o Asuntos Sociales) recaiga finalmente en alguna de las formaciones ultraortodoxas, como Shas y Judaísmo Unido de la Torá, grupos que obtuvieron siete y seis diputados, respectivamente. Lo que es seguro es que esta coalición de gobierno será una de las más homogéneas en el plano ideológico de la historia reciente de Israel. El premier trabajará con un equipo mucho más compacto, a diferencia del anterior, en el que se destacaba la presencia del partido centrista laico Yesh Atid, liderado por Yair Lapid, que en estos comicios obtuvo once escaños y cuya presencia en el nuevo ejecutivo se descarta casi por completo.
Lapid se empeñó y logró que el anterior Legislativo aprobase una ley sobre el servicio militar que obligaba a los ultraortodoxos a incorporarse las filas, algo que en Israel es obligatorio para todos los ciudadanos y de lo que desde la fundación del Estado, en 1948, había quedado exenta esa comunidad, que siempre consideró que su función era de tipo espiritual y educativo, y no combativo. Si ahora los ultraortodoxos regresan al gobierno, la norma podría ser enmendada del tal modo que se introdujeran ciertas cláusulas en beneficio de esa comunidad para suavizar o relajar las condiciones de su prestación del servicio militar.
Con todo, al primer ministro israelí le salió bien la apuesta de adelantar los comicios. Y es que cuando destituyó en diciembre a dos ministros críticos y anunció el adelanto electoral para conformar una coalición estable que le permitiera gobernar, aspiraba a revalidar con facilidad el cargo, objetivo que resultó ser mucho más arduo de lo previsto. La clave pasó por una agresiva y vertiginosa campaña que en sólo cuatro días logró darles la vuelta a unos sondeos que proyectaban la inevitable victoria del Campo Sionista, liderado por el laborista Isaac Herzog, y la cabeza del centrista Hatnuú, Tzipi Livni.
“Contra todo pronóstico, hemos conseguido una gran victoria para el Likud”, dijo el dirigente conservador al conocerse el resultado. En ese camino, no dudó en usar técnicas destinadas a movilizar en masa a su votante tradicional desencantado, así como de otras formaciones más a la derecha, con promesas nacionalistas y azuzando su consabida política del miedo ante una hipotética llegada al poder de la izquierda.
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