Martes, 22 de diciembre de 2015 | Hoy
EL MUNDO › OPINIóN
Por Por Ignacio Kostzer *
Concluidos los comicios generales en España, el siguiente paso se dará el 13 de enero cuando el rey Felipe VI proponga ante el Parlamento un candidato para la investidura presidencial, como establece el artículo 99 de la Constitución (1978). Dejemos para la próxima las consideraciones sobre la vigencia de la institucionalidad monárquica en pleno tercer milenio...
Hasta esa fecha habrá abundantes especulaciones sobre posibles pactos y alianzas para alcanzar la mayoría necesaria, sobre todo en este contexto de fragmentación que configuró la voluntad popular en las urnas. Pero al margen de futurologías y posibles coaliciones en el Parlamento, ¿qué nos dicen estos resultados sobre la situación política española en la actualidad?
En primer lugar, tenemos que señalar que el triunfo del Partido Popular se asentó en la idea de que España se encuentra camino a la recuperación económica. Esta fue la base de la campaña del actual presidente –y líder del PP– Mariano Rajoy. “Lo peor de la crisis ya pasó, estamos saliendo y no es momento de experimentos” fue repetido como un mantra durante todo el año por los populares, sobre todo en las últimas dos semanas de campaña. Por supuesto cabe preguntarnos si esto es así efectivamente. Considerando los efectos que han tenido en otros casos las políticas de ajuste y austeridad que se vienen implementando, este cronista se permite desconfiar seriamente de tal pronóstico. El tiempo dirá y por supuesto el devenir del curso económico será un dato relevante para comprender la nueva etapa política abierta por el 20-D.
Pero al margen del plano económico –siempre presente y ampliamente debatido– la asistencia a las urnas expuso antinomias en el ámbito político, cultural e ideológico que estructuraron tres vectores presentes de manera transversal a lo largo y a lo ancho del proceso electoral:
1) Izquierda vs. derecha.
2) Continuidad vs. cambio
3) Lo nuevo vs. lo viejo.
La primera de las tres fracturas es una constante en la política española desde la transición democrática a fines de los años 70. Tradicionalmente encarnada por la disputa entre el Partido Socialista Obrero Español (PSOE) y el PP, contó en esta oportunidad con nuevos actores implicados: Podemos y Ciudadanos. La disputa por ocupar el centro del tablero no ocultó la escisión en partes prácticamente iguales entre ambas cosmovisiones, si agrupamos en un polo al electorado progresista del PSOE, Podemos e Izquierda Unida (162 escaños) frente a los electores de tendencias conservadoras del bloque PP y Ciudadanos (163 escaños). Si bien las nuevas formaciones son esquivas a ser definidas en términos de izquierda y derecha, el marketing y la comunicación política no terminaron de licuar este debate aún persistente en franjas no menores del la sociedad.
La segunda disyuntiva se da con frecuencia en los procesos de elección democráticos y la candidatura de Mariano Rajoy para ser reelecto no hizo más que enfatizarla. En este sentido tanto el PSOE, como Podemos y Ciudadanos se presentaron como opciones del “cambio” –201 escaños de conjunto– frente a la “continuidad” postulada por el PP que obtuvo 123 diputados. Las preferencias de los ciudadanos fueron por amplia mayoría favorables a la idea del “cambio”, aunque la misma peca de una insalvable imprecisión. Es por este motivo que el triunfo de la noción del “cambio” anuncia la apertura de un campo de disputa en los sucesivos días por la construcción de su significado entre las fuerzas que la encarnan.
Por último, tenemos la irrupción de “lo nuevo” como elemento determinante y distintivo de la jornada. Pero si decíamos que “el cambio” no ofrecía demasiadas definiciones que trasciendan la desaprobación de las políticas del oficialismo, cabe un señalamiento similar para el bloque de “lo nuevo” –Podemos y Ciudadanos– también articulado en buena medida por oposición a lo “viejo”, en este caso el bipartidismo del PP y el PSOE. En términos concretos las fuerzas nuevas debutaron en las elecciones generales obteniendo una importante representación “269 escaños para Podemos y 40 para Ciudadanos– como contracara directa del retroceso de las formaciones tradicionales, donde el PP perdió 63 escaños respecto de 2011, mientras que el PSOE retrocedió en 20 diputaciones.
Así las cosas, priman por estos días la fragmentación y la incertidumbre sobre si será posible formar gobierno con esta conformación del Parlamento. En tiempos de encuestas y focus group, el 20-D echa luz sobre el estado de ánimo de una población golpeada por la crisis económica y una fragilidad institucional que aún persiste tras el 15-M. Parafraseando a Antonio Gramsci, habrá que ver si lo nuevo termina de nacer, lo viejo termina de morir y el cambio logra continuar.
* Analista político.
Licenciado en Economía.
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