EL MUNDO › OTROS DOS ATAQUES CON BOMBA EN IRAK
El salario del miedo
Policías iraquíes que estaban a la entrada de una comisaría en Mosul, para cobrar sus salarios, fueron víctimas ayer de un ataque que dejó nueve muertos. Y una bomba mató a tres estadounidenses en Kirkuk.
Por Patrick Cockburn *
Desde Bagdad
Un coche bomba a la entrada de una comisaría en Mosul dejó ayer nueve muertos y 45 heridos mientras una bomba caminera mataba a tres soldados estadounidenses al destruir su convoy cerca de Kirkuk. El doble incidente coronó una semana devastadora pero no excepcional en Irak y representó un recordatorio poderoso de que la situación en el terreno es tan letal como siempre.
El ataque en Mosul, donde los policías se habían congregado para cobrar sus sueldos, estuvo a cargo de un atacante suicida en un auto, según testigos. Fue lo suficientemente poderoso como para desparramar restos del vehículo en un radio de casi 300 metros. La explosión amputó extremidades y descuartizó cuerpos; varios automóviles se incendiaron, disparando nubes de humo negro. La bomba que mató a tres soldados de la Cuarta División de Infantería, a 38 kilómetros de la ciudad petrolera de Kirkuk, parece típica de los Dispositivos Explosivos Improvisados (IED, por sus siglas en inglés –como los llama el Ejército norteamericano–) que se emplean con frecuencia, y lleva a 522 la cantidad de soldados estadounidenses muertos desde el 20 de marzo, en que empezó la guerra para derrocar a Saddam Hussein.
La identidad de quienes se encuentran detrás de la ininterrumpida campaña de ataques suicidas no es clara: Estados Unidos afirma que los atacantes provienen del exterior, aunque es probable que los iraquíes estén profundamente involucrados en el suministro de inteligencia y logística. Pero los ataques se ejecutan sin que importe si hay bajas civiles iraquíes o no. Hace sólo cuatro días, una ambulancia blanca se aproximó al Hotel Shahin en el barrio bagdadí de Karada. El chofer le dijo a un policía que le preguntó qué estaba haciendo allí: “me dijeron que viniera a llevar el cuerpo de alguien que acaba de morir”. El policía le dijo que no sabía nada acerca de ningún cadáver. En este punto el chofer apretó con fuerza el acelerador para llevar su vehículo más cerca del hotel. La policía se dio cuenta de que era un atacante suicida y abrió fuego. Pero era demasiado tarde. La ambulancia estalló. La explosión mató a tres personas, se devoró al Shahin y tumbó las paredes de una comisaría situada en la vereda de enfrente.
Los iraquíes se están acostumbrando a vivir en medio de una violencia terrible. Bombas como la que estalló en el exterior del Shahin se están volviendo la norma y pronto son olvidadas. Aunque la explosión fue muy grande, dañando fuertemente al hotel y los edificios cercanos, no fue tan devastadora como la bomba que diez días antes mató al menos a 25 personas mientras esperaban a las puertas de la sede central de los norteamericanos en Bagdad.
El peligro que afrontan ahora Estados Unidos y Gran Bretaña es el de una serie de conflictos interconectados en Irak. Están los ataques suicidas –cuyos perpetradores permanecen en el misterio–, que se están probando imposibles de detener. Está la guerra de guerrillas en las áreas musulmanas sunnitas –alrededor de un quinto de la población–, que prosigue pese a la captura de Saddam Hussein. Los chiítas iraquíes, que forman el 60 por ciento de la población, están demandando elecciones libres. Y los kurdos, enfrentados a otros iraquíes, están demandando una autonomía más parecida a una independencia.
Los IED camineros se han vuelto el arma más peligrosa de la guerrilla, mucho más –dicen los norteamericanos– que los ataques con lanzagranadas misilísticos o ametralladoras. El IED típico se compone de varios enormes proyectiles de artillería de 155 o 122 milímetros con puntas explosivas para detonarlos, conectadas a una batería. La señal que causa la explosión es enviada directamente por un cable de comando o por un control remoto tal como un teléfono celular o un abridor de puertas de automóvil.
* De The Independent de Gran Bretaña. Especial para Página/12.