Lunes, 3 de agosto de 2015 | Hoy
EL MUNDO › OPINIóN
Por Emir Sader
Lula fue colocado en el centro de la vida política brasileña. Todos los focos se concentran sobre él: o será abatido por la derecha o ejercerá el rol de eje en la recomposición de la izquierda brasileña y logrará dar continuidad al proceso político iniciado en 2003, con todas las adecuaciones necesarias.
Es por eso que, en medio de una campaña de ataques de todo orden, el Instituto Lula fue blanco de un atentado con un artefacto tirado por la noche desde un coche. Nadie resultó herido, pero queda la advertencia de cómo a la agresividad verbal le sigue la terrorista, en un clima en que el silencio frente al ascenso de la derecha indica complicidad con el fascismo.
En un marco de crisis de credibilidad de las instituciones, de las fuerzas políticas y sociales, de los gobiernos a todos los niveles, de los liderazgos, la excepción es Lula. Si no fuera así, él no sería el blanco privilegiado de los ataques derecha.
Si la derecha creyera en las encuestas que difunde, bastaría con que esperara a 2018 y derrotarlo. Pero incluso esas encuestas atribuyen a Lula un 33 por ciento de los votos y, sumando a todos que podrian votar por Lula, lo hacen favorito para volver a ser presidente de Brasil.
Por ello, el futuro de la derecha brasileña depende de si consigue sacar a Lula, por cualquier vía, de la vida política brasileña y tener así el camino abierto para reconquistar el gobierno y poner en práctica su proyecto de restauración conservadora. En caso contrario, tendría que resignarse con el nuevo mandato de Lula como presidente de Brasil.
Del lado del campo popular, Lula también es el gran referente, el gran patrimonio con que la izquierda puede contar. El líder popular más importante de la historia de Brasil, Lula, mantiene vínculos profundos con la masa de la poblacion, sus gobiernos han quedado marcados en la conciencia y en la memoria de las personas, Lula representa la autoestima de los brasileños. Por todo ello, a pesar de la brutal campaña en su contra, el imagen de Lula permanece enraizada en el seno del pueblo brasileño.
Pero Lula no está tan solo en la memoria del pueblo, él representa también su esperanza. Nadie como él tiene el carisma y la mística de su liderazgo. Desde la crisis del 2005, cuando la imagen del PT quedó afectada negativamente por denuncias de corrupción, la imagen de Lula se fue desmarcando de la del partido, conforme su gobierno fue ganando prestigio, con el éxito de las políticas sociales. Incluso cuando la imagen del gobierno de Dilma Rousseff, así como la del PT, sufren con la más dura campaña de la oposición, la imagen de Lula resiste, ya que los brasileños echan de menos su gobierno.
Pero para jugar el rol de eje de recomposición de la izquierda y del campo popular, Lula precisa proponer nuevas utopías al país, nuevos objetivos, con continuidad y profundización de lo que fue hecho hasta ahora, con diálogos con nuevos sectores sociales, especialmente los jóvenes, tanto los de la periferia, como los de la misma clase media. Lula necesita aparecer como la persona que reivindica tanto la visibilización de esos sectores, como los espacios de las mujeres, rechazadas por el Congreso en sus reivindicaciones. En definitiva, Lula tiene que representar, a la vez, la reanudación de lo que fueron sus mandatos de gobierno, del 2003 al 2011, de la forma de hacer política que unifique a todas las fuerzas que apoyan a los programas propuestos por él, como también la renovación de esas propuestas. En las reivindicaciones, en las propuestas, en la interpelación y en la integración de sectores hasta aquí marginados de la vida política.
Lula puede ser el eje del agregado de fuerzas que disputen, de nuevo, de forma vencedora, el destino de Brasil, liderando un nuevo movimiento popular que altere profundamente las relaciones de poder que todavía resisten al inmenso proceso de trasformaciones sociales iniciado por él.
Cualquier especulación política sobre el futuro de Brasil que no tome en consideración la variable Lula, que no considere el factor determinante de su liderazgo, está equivocada. Candidatos opositores ya conocidos y derrotados en campanas anteriores, son los nombres de la oposición, sin ninguna viabilidad de enfrentar a Lula. De ahí la desesperación de la oposición para intentar sacar a Lula del camino, de la forma que sea.
Una vez más, el que no descifra el enigma Lula, no se da cuenta de su inmenso potencial de liderazgo, es devorado por él, como ha ocurrido de forma reiterada desde el año 2002 en Brasil.
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