ESPECTáCULOS › “LUNA GITANA”, CON DRAMATURGIA Y DIRECCION DE RUBEN PIRES
La comedia de los cacerolazos
Basada en un texto de Ricardo Halac, la obra refleja el vínculo entre un intelectual y una prostituta, en un contexto de agitación social.
Por Cecilia Hopkins
“¿Qué es amar? ¡Amar es vivir!... Vivamos la vida, que merece ser vivida...” concluye Ernesto, más urgido en convencer a Perla que en expresar sus sentimientos con alguna originalidad. En Luna gitana, obra inédita de Ricardo Halac con dramaturgia de Rubén Pires, el enamoramiento de los protagonistas se produce en circunstancias especiales. Ella, (Silvina Bosco) una prostituta instalada en un departamento de Avenida de Mayo, responde al aviso de un profesor de filosofía (Roly Serrano) que intenta conseguir discípulos para dar clases a domicilio. “Si está perdido en la vida –reza el anuncio–, si le da miedo no sobrevivir a todo lo que pasa... si le asusta la realidad... llámeme.” Perla corporiza el catálogo de todas las actitudes atribuibles a la “prostituta tierna”. Pero él no es tan fácil de ubicar a primera vista. A veces, Ernesto parece un docente desocupado con ganas de encontrar una actividad alternativa, pero en otros momentos, su modo de comportarse lo hace aparecer como un vagabundo pintoresco que necesita sacarle partido a la instrucción que algún día recibió. Fundamentalmente, porque se resiste a deponer el resto de dignidad que aún conserva en aras de entregarse al cirujeo.
Apenas vence la sorpresa de encontrarse frente a una auténtica “trabajadora del sexo”, Ernesto trata de afirmar su personalidad discurseando acerca de los presocráticos y los sofistas, soltando frases célebres de Heráclito y Sócrates. Pero sus esfuerzos por introducir a Perla en la historia del pensamiento no son otra cosa que la tenue cortina de humo con la que intenta cubrir la imprevista pasión que ella le inspira. Un largo –demasiado largo– tira y afloje se instala entre ellos a causa de pequeñeces. Este ir y venir –que tiene el inocultable objeto de ilustrar sus diferentes mundos y modos de entender la vida– dura hasta que, como suele suceder en las comedias, los personajes comprenden que el amor está por encima de todo lo que los separa. El teléfono –quienes llaman son los insistentes clientes de Perla– suena a cada rato quebrando así los momentos de mayor acercamiento entre ambos. El otro sonido que se cuela en el improvisado salón de clases (con sus espejos y cortinados de hotel alojamiento y su Virgen Desatanudos en la cabecera de la cama) es el clamor de la gente que pasa por Avenida de Mayo en dirección a la Plaza.
En su ritmo y envase, Luna gitana no es menos ligera que una comedia marplatense, con su comicidad directa, sus chistes de doble sentido y sus puteadas. La diferencia radica en que esta obra, aunque apunta a la risa, no desea perder de vista la realidad más inmediata, aun a riesgo de parecer oportunista. Así entonces, el encuentro de los personajes se produce un día de cacerolazo y represión policial, circunstancias determinantes que sellan el destino de la pareja en un desenlace trágico. Bosco y Serrano no escatiman esfuerzos sobre el escenario, pero finalmente, el sentimentalismo y las verdades de Perogrullo se ponen por delante de sus personajes.