EL MUNDO
Llega el amigo americano, se va el enemigo israelí
Israel abandonó ayer la mayor parte de las ciudades palestinas que había ocupado en represalia a la última escalada de atentados, en momentos en que llegaba el mediador de EE.UU.
Por Ferrán Sales
Desde Ramalá
Ya están afuera. Millares de palestinos se lanzaron ayer por la mañana a las calles de Ramalá para celebrar la liberación de la ciudad tras tres días de asedio. Recorrieron sin rumbo fijo el centro de la población, inspeccionando y curioseando los desastres provocados por los tanques y las tropas del ejército israelí durante su ocupación, mientras los servicios de inspección del Ministerio de Infraestructura se dedicaban a algo mucho más serio; tratar de establecer, cuaderno y cinta métrica en mano, los primeros balances oficiales. La salida israelí de Ramalá y de otras –pero no todas– ciudades palestinas ocupadas esta semana es el resultado de la fuerte presión norteamericana para dar condiciones apropiadas a la tarea de mediación en pos de un cese del fuego del enviado Anthony Zinni, que empezó ayer con una entrevista de 80 minutos con el líder palestino Yasser Arafat, precisamente en Ramalá. El presidente George W. Bush consideró “positivo” el repliegue israelí, aunque el Departamento de Estado dijo que debía ser “total”.
“Hemos tenido catorce muertos y decenas de heridos. Tardaremos muchos días en saber con exactitud el valor de los destrozos”, aseguraba en la plaza de Manara el gobernador Mustafá Issa Liftawi, vestido de uniforme verde oliva, en medio de un vecindario eufórico y bullicioso, que trataba de tocarlo y saludarlo, alargando sus brazos por encima de los hombros de quienes lo custodiaban. Las heridas de la ciudad son graves. Lo atestiguan los cables y los postes de electricidad que yacen por doquier, encima de un asfalto torturado por las cadenas de los tanques, los coches aplastados, convertidos en chatarra, las casas particulares o los edificios públicos violados, tomados al asalto por el mando militar para convertirlos en refugio y punto de encuentro de sus tropas. “Han destrozado la biblioteca y las aulas, sobre todo las del segundo piso”, afirma el administrador de la escuela secundaria Madrassat El Waled, que sirvió a la vez de puesto de mando y de dormitorio de la Brigada Golani. El centro escolar está situado muy cerca del Hospital Gubernamental de Ramalá, que resultó asimismo dañado por las tropas israelíes en las primeras horas de la ocupación.
Las lesiones más profundas están sin embargo en un extremo de la ciudad, en el campo de refugiados de Amari, oficialmente de 7000 habitantes. Las fuerzas israelíes se llevaron de allí a la fuerza a no menos de 200 varones, después de destrozar decenas de casas y de dejar pintadas en los muros, en azul o negro, el símbolo del Estado de Israel, una estrella de David, y el número 932, la unidad que llevó a término la incursión.
“Tardaremos en recuperarnos de lo que nos han hecho”, aseguraba una anciana, empeñada en hacer desaparecer con la ayuda de un estropajo, agua y jabón del muro de su patio las inscripciones que ha dejado el ejército hebreo. En las pizarras de la escuela de la UNWRA, la agencia de la ONU para los refugiados palestinos, los mensajes son mucho más claros, están escritos en inglés y con tiza blanca: “Ustedes son todos unos perros”.
A media mañana, Ramalá hizo un alto en su contabilidad. Se concentró en torno de la mezquita de Abdelnasser, para orar y formar el cortejo fúnebre de los últimos tres muertos. Sus cuerpos, amortajados por la bandera palestina, fueron acompañados por centenares de banderas, millares de disparos, y el griterío ensordecedor de una multitud que anunciaba una y otra vez: “Venganza, venganza”. Ramalá continuó gritando hasta la saciedad, incluso dentro del cementerio, consciente de que las tropas y los tanques israelíes, se han quedado muy cerca, dispuestos a volver en cualquier momento.
* De El País de Madrid, especial para Página/12.